LA HABANA,
Cuba, junio del 2012.- A los totalitaristas no les gusta ser puestos en tela de
juicio. Acostumbrados a que las cosas se tomen únicamente como ellos dicen que
son, se crispan ante el menor cuestionamiento. Y nada puede ser más peligroso que
un totalitarista crispado. Que lo diga Ettore Gotti Tedeschi, el llamado
Banquero de Dios, quien ahora mismo se está viendo con un pie en el infierno
sólo por contradecir a un totalitarista de raza, el cardenal Tarcisio Bertone,
Secretario de Estado del Vaticano.
Por cierto,
tan distinguido personaje también fue contradicho en Cuba, hace poco, si no con
palabras, con hechos, pues en días previos a la llegada del Papa, Bertone había
declarado que esta visita no sería manipulada por el régimen. Y sí, fue manipulada.
Pero excepcionalmente, el cardenal no se crispó.
Desde luego,
lo que le hizo Ettore Gotti es mucho más grave. Y tanto que devino bomba
noticiosa en todo el mundo. Aunque más grave todavía, puesto que más a tono con
su talante totalitario, ha sido la respuesta del cardenal Bertone.
Después de
casi tres años al frente del Instituto para las Obras de Religión, Gotti
Tedeschi explotó como un siquitraque, apenas empezó a sospechar que detrás de
las cuentas cifradas de esta institución, que es el banco del Vaticano, hay
oculto dinero sucio de empresarios, políticos y hasta de la mafia. Su expulsión
del cargo, dispuesta por Bertone, es lo mejor que podría ocurrirle, ya que,
según los medios internacionales de información, Gotti teme por su vida, una reacción
natural en quien se atreve a desafiar a santidades tan encumbradas, acusándolas
nada menos que de lavar dinero ilícito y aun sangriento.
A la derecha una caricatura de Ilei Urrutia Álvarez.
Se trata de
una larga película de horror y misterio, y con suspense creciente, a lo
Hitchcock, pero cuya escena final nos puede ser impuesta el día menos pensado, hoy mismo tal vez, ya que otra cosa
que muy bien se conoce es que los totalitaristas, cuando no pueden demostrar
razones, demuestran su poder -tan infinito como el cielo- silenciando, como sea
preciso, a los que sí tienen razón.
Pero, en
fin, si he traído a colación este caso es sólo para puntualizar que el momento
no es bueno para que los defensores de otro cardenal, que hoy sufrimos de cerca
en la Isla, hagan cruzada tratando de tapar sus deslices, y enfoquen cañones
contra sus críticos, desplegando la táctica totalitaria de inventar
conspiraciones fantasmas, dicen ellos que contra la Iglesia Católica, y dicen
que por parte de malos patriotas, renuentes a la reconciliación entre cubanos.
La verdad es
que el cardenal que nos tocó en suerte, Jaime Ortega, arzobispo de La Habana,
no ha estado actuando como lo requiere su misión ante Dios (que no ante los
poderes pecadores de la tierra), y ese es un reproche que nadie podría hacerle,
por más ganas que tenga, si no fuese porque hay pruebas de su actitud
contemporizadora con nuestro régimen y de su falta de carácter como líder
eclesiástico, al plegarse sumisamente a un proyecto dictatorial, encaminado a
perpetuar en Cuba la falta de libertades y la extrema miseria.
Entre los
recriminadores del cardenal Ortega no faltarán algunos espíritus agrios y hasta
algún que otro politiquero dispuesto a defender su egoísmo por encima del
interés nacional. Pero resulta ridícula y malsana la pretensión de meter en el
mismo saco a todo nuestro movimiento de oposición pacífica (pues son todos,
católicos incluidos, los que recelan de su gestión), acusándolos de mercaderes
de la confrontación y de gestores de un plan para desprestigiar a la Iglesia,
mediante la descalificación de lo que llaman su “línea de diálogo” con el
régimen.
Para peor,
en los cotorreos de estos defensores a ultranza de Ortega se trasluce la
intención de enfrentar a creyentes y no creyentes católicos, e incluso a la
población pasiva con los disidentes. Y todo en nombre de lo que graciosamente
llaman (con un apelativo que les prestó el régimen) la necesidad de
reconciliación entre cubanos. Es algo que, además de irracional, resulta
peligroso.
Nada
conviene menos a los cubanos en este momento que una atmósfera hostil entre
creyentes y ateos. Y en general, nada nos conviene menos que andar a las greñas
entre nosotros mismos, mientras el régimen se dedica a ejercer su deporte
favorito: atacar por los flancos que se flaquean con nuestras divisiones.
Los humos totalitaristas
que enrarecen el universo del cardenal y sus defensores no les permiten ver que
para los cubanos amantes de la libertad y del progreso constituye un drama
extra tener que vérselas también con ellos, cuando apenas les alcanzan las
fuerzas para enfrentar el acoso y las tropelías del régimen.
No ven (por
alguna razón no les conviene ver) que nuestros reparos no son contra la Iglesia
y mucho menos contra los paisanos católicos, sino contra un hombre, un simple
mortal que con todo y su púrpura no solamente está incurriendo en la violación
de los preceptos que debería representar, sino que además incurre en pecado al
proyectarse soberbio ante el rebaño y sumiso ante el lobo.
Que yo sepa,
ninguno de nuestros opositores pacíficos cuestionó nunca una sola palabra o una
sola acción de monseñor Pedro Meurice, arzobispo emérito de Santiago de Cuba
durante 34 años. Y nada fue más ajeno a monseñor Meurice que la actitud hostil
ante la posibilidad de entendimiento entre los cubanos. Sólo que él parecía asumir
la reconciliación nacional según su auténtico significado, y no como
reconciliación entre el régimen y ciertos sectores seleccionados por éste en
forma unilateral y para su absoluta conveniencia.
Esa burda
simplificación de las cosas que se desgaja de los argumentos de los defensores
de Ortega no puede ser tomada sino como sospechosa, cuando menos.
De hecho,
llama la atención que tal defensa, o al menos su avanzada más activa y
crispada, se esté desarrollando desde ciertas instancias muy afines al régimen.
Al paso que vamos no nos sorprendería que la UJC, PCC, CDR y demás hierbas
fueran convocados a una concentración en la Plaza de la Revolución para
demostrarle al cardenal el apoyo irrestricto, solidario y partidista del
pueblo.
Lo malo,
como ya dije antes, es que en este minuto el horno no está para rosquitas.
A no ser que
el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del Vaticano (y de quien se
comenta que Jaime Ortega recibe órdenes directas en todo lo concerniente a la
reconquista, en línea con la dictadura, del espacio público en Cuba), se apure
en aplicar medidas acalladoras contra Ettore Gotti Tedeschi, será difícil para
los defensores de su hombre en La Habana dar la muela, sin ponerse colorados,
con apelaciones a la inocencia, al respeto y a la justicia divina.
*José Hugo
Fernández es autor, entre otras obras, de las novelas El clan de los suicidas,
Los crímenes de Aurika, Las mariposas no aletean los sábados y Parábola de
Belén con los Pastores, así como de los libros de cuentos La isla de los mirlos
negros y Yo que fui tranvía del deseo, y del libro de crónicas Siluetas contra
el muro. Reside en La Habana, donde trabaja como periodista independiente desde
el año 1993. Los libros de este autor pueden ser adquiridos en la siguiente
dirección: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0
2 comentarios:
Todos hablan del sospechoso cardenal, pero nadie hace nada para que sea sustituido. Sera que no recuerdan que hay un nuncio en Cuba al que se pueden dirigir.
Todos hablan de sospechosos o traidores, pero que tire la primera piedra, la institución religiosa de cual quier índole, organización o fraternidad que se le a puesto delante a Fidel Castro para decir hasta aquí? Todos quieren miembros y donadores mensuales ,pero hasta eso llegan esperando el cambio para repartirse el manjar.
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