Homilía
Misa del Gallo 2022. IGLESIA DE NTRA. SRA. DE FÁTIMA. Varadero. Cuba
Padre
Jesús Marcoleta
Queridos hermanos y
hermanas:
En
esta noche santa y buena quiero comenzar deseándoles muchas felicidades a todos
ustedes que han venido a escuchar este concierto de Nuestra América y a celebrar
la santa Misa porque hoy es Navidad. Les deseo muchas felicidades a todos
ustedes y a los que quedaron en sus casas.
Feliz
Navidad les deseo a los enfermos, a los que están próximos a ver a Dios cara a
cara, a los que hoy les toca estar de guardia en los hospitales, en la
seguridad de las calles, en las fronteras, en las emisoras de radio y
televisión.
Feliz
Navidad les deseo a los presos, no importa hoy el delito, porque la Navidad no
es día de juicio sino jornada de amor y libertad.
Feliz
Navidad a los viejos que no saben qué hacer con sus lágrimas, porque los han
dejado solos sus hijos, sus nietos; porque sus hijos, sus nietos se han ido
cruzando fronteras y mares y ya llegaron, o no han llegado o nunca más
llegarán.
Feliz
Navidad para los que no creen en Jesús, para los que negaron a Jesús y su
Navidad y sus fiestas, y sus luces, y sus regalos, y sus dulces, y su comida en
familia y hoy se asombran de que los jóvenes, los más jóvenes prefieran vivir
Halloween porque ya no saben, no hubo quien les mostrara el camino de la
Navidad.
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Padre Jesus Marcoleta. |
Aquí
en Varadero, ciudad cosmopolita y abierta al mundo, quizás nos resulte difícil
entender que la Navidad de Jesús, aquel primer llanto y aquella primera sonrisa
del Rey, haya tenido lugar en un rincón escondido, fuera de los itinerarios
turísticos del mundo.
Pero
todo sucedió en el silencio, todo se abrió paso en el recogimiento del
misterio. Dios hizo su entrada en el mundo de los hombres al abrigo de una casa
tranquila. Dios no buscó un gran palacio ni el templo inmenso construido por
manos humanas, sino a María-casa-de-Dios. Ella se turbó ante el ángel. Ella
ofreció el silencio de su virginidad para que se escuchara la luz de la
Palabra. Ella, sí, ella humilde sierva, la madre del Rey eterno.
María
acepta, obedece y se rinde en fe a Dios y el fruto de Dios irá creciendo en su
interior hasta que la Navidad brote para que pueda Dios poner su morada entre
pequeños y humildes, y en su opción de paz y de justicia nos bañe a todos de
alegría.
Estar
ante el pesebre, decía el papa santo Pablo VI, es siempre cordialmente
estupendo y siempre nos fascina. Uno se puede detener ante él como un niño y
pasar tiempo y tiempo, contemplándolo todo, mirándolo todo, preguntándolo todo.
Pero
la Navidad exige un paso más, exige preguntarse por su significado aquél y por
su querer decir hoy, por su valor y el valor de sus detalles para que no se nos
quede en oropeles y comida.
He
invitado mucho este año a celebrar la Noche Buena porque la pienso como una
necesidad de vida ante el hundimiento en la tristeza. He invitado a celebrarla
como antídoto, para encender los horizontes donde Dios permanece gritándonos al
corazón que no es la muerte, ni la mentira, ni el odio sino la vida, la verdad
y el amor las que tienen la última palabra.
¡Qué
año tan duro, Dios mío! Este ha sido el año del hotel Saratoga y de la base de
super tanqueros; el año del ciclón sobre Pinar del Río y el de los
interminables apagones. Este ha sido el tiempo en que, por primera vez, en más
de quinientos años de tradición jurídica, a los padres cubanos le diluyeron la
patria potestad sobre sus hijos en un extraño concepto de responsabilidad
parental. Un año escaso en alimentos, en medicamentos y en insumos
hospitalarios.
Pero
sobre todo lacera y duele que tantos hombres
y mujeres buenos, que tantos niños, adolescentes y jóvenes buenos, que tantos
negros y blancos buenos se hayan marchado, se estén marchando, se van a marchar
porque, como expresan “aquí ya no hay quien viva”. Y ellos son “la dulce
esperanza de la patria” en el bien decir del padre Félix Varela.
Se
han ido los brazos jóvenes, los médicos, los maestros, los ingenieros, nosotros
los pastores, los artistas, los escritores, los deportistas, los militares. Se
van lo que vivían su vida tranquila y los que vivían delatando. Los pacíficos y
los que vivían machucando a los demás. Los confiados y los temerosos de pagar
con su libertad el expresar su pensamiento discordante.
Ruego
me perdonen los que no quieren escuchar hoy y aquí estas cosas, o los que no
quisieran escucharlas nunca; pero es que nunca desearía se repita aquella
sentencia terrible del siglo XIX, pronunciada con apoyaturas en la realidad de
que la religión es el opio de los pueblos.
Hoy
se nos cuenta la genealogía de Jesucristo para decirnos que el Mesías, cuya
Navidad celebramos, representa el fruto de un trabajo oculto, en el que Dios
escribe derecho entre renglones torcidos, y en el que lleva adelante su
proyecto de salvación haciendo de nosotros los colaboradores de una obra que
nos supera.
Hoy
quiero pedirte, Señor y Dios mío, que nos abramos todos al regalo, al don de tu
amor. Que no tengamos miedo de abrir las puertas de nuestros corazones y de
toda Cuba a Cristo, como hace veinticinco años nos urgió a hacerlo san Juan
Pablo II.
Que
al abrirte las puertas nos alcance la libertad de los hijos de Dios en nuestras
metas, en nuestros emprendimientos, en la expresión de nuestros pensamientos y
en la posibilidad de asociarnos para alcanzar los bienes comunes.
Que
al contar también las genealogías propias las pueda soñar, realizar en fe y en
esperanza en mi propia tierra, porque ya no tenga que mirar la historia como el
eterno retorno de las fatalidades antiguas, sino como la misteriosa avanzada
del designio del amor de Dios.
A todos:
¡Feliz Navidad!