“No te
inclines ante ningún ídolo, no ofendas ninguna creencia”. Jamás olvido esta, una de las muchas expresiones,
bellas y edificantes, de Rabindranath Tagore. Viene al caso la cita porque
quiero delimitar mi criterio, muy personal, en torno al polémico asunto que
ocupa este comentario.
Pura coincidencia, el obligado repaso histórico
comienza por esa inmensidad, llamada con justicia subcontinente, que es La
India. Tagore nació en Calcuta, Bengala, en 1861. Hacia el extremo opuesto de
su país, en Bombay, 86 años después, llegó en la medianoche el “alumbramiento”
de Ahmed Salman Rushdie.( foto abajo a la derecha)
Seguiría pasando el tiempo hasta que en septiembre
de 1988 se publicara un libro, tan polémico como genial, muestra de un realismo
mágico deslumbrante: “Versos Satánicos”,
obra del último de estos dos célebres escritores nacidos en la tierra del
Kamasutra.
La reacción ante una novela que desnudaba la
filosofía árabe-musulmana, mostrando inclusive aspectos muy irreverentes en
torno a Mahoma, se mostró de inmediato; en la India fue prohibida, ejemplo
seguido en numerosos países, sobre todo aquellos con amplia o mayoritaria
población islámica.
Otras reacciones fueron peores, incluyendo represión
policial contra los manifestantes, siempre acompañadas en estos casos por
incendios, muertos y otras formas típicas de violencia. El colmo llegó cuando
un Jefe de Estado en funciones, el Ayatolá Roullah Jomeini, leyó en Radio Teherán
una Fatua o decreto religioso, acusando a Rushdie de Blasfemia contra el Islam,
además de apostasía, este último “delito” argumentando que el escritor
reconoció en el propio texto ser antes
un creyente de las doctrinas de
Mahoma.
El supremo líder religioso y político de la nación
persa ofreció tres millones de dólares estadounidenses por la eliminación
física del autor de los Versos Satánicos, incluyendo igual petición de muertes
para editores u otras personas directamente involucradas en la publicación de
la novela.
Al paso de unos años la recompensa fue duplicada, en
tanto Salman Rushdie vivía oculto, bajo la protección policial del Reino Unido.
Un editor de su obra en Japón fue baleado, apuñalearon al traductor italiano
del polémico escrito, además de otros atentados que harían una larga lista.
Al cabo de 15 años se publicaría otro controvertido
libro, esta vez atacando los fundamentos del catolicismo, su historia e
instituciones, incluyendo la figura emblemática de Jesucristo: “El Código Da
Vinci”, del norteamericano Dan Brown.
Hubo reacciones de todo tipo, desde críticas severas
en los medios de comunicación hasta demandas judiciales. La poderosa Iglesia
Católica mostró su inconformidad, realmente muy ofendida por la novela de mayor
éxito editorial en la historia de la imprenta hasta ese momento.
No conozco de amenazas de muerte, recompensas por la
cabeza de Brown o ataques violentos a embajadas.
Los años transcurrieron, hoy El Código Da Vinci,
llevado al cine con artistas de gran renombre como Ron Howard y Tom Hanks, es
apenas un recuerdo. Leí recientemente en una última edición española los
célebres Versos Satánicos, sin desasosiego, intentando descifrar las ideas
expuestas por su inteligente creador.
Repaso continuamente la prensa diaria, alarmado en
mi sensibilidad, de nuevos muertos, fuegos, represión policial y demás actos de
extrema violencia, relacionados con un filme llamado “La Inocencia de los
Musulmanes”, de poca monta en lo artístico, al juzgar por la crítica
especializada, donde nuevamente el profeta del Islam es ridiculizado y
ofendido.
Un Mahoma mujeriego, algo “normal” entre los árabes
si de múltiples matrimonios se trata, parece ser representado por mediocres
artistas pagados y dirigidos por dinero de algunos judíos.
Los interesados pueden leer excelentes biografías de
Mahoma, llamado “El último de los
Profetas”, nada ofensivas a las autoridades religiosas islámicas, a pesar de su
conocida diversidad en cuanto a la interpretación de las prédicas mahometanas.
En cuanto a la llamada “La Inocencia de los
Musulmanes”, no la conozco en la política de sociedad alguna, imperios idos,
actuales o por venir; reclamo “La Inocencia Perdida” de Nadine Gordimer,
verdadero canto a la unidad entre los pueblos y personas, porque según consta
en la actual constitución sudafricana, no hay razas humanas y así lo suscribo.
De seguro la actual diatriba pasará pronto al rincón
de los malos recuerdos, para ser definitivamente olvidada. Lo destruido tendrá
que reconstruirse. Quedarán los muertos en la memoria imborrable de sus seres
queridos.
De los artistas aquí citados puedo decirles que
Salman Rushdie y Dan Brown manifiestan un claro ateísmo. Nadine Gordimer fue
judía desde la cuna, ganando un Nobel literario y universal reconocimiento por
su artística denuncia contra todas las formas de discriminación entre los seres
humanos.
El genio hindú de Rabindranath Tagore, explosión
cultural de un pueblo milenario, inmerso en el choque de las civilizaciones,
invocaba a un dios poético, innombrable, extendido en la belleza de la
exuberante naturaleza del pueblo hindú y su entorno, a quiénes dedicó su
pintura, música y literatura.
A la memoria me llegan las palabras de un santo
católico; “El fanatismo es un vicio, la devoción una virtud”, San Francisco de Sales.
*Periodista independiente
cubano, reside en Ciudad de la Habana , Cuba y sus articulos aparecen en la Red.
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