Durante el Vía Crucis del Viernes Santo en La Habana Vieja el Arzobispo de La Habana, Cardenal Jaime Ortega iba rodeado a pocos pasos de distancia por al menos cuatro individuos con aparatos de comunicación en sus oídos que los identificaban como agentes de la policía política, según testigos.
Normal que una figura pública vaya protegida por guardaespaldas, pero no se trataba de empleados de la Iglesia (y a la mayoría de los personeros del Gobierno que no son de la sangre real de los Castro no les asignan en la calle más que uno como chofer y guardaespaldas).
Cuando el Papa Juan Pablo II visitó Cuba en 1998 puso entre sus condiciones que el orden público de los actos religiosos en que participaría seria guardado por los propios fieles católicos, jamás por la policía y al efecto la Iglesia designó y vistió con una especie de librea que los identificaba a católicos que cuidaron del orden en los actos religiosos.
La policía de civil y los "contingentes" de albañiles, mal encarados: preocupados por sus jefes sobre posibles "actos contrarrevolucionarios", permanecían al margen del publico católico o formaron islotes entre la muchedumbre en la misa de la Plaza de la Revolución - antes Plaza Cívica.
En la sala deportiva Ramón Font, cercana a la Plaza, permanecieron acuartelados e invisibles durante toda la misa papal unos 3000 militares listos para reprimir el motín que jamás ocurrió.
Juan Pablo II conocía de los métodos de represión, coacción y propaganda de este tipo de dictaduras comunistas, de ahí la condición que exigió - y Monseñor Jaime Ortega los conoce también, pero no exige.
Muerto el Papa; hoy beatificado, los Obispos cubanos desecharon disimuladamente su mensaje y el principio de que el orden correspondía a los propios católicos y no tenían por qué perturbar sus actos los agentes represivos.
La misa por el alma de Juan Pablo II, al año de su fallecimiento, la tomó por su cuenta el mismísimo Fidel Castro cuya inmensa guardia personal ocupó la Catedral de La Habana impuso sus reglas y coaccionó a cuanto cura y fiel quisieron para garantizar un público casi por completo de miembros del Gobierno, sus guardias pretorianos, el clero y el cuerpo diplomático.
En un par de bancos del final entraron algunos fieles y Damas de Blanco porque llegaron bien temprano. Y a monseñor Ortega se le vio en T.V. visiblemente aterrado durante toda la ceremonia. Los que verdaderamente querían orar por el alma de su Papa tuvieron que quedarse afuera en la plaza y ver el acto por pantallas que colocó el Gobierno.
Con este precedente que sin protesta eclesiástica convirtió una misa en un acto político de Fidel Castro y echó por tierra el principio ganado por Juan Pablo II de que la represiva no podía regir los actos católicos, cuando vino el Secretario del Vaticano, Cardenal Bertone pretendió la policía cerrar por completo al público el acceso a la misa.
La misa fue en la plaza de la Catedral y cordones de agentes de civil cerraron los accesos, decían al público que entraran por la otra calle y en la otra calle ocurría lo mismo, por lo cual se marcharon con sus invitaciones en las manos muchos católicos llevados allí expresamente en ómnibus por sus curas.
Hubo agentes que empujaron y maltrataron de palabra al fiel que insistió en entrar y si el público no fue totalmente la claque fabricada por el Estado con comunistas y policías de civil fue porque en un movimiento natural la multitud quebró un cordón y pudo entrar así parte a la plaza.
Así entraron cierto número de fieles y Damas de Blanco por la calle Cuba al costado de la Catedral y durante la propia misa ocurrieron provocaciones de agentes como la acaecida al opositor pacifico Orlando Fundora, Laura Pollán y otras Damas de Blanco ante la barrera.
Y en la misma plaza al periodista independiente Carlos Ríos Otero cuya protesta atrajo la atención de periodistas extranjeros que cubrían el acto cerca sobre un tablado.
Un diácono me refirió su disgusto en esa Misa cuando al acudir con el corporal con las sagradas formas a dar la comunión al público de la plaza se encontró con que el grupo ante él era totalmente de la claque policial, "ni un católico".
Y que en la anterior misa por el alma de Juan Pablo II hubo incidentes con curas a quienes no permitían entrar y él tuvo que protestar fuertemente a un agente que lo seguía en el templo pisándole los talones.
Ahora Estado e Iglesia declaran como prueba de sus magníficas relaciones el otorgamiento gubernamental de algunas procesiones, pero, contradictoriamente con la supuesta razón religiosa de estos actos, los curas ¡no invitan al público a sus actos públicos!
Un sacerdote declaró que en el vía crucis del último viernes de cuaresma en el parque de Córdoba, en La Víbora, hubo más policías que fieles y que consideraba vergonzosa la escasa asistencia.
Y en el vía crucis de La Habana Vieja que presidió el Cardenal Ortega apenas hubo 200 ó 300 participantes cuando se supone es un acto al que deberían haber invitado - y no lo hicieron - a todos los fieles dela Ciudad, de 2 millones de habitantes. El doble o el triple de fieles asistieron a la procesión parroquial de la Milagrosa en Santos Suarez, sólo porque el párroco invitó.
Las Damas de Blanco suelen asistir al vía crucis de La Habana Vieja, en este participaron ocho, y los guardias rodeaban a Monseñor no como la guardia suiza del Vaticano o la del Cardenal Richelieu sino como aviso del terrorismo de estado y símbolo de la desaparecida separación entre la Iglesia y el Estado.
En la relación morbosa entre Gobierno e Iglesia ambos se prodigan en público piropos dulces: nada suizo sino hacerse "los suecos" y "los chinos" sobre la realidad nacional y la esencia sadomasoquista de esa relación Estado - Iglesia.
¿Solicita acaso el Cardenal guardaespaldas al "señor presidente, general Raúl Castro" con quien tiene "buenas relaciones muy positivas y esperanzadoras" o más bien la Seguridad del Estado se los envía por cortesía de la casa? ¿Los guardias en la procesión protegen al Cardenal o le recuerdan que es tan prisionero como al resto de los cubanos? Se conmemoraba la muerte de Cristo, caso de colaboración y acuerdo entre las autoridades religiosas y el poder despótico militar de entonces.
Sería preferible que el Arzobispo de La Habana en lugar de desechar el ejemplo de la visita de Juan Pablo II - tan honrado de labios para afuera como olvidado en su mensaje y cuestiones de principios - fuera custodiado por los suyos: los fieles católicos, a menos que los suyos sean los guardias de la dictadura y no el pueblo.
*Periodista independiente cubano. Colabora para Hablemos Press y Misceláneas de Cuba.
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