febrero 21, 2012

Desde Simeón y Ana a nuestros días.

Lucas 2.21-40
El texto nos habla de la presentación del bebé nombrado Jesús, en el templo, una tradición hermosa que continuamos hasta el día de hoy, apenas al octavo día de nacido. En este relato hay dos personajes que se mencionan por nombre, dos personas mayores, vinculadas al templo; Simeón y Ana.
Hablemos del primero. Simeón, se dice que es un hombre lleno del Espíritu Santo, cosa notable dado el ambiente del templo, dominado por sacerdotes y levitas y mercaderes.  Era difícil encontrar una persona de espiritualidad en un ambiente de autoritarismo religioso y de negociantes.  Recordemos que Jesús, ya de adulto, al visitar el Templo se indignó, porque habían convertido “la casa de oración en cueva de ladrones”.
Pero no nos sorprenda, la espiritualidad auténtica florece aún en los perores ambientes.  Simeón era una persona espiritual y, además, era justo. Pero una espiritual no conformista, esperaba “la redención de Israel”.  Era muy difícil tener esperanza, en aquellos tiempos en que el Imperio Romano gobernaba el mundo, y sus invencibles legiones aplastaban, sin piedad, cualquier gesto que desafiara  “la paz romana”.  La paz de la sumisión, la paz del poder militar, la paz de la fuerza bruta.  Una paz parecida a la de los cementerios.
 Pero Simeón era un hombre de una espiritualidad resistente, sabía que Dios tenía un plan de otro mundo muy diferente. Su esperanza no había decaído a pesar de todos los poderes de muerte que reinaban, a pesar de Herodes, del Imperio y de los malos líderes del pueblo. Era muy difícil mantener la esperanza en las circunstancias de aquel mundo y, también, en las circunstancias del mundo de hoy.  La guerra permanente, las desigualdades entre ricos y pobres, drogas, abusos, consumismo, frivolidad y mentiras.   La esperanza de Simeón era de un mundo nuevo, “luz para revelación a los gentiles”,  todas las naciones bendecidas.  No solamente Israel.  No había lugar para un nacionalismo estrecho. 
La espiritualidad de Simeón le permitió ver lo que nadie en su contorno hubiera creído posible. Un recién nacido de una familia de campesinos pobres, del área de más impureza racial y religiosa, Galilea. Quién diría semejante cosa, ver en un bebé la salvación que Dios había preparado. Nuestros ojos están preparados para ver lo grande donde existe el poder, la fama o el dinero.  Pero el mundo nuevo de Dios comienza desde lo débil, lo frágil, lo que no tiene nombre ilustre. No despreciemos lo pequeño.
Esa espiritualidad que ve donde otros no ven, es lo suficientemente lúcida para entender que el parto de un mundo nuevo no viene sin grandes sacrificios.  Simeón vio una espada atravesando el corazón de una madre. No hay mayor dolor que el de una madre que contempla el sacrifico de su hijo, pero el corazón de las madres es la fuerza necesaria para que surja ese mundo nuevo.
Hoy necesitamos a Simeón en nuestras iglesias para que al orar el Padre Nuestro y decir “venga a nosotros tu Reino”, seamos capaces de creer que ese Reino mesiánico de paz y justicia es una promesa de Dios que se ha de realizar, y que nos compromete y nos invita a una espiritualidad inconforme y visionaria.  Creer en Jesús, es creer que otro mundo es posible.
Segundo. Tenemos también a una anciana viuda, de por lo menos 91 años de edad, pero que la energía no le había abandonado. ¡Ana era una anciana feliz!  ¡Daba gracias a Dios en el templo! No hablaba mucho de sus achaques, que seguro los tenía.  Esta era una “profetisa”, una reverenda de sus días. Se había ganado su lugar y lo vemos, claramente, cuando empezó a “hablar del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”.  ¡La primera evangelista del mundo es Ana!
Si Simeón vislumbró el reino Mesiánico, a Ana le encantó llamar a otros a la atención hacia la figura del niño.  Hay que ser profético para señalar los lugares precisos donde aparece el mundo nuevo.  ¡Qué dichosa se sintió Ana de haber podido ver, en el declinar de su vida, la señal de una realidad nueva y poder compartirla con otros y otras!
Qué dichosos poder hablar como Ana,  quizás a nuestros hijos y nietos, que hubo un hombre en el siglo XX,  llamado Alberto Schweitzer, que renunció a ser un gran escritor de teología y uno de los mejores organistas de Europa, para meterse en el corazón de África a curar enfermos.
Qué dichosos podemos ser al contar a nuestros hijos y nietos que hubo, también, en el siglo XX un hombre que guió a su pueblo hacia la libertad, sin recurrir a la violencia, que enseñó la fuerza de la no violencia; ese hombre fue Mahatma Ghandi,  Él es una señal del reino mesiánico de paz y libertad. 
Qué dichosos poder contar a nuestros hijos y nietos que hubo, además, un hombre llamado Martin Luther King Jr.,  que guió a su pueblo afroamericano hacia la dignidad plena, siguiendo el ejemplo de Ghandi y el espíritu de Jesús,  con la fuerza del amor redentor.
Qué dichosos poderles contar de un hombre que, después de más de 20 años en la prisión del país africano más racista, salió sin odio y guió a su pueblo hacia  la reconciliación y restauración; Nelson Mandela también es un heraldo del mundo nuevo de justicia y paz.
Qué dichosos haber conocido en nuestra generación a una humilde monja de Calcuta, cuyo corazón lleno de compasión, fue un regazo para los miserables del pueblo. Bendita sea Madre Teresa de Calcuta, porque la ternura es una señal del mundo nuevo.
Qué dichosos somos de poder hablar a nuestros hijos y a nuestros nietos de un obispo como Romero, del Salvador, que murió asesinado en el propio el altar, por haber hablado defendiendo a su pueblo, denunciando los crímenes de los poderosos.
Qué dichosos somos si abrimos los ojos para ver a nuestro alrededor cientos de personas con un corazón bondadoso, con un espíritu de sacrificio que se entregan por amor a los demás.  Cuántas almas puras que no se dejan seducir por el afán del consumismo. Seres espirituales que renuncian al materialismo de nuestra cultura de poder y de violencia.
Decimos, entonces, con Simeón: despide a tu siervo en paz, porque hemos visto la salvación que tienes preparada para el mundo en esas vidas que hacen una diferencia.
Ana y Simeón hoy nos hablan de una esperanza que resiste al mundo presente, de propaganda, violencia y mercado, por un mundo distinto de paz y de justicia.  Oigámosles, están cerca de nosotros, solo hay que tener ojos para verles y oídos para escucharles.
*Pastor bautista y profesor en la Cátedra de Filosofía e Historia, del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, Cuba.

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