
Por: Yoaxis Marcheco Suarez.*
Tal vez el nombre verdadero de María Pepa, era María Josefa, pero todos, quienes la querían y quienes no, jamás le decían su nombre verdadero. María Pepa era una mujer cristiana, metodista, nunca tuvo hijos y había enviudado pocos años después de haber contraído matrimonio con el único hombre al que amó. Era una cristiana muy activa y aun cuando la vejez y la enfermedad le impidieron seguir congregándose en el templo con los demás hermanos, esta mujer no paró de predicar y de incidir con su vida a otros para llevarlos a los pies de Cristo. Fue con ella que comencé a dar mis primeros pasos en la fe, era una niña y estudiaba en la escuela primaria que quedaba justo al lado de su casa, al fondo de su patio que colindaba con el de nuestra escuela, había una gran mata de tamarindos, los niños siempre queríamos comernos los tamarindos cuando todavía estaban verdes y María Pepa con la mayor paciencia de este mundo nos explicaba, que así la fruta no era sabrosa y que no nos preocupáramos porque ella había sembrado aquella mata para los niños de la escuela, que en cuanto maduraran todos comeríamos. Con este cariño infinito aprovechaba y nos hablaba de Jesús y nos invitaba a la iglesia, la mayoría no aceptaba la invitación porque en aquellos tiempos ir a la iglesia era como cometer algún delito, las personas no se acercaban a los templos evangélicos o católicos por temor a no marcarse y si lo hacían, iban casi que a escondidas para no ser perjudicados. Solo cristianos firmes y consagrados como María Pepa continuaban asistiendo y predicando, sin miedo, valientes y decididos en el amor de Cristo.
Hombres y mujeres de valor como María Pepa fueron los puntales de las iglesias cubanas, ellos continuaron predicando la Palabra de Vida en medio de la adversidad y de las tinieblas, a ellos debemos en gran manera los cristianos de hoy nuestra sobrevivencia. El Dios de los Siglos prevaleció, como lo hará aun en el fin de los tiempos, él se encargará de hacer justicia perfecta y verdadera a su pueblo. María Pepa falleció a inicios de la década del noventa, nunca olvido el momento de nuestra despedida cuando yo marchaba para estudiar en la Universidad de La Habana, puso sus manos sobre mi cabeza y con los ojos cerrados oró al Padre: “Amado Dios da valor a esta tu hija para que por encima de todas las cosas de este mundo ella permanezca fiel a ti, en el nombre de nuestro Redentor, amén”, un abrazo y un adiós definitivo sellaron la última ocasión en que nos veríamos en esta vida. Pero la dulcísima voz de mi valiente maestra de escuela dominical suena como un manantial de agua viva en mi memoria.
*Profesora en el Seminario Teológico Bautista Luis Manuel González Peña .Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de la Habana y Máster en Teología por el Seminario Evangélico Los Pinos Nuevos y por la Facultad Latinoamericana de Estudios Teológicos (FLET, hoy Laurel University).Apoya el trabajo profético ante el sistema de su esposo el pastor Mario Félix Lleonart y ha publicado en diversas publicaciones digitales tales como Religión en Revolución y Conexión Cubana.
2 comentarios:
Querida hermana:
Gracias por traernos este recuerdo de sus primeros anos en Cristo. Asi fue tambien mi maestra de Escuela Dominical y asi tambien fue mi madre amada. Cuantas gracias le damos al Senor, porque en medio de tantas dificultades, aquellas valientes mujeres de Dios fueron fieles al llamado que Dios les habia hecho. Y hoy nosotras somos el fruto de aquella labor. A dios sea la gloria. Saludos y Shalom.
Que bonitos recuerdos de tus inicios como cristiana.
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