LA HABANA, Cuba, mayo del 2011. -Urdida ya la versión oficial del régimen negando el crimen del opositor pacífico Juan Wilfredo Soto; activadas sus huestes de ciberesbirros para apoyar la urdidera; dictado ya desde arriba el diagnóstico que deben repetir los médicos; sólo estamos esperando un comunicado de la dirigencia del Consejo de Iglesias de Cuba, mediante el cual, si bien no condenen la nueva salvajada policial, ya que no pueden ser cómplice y juez, que al menos defiendan de la calumnia a su propia institución, aclarando que Soto no era un delincuente, como afirma el parte oficial, sino uno de sus fieles, apegado a las lecciones de Cristo.
Hace poco más de un año, en abril de 2010, quiso la ¿casualidad? que en medio de otro escándalo de lesa agresión a los postulados de Jesucristo, el Consejo de Iglesias de Cuba no sólo se limitara a otorgar callando, sino que, para más inri, escogiese el momento para elogiar públicamente a Fidel Castro por “su apoyo permanente”, al tiempo que organizaba un acto de júbilo por el aniversario veinte del encuentro conciliatorio –así dijeron-, entre el Tirano y su religión.
En aquella oportunidad la tragedia era de los huelguistas de hambre, que aunque tan hijos de Cristo como el que más, no estaban afiliados a la Iglesia, y que aunque igualmente víctimas de una acción criminal del régimen, habían resuelto morir a voluntad.
Esta vez el muerto, un cristiano confeso, no tuvo la ocasión de escoger. Al tiempo que sus asesinos, después de ejecutarlo, redondean el trabajo difamándolo.
Se impone citar una vez más a Martin Luther King, quien sí dio siempre sobradas pruebas de ser un auténtico ministro del cristianismo: “Cuando se recuerden las grandes atrocidades que han ocurrido en el siglo XX, se verá que lo peor no han sido las fechorías de los malvados, sino el silencio de las buenas personas”.
Por supuesto que Luther King se refería en específico al siglo XX porque fue el que le tocó vivir. Quizá por ese mismo motivo le era fácil establecer diferenciaciones entre las fechorías de los malvados y el silencio de las buenas personas.
Pero a estas alturas, y en medio de un limbo como el nuestro, aislado por la geografía, casi borrado del mapa por la desidia internacional, a la vez que dominado por la más antigua y férrea dictadura totalitaria que conoció el hemisferio, resulta cada día más difícil el establecimiento de tales diferenciaciones.
Sólo nos queda encomendarnos a Dios. Preferiblemente en directo, sin consejos de iglesia.
*Novelista y periodista. Colaborador de Cubanet. Reside en La Habana, donde trabaja como periodista independiente desde el año 1993.
Fuente: Cubanet.
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