Adorar a la
estatua espiritual (II)
“Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es
pecado”, sentenció
Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo en su epístola. Varios siglos
han pasado, en los que al parecer, parte de la iglesia de Jesucristo ha
olvidado que Su Señor, Salvador y Redentor, es el mismo ayer, hoy y por los
siglos, la llamada Dispensación de la Gracia ha contribuido de cierta manera a
que olvidemos la inflexibilidad de la naturaleza divina en cuanto al pecado y
la inmutabilidad de Dios.
Al escribir Santiago su epístola a las doce tribus que estaban en la
dispersión –entiéndase el pueblo de Dios-, le escribía a una iglesia
que al parecer se estaba destruyendo al estar bajo presión, razón por la cual
se fraccionaba en disputas ociosas. Es en este contexto, donde se destaca lo
imperecedero de esta epístola y su preponderancia para la iglesia actual, donde
el pecado ejerce, cada día, más presión sobre el mundo y, este a su vez sobre
la iglesia por lo que resulta ineludible que como hijos de Dios y herederos
demos el pecho a dicha presión y no nos deshonremos con el mundo.
Nabucodonosor, el rey del imperio babilónico, ordena
erigir una estatua de unos 28 metros de alto por unos 3 de ancho, no se precisa
si era de él o representaba al dios que adoraba, podría simbolizar el abuso de
la religión mientras exaltaba su propio poder o ser usada con fines políticos,
al fin y al cabo era una estatua y había que rendirle adoración.
Dios en Su Palabra nos enseña que como creyentes debemos obedecer,
honrar y orar a quienes nos gobiernan, eso está claro pero, mucho más claro debería
estar el hecho de que tenemos como deber supremo amar a Dios con todas nuestras
fuerzas, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todo nuestro
corazón, este es el primer y más grande mandamiento.
A Daniel y sus amigos de nada les servía sus encumbradas
posiciones en el gobierno, estaban ante una disyuntiva: obedecían al rey de
Babilonia o al Dios de sus padres, obedecer a Nabucodonosor significaba negar
al Dios de sus padres, era adorar la estatua o enfrentarse a un horno de fuego
ardiendo, garantizar la existencia terrenal o sacrificar la eternidad.
Hoy, a la iglesia de Jesucristo de nada le vale sus
encumbradas posiciones sociales, grandes y majestuosos templos ubicados en
lugares céntricos, tecnologías de punta, miles de miembros, planes sociales de
ayuda, es adorar al príncipe de este mundo o adorar al Dios de Abraham, de Isaac,
de Jacob y de Israel.
Marcha Gay en La Habana, los participantes llevan fotos del Comandante en Jefe |
Ante la iglesia se erige una estatua, una estatua
espiritual que simboliza la rebeldía y desprecio hacia Dios y la corona de Su
creación: el ser humano. El homosexualismo, un pecado que ejerce cada día más
presión sobre un mundo que tiene cauterizada su conciencia y entenebrecido el
entendimiento, un mundo que a lo malo dice bueno, un mundo que se comporta de
manera irracional, un mundo que detiene con injusticia la verdad.
El ser humano, hecho a imagen y semejanza divina, sufre
el más acérrimo embate desde el mismo reino de las tinieblas, una degradación y
depauperación sin precedentes históricos, no es suficiente echarse hombres con
hombres y mujeres con mujeres, deshonrando entre si sus propios cuerpos en
pasiones vergonzosas, encendidos en su lascivia, no es suficiente vestirse como
lo que, biológicamente no son, es necesario alcanzar el punto máximo de la
perversión: como tratamiento de la transexualidad: la cirugía de reasignación
de sexo.
El homosexualismo, cobra hoy más fuerza que nunca, devora
cada día más almas que se creen libérrimas águilas, cada minuto gana terreno en
lo concerniente a la vida social, cultural y política de nuestro país, que necesitado
de héroes para subsistir los viste de sol y los levanta sobre su cabeza.
Con salir a la calle podemos, lamentablemente ver convertidos
al homosexualismo incipientes jóvenes que apenas su organismo ha alcanzado la
madurez del desarrollo biológico, psicológico y emocional y son, por ende, los
blancos más vulnerables en esta guerra en contra de la familia como único
fundamento de la sociedad, ¿Qué futuro depara a esta nación dentro de unos
años?
El homosexualismo es la estatua espiritual que se está
levantando en Cuba en pleno siglo XXI, quiéralo o no, tenemos un compromiso con
Dios, un llamado al que responder, debemos recordar que la amistad con el mundo
es enemistad con Dios y, al igual que Daniel y sus amigos nos toca escoger si
adoraremos la estatua o adoraremos al Único y Sabio Dios, obedeceremos al rey
impío y pagano u obedeceremos a Jesucristo ante quien, un día, se doblará toda rodilla y toda lengua
confesará que Él es el Señor para la gloria de Dios Padre.
La venida del Hijo del Hombre está a las puertas, resta
de nosotros conservarnos puros, sin manchas ni arrugas, sin hacernos
copartícipes de pecados ajenos, esta perfección amados hermanos en el Señor, no
se alcanza con una iglesia lánguida y pusilánime a la sobra de una calabacera,
porque ciertamente ellos morirán por su pecado pero, su sangre Dios la
demandará de manos de aquellos que no amonesten al impío.
Permítanme terminar con la siguiente frase escrita hace
más de 400 años, por un hombre que, en su tiempo desafió al poder hegemónico eclesiástico,
tradicional, religioso, oficialista, prefiriendo se le condenara por herejía y
fuese ejecutado por estrangulamiento y luego quemado en público, su pecado:
Traducción al Inglés del Nuevo Testamento.
“Cuando la fe no produce amor, y el dogma, por
ortodoxo que sea, no tiene relación con la vida; cuando los cristianos se
sienten tentados a conformarse con una religión centrada en sí misma, y dejan
de percibir las necesidades sociales y materiales de otros; o cuando por su
modo de vivir niegan el credo que profesan y se muestran más inclinados a
buscar la amistad del mundo que la de Dios, entonces la Epístola de Santiago
tiene algo que decirles que pueden rechazar si lo desean pero a su propio
riesgo.”[1]
Alejandro
Hernández
Pastor.
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