“El pueblo no tiene porqué vivir una espera sin
esperanza, porque sí son posibles los cambios y porque sí podemos hacer los
caminos para realizarlos.” Oswaldo Payá Sardiñas
Vivo en un
país con una tendencia patológica al desaliento. No es culpa de nadie en
particular. Un régimen totalitario y 53 años de doctrina del odio sumen a las
personas en un estado de decepción del cual todos somos víctimas y cómplices.
Mas lo único absoluto en mi patria es el poder al que un grupo en vano se
aferra desesperada y perversamente.
Foto a la derecha: Rosa Ma. Payá Acevedo.
Estoy convencida, el mayor de los peligros para este
régimen es la esperanza. Esa que nos conecta con el futuro y nos permite poner
en tela de juicio la perpetuidad del orden de las cosas. Esa inquietud que no
buscamos tener, la duda que nos sorprende y nos ilusiona, la que nos humaniza.
Es una idea que asusta, asusta tanto que en mi pobre país muchos prefieren
ignorarla y hasta renegar de ella, huir.
La esperanza. Mueve al compromiso, te obliga a
participar, te coloca en el centro de la acción, es la posibilidad de controlar
tu vida. Aquello por lo que se juega uno la vida, pues todos lo saben o lo
intuyen, es una peripecia que, en mi tierra de hecho, puede matarnos.
En esta Isla poblada por nuestras almas, enfermas de
miedo y de inmovilismo, pero almas al fin, puede ocurrirle a cualquiera. Tengas
20 o 70 años, seas miembro del partido comunista (único legal desde haces
décadas) o estés tratando de salir del país. Una palabra, un gesto, una muerte,
una vida, un evento, una historia, pueden hacerte despertar. He visto, por
ejemplo, cómo la represión ejercida para silenciar provoca el efecto contrario.
La injusticia se vuelve motivación de lucha en el corazón y la palabra del
oprimido, y lo que es aun más subversivo: conmueve al otro que observaba de
lejos y con la ventana entreabierta.
He encontrado razones para confiar, en los lugares
más insospechados. En la chica que atravesó una ciudad con su bebé a cuestas
para contar que su esposo estaba preso en casa, que los oficiales de la
seguridad del estado le prohibían salir y que media ciudad de Bayamo estaba
sitiada, mientras se juzgaba a puertas cerradas a un (ciudadano español)
inocente, por la muerte de aquellos dos, que convirtieron el cambio y los
derechos de todos en el objetivo de sus fatigas. Son mi padre Oswaldo Payá
Sardiñas y mi amigo el joven líder del MCL Harold Cepero.
He hallado fuerzas en medio de la subvalorada
pobreza de mi pueblo, hecho que el último huracán ha dejado evidenciado y
extendido en el oriente del país, cuando aquel que ya no tiene nada que perder,
descubre que puede ganarlo todo. No pretendo una frase perfecta, menos cuando
se trata de la miseria de la gente.
En las sociedades sanas la esperanza puede
relacionarse con la realidad a través de proyectos concretos que se lleven a
cabo con la participación de muchos de sus miembros. En Cuba, también. Solo que
la participación equilibrada no está garantizada, es más bien perseguida y
pervertida por las autoridades, por lo que exige una cuota mayor de riesgo,
sacrificio y voluntad. Cualquier acción espontánea es peligrosa, y más cuando
está ordenada a la persecución de la democracia, cuando escapa de la masa y
adquiere propiedades individuales o matices de solidaridad.
Ciertas acciones, sin embargo, son irremediablemente
liberadoras. En los últimos tiempos he sido testigo de algunas, he visto cómo
se multiplican y transforman la existencia de sus protagonistas. He vuelto a
encontrar motivos para esperar lo bueno en el viejo campesino que lee el
Proyecto Heredia (iniciativa ciudadana de cambio legal), se lo muestra a sus
nietos y lo suscribe con letra torpe para exigir al Gobierno que la ley
reconozca sus derechos. En el joven que toma sus pinturas de spray y recorre
las madrugadas de La Habana embarrando los muros estatales con frases de
libertad. En todos esos que no conocía, que también sufren y aún se acercan
para decir: quiero ayudar.
Tal vez lo que aquí narro te toca demasiado lejos o
te resulta prescindible. Más allá de las contradicciones y los puntos de vista,
si te he contagiado algo de esa inquietud, vivas donde vivas y tengas la edad
que tengas, para mí, es suficiente. Por ahora…
*Nació en La Habana el 10 de enero de 1989, es
Licenciada en Ciencias Físicas y militante del Movimiento Cristiano Liberación
(MCL). La mirada de una joven que lucha a diario por una Cuba libre y
democrática en la que quepan todos, en la senda trazada por su padre Oswaldo
Payá. Edita el Blog Desde La
Habana.
1 comentario:
La esperanza nunca se pierde porque puede ser el único vínculo que nos mantenga aferradas a la vida.
Cuba ha de lograr su propósito de ser para todos y no propiedad personal de una mafia criminal.
Cuba ha de ser con todos y para todos con la responsabilidad de todos.
Dios y la Patria volverán a reinar en el corazón de los cubanos.
Un saludo al blog y a sus editores después de muchos días sin venir.
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