A Raúl Castro Ruz en el XX aniversario de la Misa por la Patria
presidida por San Juan Pablo II y las palabras de Mons. Pedro Meurice en la
Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba, el 24 de enero de 1998.
El pasado primero de enero se ha conmemorado el 59
aniversario del triunfo de una Revolución. Una Revolución necesaria ante las
atrocidades cometidas impunemente por un poder que se había vuelto contra este
pueblo. Muchos lucharon y muchos murieron por dar a sus hijos una Cuba donde se
pudiera vivir en libertad, en paz y prosperidad.
Hoy, casi seis décadas después, tenemos argumentos
suficientes para evaluar qué hemos vivido en nuestra tierra.
Desde la institucionalización del Partido Comunista
como el único partido autorizado a existir, nunca se ha permitido a este pueblo
alzar una voz diferente, antes bien, toda voz diferente que ha intentado
hacerse oír ha sido silenciada.
Este estilo totalitario ha permeado cada capa de la
sociedad. Los cubanos saben que no tienen libertad de expresión, se cuidan para
decir lo que piensan y sienten, porque viven con miedo, muchas veces incluso,
de aquellos con quienes conviven cada día: compañeros de escuela, de trabajo,
vecinos, conocidos y familiares. Convivimos en un entramado de mentiras que va
desde el hogar hasta las más altas esferas. Decimos y hacemos lo que no creemos
ni sentimos, sabiendo que nuestros interlocutores hacen lo mismo. Mentimos para
sobrevivir, esperando que algún día este juego termine o aparezca una vía de
escape en una tierra extranjera. Jesucristo dijo: “la verdad los hará libres”. Queremos vivir en la verdad.
El monopolio y control de los medios de comunicación
social hace que nadie pueda acceder a medios públicos de comunicación de modo
libre. Del mismo modo, no existe, una educación alternativa. Todo niño cubano
tiene la obligación de escolarizarse y acceso a la escuela, pero a un solo
modelo de escuela, a una sola ideología, a la enseñanza de un único modo de
pensar. Los cubanos tienen el derecho a tener alternativas educacionales y
opciones para la educación del pensamiento, los padres cubanos tienen el
derecho a elegir qué tipo de educación desean para sus hijos.
Es lamentable el desamparo económico que vive este
pueblo, obligado por las circunstancias a mendigar la ayuda de familiares que
lograron marchar al extranjero o a los extranjeros que nos visitan; a aplicar
la justa compensación o a robar todo lo que puede, renombrando al robo con
palabras delicadas que ayuden a la conciencia a no mostrarse en toda su
crudeza. Muchas familias carecen de una economía mínimamente estable que les
permita adquirir serenamente lo básico para vivir. Comer, vestir y calzar a los
hijos es un problema cotidiano, el transporte público es un problema, incluso
el acceso a muchos medicamentos es un problema. Y en medio de este pueblo que
lucha por sobrevivir, se inserta el sufrimiento callado de los ancianos, muchas
veces silenciosamente desprotegidos. ¿Cómo se puede decir que es del pueblo, el
capital que el pueblo no decide qué se hace con él? ¿Cómo mantener las
necesarias instituciones públicas si no se cuenta con los recursos necesarios?
¿Por qué se invita a que vengan extranjeros a invertir con su dinero y no se
permite invertir a los cubanos en igualdad de oportunidades? Los cubanos tienen
derecho a participar como inversores en la economía y en las negociaciones de
nuestra patria.
Y a todo esto se suma la falta de libertad religiosa.
La Iglesia es tolerada, pero no deja de ser vigilada y controlada. Se reduce la
plena libertad religiosa con una controlada libertad de permisos de culto. Los
cristianos pueden reunirse a compartir su fe, pero no les es permitido
construir un templo. La Iglesia puede hacer procesiones e incluso misas
públicas, pero siempre a condición de un permiso expreso de las autoridades
que, de no otorgarlo, no permite apelación ni da explicación. La Iglesia puede
alzar su voz en los templos, pero no tiene acceso libre a los medios masivos de
comunicación y, en los escasos momentos en que esto ocurre, es siempre bajo
censura. Los laicos son censurados cuando intentan aplicar a la práctica
política y social su fe.
Esta dinámica social que ha resultado en Cuba, ha
olvidado a la persona, su dignidad de hijo de Dios y sus derechos inalienables;
casi 60 años después de que este pueblo creyera en un ideal que siempre se
pospone y nunca se realiza. Cuando alguien cuestiona, cuando alguien alza la
voz, sólo encuentra vulnerabilidad y exclusión.
Queremos un país donde se respete más la vida desde su
concepción hasta la muerte natural, donde se fortalezca la unión de la familia
y se cuide el matrimonio entre un hombre y una mujer; en el que las pensiones
alcancen a nuestros ancianos para vivir; en el que los profesionales puedan
vivir dignamente con sus salarios; en el que los ciudadanos puedan convertirse
en empresarios y haya más libertad de trabajo y contratación para los
deportistas y artistas. Los jóvenes cubanos deberían encontrar posibilidades de
trabajo que les permita desarrollar sus talentos y capacidades aquí y no vean
como única salida irse de Cuba.
Tenemos una legalidad supeditada a un poder, la
ausencia de un “Estado de Derecho”. Se hace imprescindible la clara distinción
e independencia de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.
Queremos que nuestros jueces no sean presionados, que la ley sea orden, que la
ilegalidad no sea una manera de subsistir o un arma de dominio. Que nuestro
Capitolio se llene de legisladores que, con pleno poder, representen los
intereses de sus electores.
Nuestro pueblo está desanimado y cansado, existe un
estancamiento que se resume en dos palabras: sobrevivir o escapar. Los cubanos
necesitan vivir la alegría de “pensar y hablar sin hipocresía” con distintos
criterios políticos. Estamos cansados de esperar, cansados de huir, cansados de
escondernos. Queremos vivir nuestra propia vida.
Esta carta tiene también un propósito, que es un
derecho: Queremos elegir en libertad. En Cuba hay votaciones, no elecciones.
Urgen elecciones donde podamos decidir no sólo nuestro futuro, sino también
nuestro presente. Ahora se nos invita a “votar”, a decir “sí” a lo que ya
existe y no hay voluntad de cambiar. Elegir implica, de por sí, opciones
diferentes, elegir implica la posibilidad de tomar varios caminos.
Si escribimos esta carta es para evitar que un día,
por alguna circunstancia, Cuba se sumerja en cambios violentos que sólo
añadirían más sufrimiento inútil. Todavía tenemos tiempo de hacer un proceso
progresivo hacia una pluralidad de opciones que permita un cambio favorable
para todos. Pero el tiempo se acaba, apremia abrir la puerta.
De nada sirve ocultar la verdad. De nada sirve fingir
que no pasa nada. De nada sirve aferrarse al poder. Nuestro Maestro Jesucristo
nos dice a los cubanos hoy: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero,
si arruina su vida?” Estamos a tiempo de construir una realidad diferente.
Estamos a tiempo de hacer una Cuba como la deseaba Martí: “con todos y para el
bien de todos”.
A la intercesión de la Virgen de la Caridad, Patrona
de Cuba, nos encomendamos. Ella, Madre de todos los cubanos, interceda ante el
Señor de la historia que, como dijo en Cuba, Su Santidad Benedicto XVI: “Dios
no solo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla”, para que
podamos elegir siempre el bien mayor para todos.
Padre Castor José Álvarez de Devesa, Cura del Modelo, Camagüey
Padre José Conrado Rodríguez Alegre, Párroco de San Francisco de Paula,
Trinidad, Cienfuegos
Padre Roque Nelvis Morales Fonseca, Párroco de Cueto, Holguín