Nadie debería hacer huelga de hambre. Tampoco nadie debería ayunar y mucho menos nadie jamás debió ir voluntariamente a alguna cruz. Pero vivimos en un mundo que ha requerido tales sacrificios y afortunadamente han existido hombres dispuestos a realizarlos.
El 2010 quedará inscrito en los anales de la historia como el año en que dos huelgas de hambre realizadas hasta las últimas consecuencias estremecerían a una de las dictaduras más aferradas al poder de todas las que han pasado por la vilipendiada América Latina. Dos hombres negros, nacidos en los primeros años de la épica revolucionaria serían los protagonistas de tal hazaña lo que sorprende mucho tratándose de un régimen que una vez se dijo haber nacido para hacer justicia a seres como ellos. Martirizado uno, sobreviviente el otro, quedarán ambos unidos para siempre como los dos negros que hicieron temblar a un sistema autocrático y endiosado.
Tal ha sido su resonancia que el pasado 15 de diciembre una silla vacía fue el testimonio de ambos ante el pleno del Parlamento Europeo cuando los eurodiputados, de todos los partidos de izquierda y derecha de Europa, representantes de los 500 millones de ciudadanos de la Unión Europea, realizaron la ceremonia de entrega del premio Andréi Sájarov a Guillermo Fariñas reconociendo su lucha pacífica ardua y tenaz con una epopeya de 23 huelgas de hambre y 11 años de prisión a sus maltratadas espaldas.
Foto de la derecha: Guillermo Fariñas saluda desde su cama en el Hospital al Pastor Lleonar, foto del autor del articulo.
Tras enterarme de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, que pudo haber sido perfectamente evitable, y de la que el Coco había comenzado como protesta y en reclamo de la liberación de 26 presos en depauperado estado de salud; fui a visitarlo en su residencia en Santa Clara con el propósito de hacerle desistir de tal empeño, a mi humano juicio condenado al fracaso desde el principio; el cerró mi boca con argumentos tan fuertes como Juan 15.13: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos»; Romanos 5.6-8: «Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.», e Isaías 58.6: « ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo ?». Entonces comprendí que me encontraba ante alguien tan evangélico como yo, y lo que era más, por primera vez en mi vida, ante alguien verdaderamente dispuesto a morir por un ideal digno. Para el Coco su vida era totalmente secundaria al lado de sus ideas y férrea voluntad humanitaria. Me hizo avergonzar y recordé las palabras de Jesús como advertencia de que si nosotros calláramos las piedras hablarían. Era muy difícil que alguien como el Coco pudiese ser miembro de cualquier iglesia en Cuba, algunas meras visitas suyas a la Primera Iglesia Bautista de Santa Clara bastaron en el pasado para que la Oficina de Asuntos Religiosos, mano política de la dictadura para entrometerse e interferir en los asuntos de las iglesias cubanas, temblase de ira y ensañamiento. Hasta hoy, y a pesar de la jubilación de su valiente pastor Homero Carbonell esta paradigmática iglesia cubana se encuentra sancionada, sus cuentas monetarias estuvieron congeladas en el banco por algún tiempo y todavía le es negada la visa religiosa a cualquier extranjero que la solicite para visitar dicha congregación. Pero lo importante es que no obstante a las dificultades para ministrar a alguien tan sui géneris como Guillermo Fariñas en su corazón mora el Espíritu de Dios.
Ante una respuesta tan evangélica y contundente como la que recibí, una de las mayores lecciones teológicas que haya tomado en toda mi vida, no me quedó otra opción que la de orar encarecidamente por dos grandes milagros intrínsecamente relacionados: que el Coco no muriese a pesar de su determinación a realizar un ayuno total hasta las últimas consecuencias; y que los 26 presos enfermos fuesen liberados como condición para que mi primera petición fuese concedida. Muchos de los hermanos que conocían de mi nuevo empeño me aconsejaban que desistiera de tal obstinada intercesión, recibía todo tipo de argumentos en contra, pero en todos estaba tristemente presente la incredulidad en un Dios para quien no hay nada imposible.
Cada día de la huelga del Coco fue una jornada mía de oración por él y por los presos, todos los días en lo reservado de mi alcoba, a veces hecho público como en las mesuradas palabras que pude pronunciar el día 28 del total de 135 de la huelga de Guillermo en la Conferencia Agua de Vida auspiciada por la Alianza Bautista Mundial el 23 de marzo, o en la oración pública que dirigía una o dos veces por semana en el Hospital donde languidecía el Coco en una cadena de oración que unía a diversas personas que tomadas de las manos iban a visitarlo aprovechando los horarios establecidos para ello.
Cuando al mediodía del jueves 8 de julio tuve el privilegio de dirigir la oración de acción de gracias en una cadena gigante en el patio a la entrada del Hospital Arnaldo Milián, justo al hacerse público el fin del ayuno del Coco tras la anunciada liberación de los presos por parte del gobierno y hasta publicada en el diario Granma de ese día, comprendí que Dios había realizado los prodigios tan descreídos. El mismo Guillermo aquella tarde y en una conversación telefónica que sostuvimos lo reconocía: estábamos ante un verdadero milagro y él concedía toda la gloria a Dios por ello.
Esta es la historia de la cobeligerancia pacífica en la que por designios divinos me vi involucrado de la noche a la mañana. Cobeligerancia a la que por esas rarezas de los llamamientos divinos yo no podía decir que no y de la que, a pesar de todas las consecuencias que aún puedan cernirse sobre mi vida, familia y ministerio, jamás me avergonzaré. Más bien doy gracias a Dios por haberme permitido a mí, indigno de cualquier afecto y elección suya, vivir un capítulo tan importante de la historia cubana representándolo a Él.
Cuando el pasado día 15 durante la impresionante ceremonia de la entrega del Sájarov fue leída la certera carta que el Coco dirigía al Parlamento Europeo no me extrañó que en ella hablara de perdón y amor a sus adversarios políticos imitando a Jesucristo según explícitamente refirió. Fueron el eco de sus palabras antes dichas en numerosas entrevistas entre las cuales cito una que le realizara el sagaz periodista Reinaldo Escobar: «El castrismo aspiró a ser una religión, y aunque cada día menos, todavía para alguna gente lo sigue siendo. Compitió con la iglesia en el plano de la adoración… De lo que poca gente se da cuenta es que en esos días (los del ayuno) el gobierno se sintió desestabilizado frente a la mancomunión de voluntades que se produjo… Este premio debe servir también para comprender que Dios existe. Desde el punto de vista médico todo indicaba que yo debía morir. Creo que Dios no quería y que no lo quiso para que yo pudiera perdonar a mis enemigos, como me ha enseñado Cristo: amar a mis enemigos. Yo era un adolescente de unos doce años cuando entré a la escuela militar “Camilitos”, allí me enseñaron a odiar, odiar a los enemigos, a los yanquis, a los capitalistas. El verbo odiar era recurrente. Si algo me ha enseñado esta lucha pacífica es el verbo amar. Hay que amar a los adversarios políticos porque el amor que nosotros les profesemos a ellos es lo que nos va a hacer triunfar. Sin amor no vamos a triunfar."
Pase lo que pase ya todo esto es historia, pero no solo simple historia terrenal, la mano de Dios estuvo involucrada en el asunto como una señal de su profundo amor por esta tierra y como un preámbulo de que a esta isla le está llegando un nuevo amanecer.
*Pastor Bautista radicado en Cuba. Miembro de la Convección Bautista de Cuba Occ. Desempeña su ministerio en la Iglesia Bautista de Taguayabón, VC, Cuba.
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