diciembre 19, 2021

A propósito del pecado original.

 


Por: Bárbaro Abel Marrero. *

Es necesario reconocer que hay personas creativas en su intento desesperado de desacreditar a la iglesia y el mensaje que esta transmite a nuestra sociedad. La última escaramuza en esta batalla que arrecia contra los cristianos cubanos se patentiza en un artículo del periódico Granma, que atribuye a la doctrina del pecado original (no al pecado mismo, sino a la creencia en la doctrina) la causa de males sociales como el machismo, el racismo, el antisemitismo y la homofobia.

No es novedad que los seres humanos rechacen el concepto de pecado. Esa es una tendencia muy antigua, que alcanzó su cenit en la modernidad, donde se postuló con énfasis la bondad inherente del hombre, en contraste con la enseñanza bíblica que revela nuestra naturaleza pecaminosa. Sin embargo, las dos guerras mundiales y otras atrocidades cometidas por la humanidad se encargaron de refutar contundentemente el idealismo moderno. El ser humano se vio obligado a replantear sus teorías, por lo que la posmodernidad es más cauta en la evaluación de nuestro carácter.

La evidente maldad en los seres humanos ha recibido diversas explicaciones por parte de aquellos que no creen en el pecado original: influencia social, traumas psicológicos, enfermedades mentales, definición arbitraria del bien y del mal por parte de la sociedad... Todas estas hipótesis llevan tiempo en la palestra de las ideas, pero la propuesta de que la causa primaria de los males sociales radica en “el síndrome del pecado original”, con lo cual el periodista parece implicar la creencia en que dicho pecado existe, es realmente innovadora. El corolario de su osada sugerencia sería que, si las personas no creyeran en el pecado original, tal y como lo enseña la Biblia, entonces no existirían el machismo, el racismo, el antisemitismo, ni la homofobia.

Además de simplista y reduccionista, esta conclusión está basada en premisas falsas, que tergiversan burdamente definiciones teológicas, interpretaciones bíblicas, implicaciones sociológicas y realidades históricas. En primer lugar, la concepción que tiene Ernesto Estévez Rams del pecado original es totalmente desacertada, lo cual se hace evidente en el recurrente uso del plural. Ciertamente, esta doctrina es compleja y ha generado diferentes posturas teológicas, pero todas giran en torno al pecado original (único y singular) y no a pecados originales.

Por otra parte, no se requiere de un estudio científicamente riguroso para comprobar que actitudes como las que señala el artículo están presentes tanto en personas que creen en la existencia del pecado original como en algunos de sus más fervientes oponentes. Todos conocemos ateos que desprecian a otros por su origen étnico o racial (algunos inspirados en el Darwinismo). Puedo atestiguar que los profesores y directores de escuela que conocí en mis días de estudiante que mantenían sistemáticamente relaciones sexuales con alumnas de catorce, quince y dieciséis años, no creían en el pecado original. Los que en nuestro país han golpeado brutalmente, arrestado y encarcelado a mujeres solo por expresar un pensamiento político divergente, o por manifestar su desesperación ante el hambre y la necesidad, se mofan de la enseñanza bíblica del pecado original. Los que promueven consistentemente el odio hacia Israel en nuestros medios también desprecian la doctrina del pecado original. Los que enviaron a homosexuales a la UMAP, los arrestaron, los multaron, los golpearon y los han ofendido con palabras soeces, son mayoritariamente personas que rechazan el concepto del pecado original. No entiendo de dónde sale la idea de que tales actitudes predominan entre los que aceptan esta doctrina cristiana clásica.  

El desconocimiento bíblico y teológico por parte del articulista se hace palmario en la afirmación de que la Biblia les asigna a las mujeres una culpa inexpiable, por la transgresión de Eva. Al parecer ignora que, según la Escritura, “el pecado entró en el mundo por un hombre” (Ro.5:12), porque Adán fue quien desobedeció el mandato divino. Además, por medio de la mujer vendría la salvación al mundo, pues su simiente heriría en la cabeza a la serpiente y destruiría así la maldición del pecado (Gn.3:15). Esta es la primera promesa de salvación y en ella la mujer desempeña un papel protagónico, incluso por encima del hombre. Finalmente, se equivoca crasamente el periodista al declarar que la historia bíblica, que califica de “mitológica”, presenta el pecado de la mujer como inexpiable. Esa categoría no existe, porque, aunque todos somos pecadores, Cristo, el descendiente de la mujer que con su muerte en la cruz asesta un golpe mortal a Satanás, provee salvación para todos, sin distinción de pecados ni de sexo. Por tanto, no existe pecado inexpiable, sino solo la negativa obstinada de algunos a apropiarse del perdón que se ofrece universalmente.

La doctrina del pecado original no hace diferencias dentro de la raza humana porque precisamente el significado de ese concepto teológico es que todos heredamos el pecado de nuestros primeros padres, el cual se transmite ineludiblemente de generación en generación. Nadie queda exento, todos somos portadores de la letra escarlata. Algunos la exhiben por fuera, como la joven adúltera en la célebre novela de Nathaniel Hawthorne, y otros la llevan por dentro; pero nadie se libra del estigma del pecado.

El mensaje del evangelio no es exclusivista ni discriminatorio, sino que nos condena a todos, al mismo tiempo que nos da esperanza a todos. La definición bíblica del pecado original, juntamente con su solución, la encontramos en Ro.5:19: “Porque, así como por la desobediencia de un hombre [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno [Cristo], los muchos serán constituidos justos”. A los pies de la cruz todos estamos al mismo nivel. Felizmente, la Biblia no solo enseña que todos somos pecadores, sino también que todos podemos ser salvos.

Sin dudas, el origen de todo problema humano está en el pecado, que no es una invención humana, ni una doctrina ficticia, sino una realidad ontológica; pero la solución está en Cristo y no en poner a pelear a un grupo de ciudadanos contra otros. ¡Cuán saludable sería que se pudiera hablar en nuestros periódicos de lo que verdaderamente enseña la Biblia, en lugar de seguir dibujando caricaturas grotescas de su mensaje! Sabemos que en estos momentos eso es una utopía, como también lo es pensar que los cristianos cubanos recibiremos algún día una disculpa pública, un acto de desagravio ante tantas ofensas, o al menos que se nos conceda el derecho a réplica, como un acto elemental de decencia y de honestidad intelectual.

Según el periodista de Granma, nuestros problemas sociales son el resultado de creer en la doctrina del pecado original, por tanto, si se elimina ese pensamiento, todos los problemas de discriminación desaparecen ipso facto. Me surge entonces una pregunta, si él no cree en el pecado original, si no ha sido infectado por ese “síndrome”, ¿de dónde surge su deseo de segregar y condenar al ostracismo a los millones de seres humanos que en Cuba y en el mundo creen en la autoridad de la Biblia? ¿Será acaso que existen otros síndromes?

Fuente: Facebook

*Rector del Seminario Bautista de La Habana. Ph.D. in World Christian Studies in Southwestern Baptist Theological Seminary, Fort Worth, Texas. Ministerio Pastoral y Teología en Seminario Teológico Bautista de la Habana "Rafael Alberto Ocaña". Reside en Ciudad de la Habana, Cuba.

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