Por: Yoaxis Marcheco Suárez.
En Cuba se le da un nombre curioso a los delatores, a aquellos cuyo oficio es mantener al día a las autoridades policiales, de la Seguridad del Estado, del Poder Popular o del Partido Comunista, acerca de todo lo que acontece en la comunidad o el barrio donde ellos viven, ya sea sobre el vecino que vende –de manera ilegal- aguacates o limones recogidos de las matas de su patio, el que vende caramelos amelcochados en la esquina de la escuela a los niños a la hora del recreo, el que está comercializando el queso que fabricó de la leche de su propia vaca o el que decidió no callar más y está expresando con valentía y con muchos riesgos su criterio acerca de la situación real del país en el cual vive. A esos delatores los cubanos les llaman –chivatos-, este término tiene semejanza con el vocablo, chivo o chiva y es que los chivatos berrean de la misma manera que lo hacen estos infelices animales para quienes debe ser una horrenda desgracia ser comparados con tales alimañas.
El chivato duerme poco y casi siempre es alguien con grandes necesidades materiales. Es como si paradójicamente sus fieles servicios fueran pagados con una alta cuota de desprecio por parte de aquellos que se benefician con ellos. De ahí que el chivato es un ser miserable y despreciable, no solo por sus víctimas, sino también por quienes sustentan su trabajo. Digo que duerme poco porque se mantiene vigilante a toda hora, pendiente de -la vida de los otros-, husmeando en cada casa, viendo cada movimiento que pueda resultar extraño para informarlo de forma rápida y eficiente, no dudo que compitan entre ellos y hasta que estén vinculados: a más delaciones, mayores relaciones con los de arriba. Andan siempre con un tono de sospecha en la mirada, como diciéndole a los demás: -te tengo en la mira, al primer tropezón eres out por regla- y cuando van a hablar en público con algún personaje uniformado, lo hacen misteriosamente, colocándose la mano en la boca para que nadie pueda captar cuál es el tema de la conversación.
Hay chivatos hiperconocidos. Todo el mundo se cuida de ellos porque ya se sabe cual es la profesión que practican, pero hay algunos informantes que han logrado permanecer ocultos y aunque se sospecha de ellos, se desconoce si a ciencia cierta lo son. Este fenómeno ha generado otro entre los cubanos, el vivir una existencia de sospechas: todos sospechamos y todos somos sospechosos. Nos mantenemos alertas hasta de nuestra propia sombra. Andamos con un vigilante las veinticuatro horas del día. Tememos hablar hasta con los supuestos amigos porque no sabemos si ellos son de “la Seguridad”, si están infiltrados o si, en palabras más cubanas: -nos van a echar pa´lante- Esta vida de sigilos, persecuciones, dudas, desconfianza, se suma a todas las penurias que a diario debe vivir el cubano común para su subsistencia.
El tema del chivato no escapa del medio eclesial, ellos han penetrado muchos sectores y este no ha quedado atrás. En cada culto o reunión cristiana, tanto los líderes, como los feligreses están conscientes de que entre ellos hay algún informante, quién será, esa es la parte difícil de descubrir. El “chivato cristiano” es alguien que se confunde con el resto porque ha aprendido a imitar a sus vigilados y la mayoría de las veces representa su papel como un excelente actor. Su función no es solo la de informar, tiene otras, como la de tratar de desacreditar a los líderes religiosos, la de dividir al pueblo creyente, sembrando sisañas y creando rumores mal intencionados entre ellos y una bien importante, la de amenazar a otros de manera muy sutil en lo tocante a sus trabajos, estudios o tranquilidad personal; sobre todo cuando estos asisten a iglesias cuyos pastores u otros miembros piensan, políticamente de manera diferente a la forma oficial impuesta por el régimen imperante.
¿Qué ha ocurrido entonces en el seno de muchas comunidades cristianas, especialmente evangélicas? Muy contrario a lo que expresa la Biblia: “en el amor no hay temor” o “no os conforméis a este siglo”, muchos cristianos se han llenado de miedo, tanto que su mensaje al mundo está saturado de un terror que nada concuerda con la valentía indescriptible de nuestro Señor Jesucristo, quien fue víctima también de un delator, un chivato de su tiempo, Judas Iscariote, quien vendió a su Señor por una miserable suma de dinero y luego lleno de remordimiento tomó una soga y se ahorcó, tal suerte tienen muchos de aquellos que traicionan a sus semejantes hoy día. El miedo ha llevado a buena parte de los evangélicos cubanos a negar el derecho que los creyentes tenemos de pensar, razonar y expresar criterios políticos, al parecer el sistema oficial ha logrado influenciar en sus pensamientos. Es común la idea de que: -los cristianos no debemos meternos en política- o –quién ha visto a un pastor metido en la política, no es eso lo que Dios quiere de nosotros- En mi muy modesta opinión si los cristianos influyéramos más en la política, así como en otros sectores, no solo en nuestro país, sino en cualquier parte del mundo, llevando adelante el amor infinito de Dios y todas sus valiosas enseñanzas a nuestros prójimos, esta humanidad viviría momentos mejores. En fin, como Jesús, también nosotros los creyentes cubanos convivimos a diario con muchos Judas, gente que nos besa la mejilla y por detrás pega su boca al oído del gobernante para darle razón de lo que hacemos, pensamos, decimos en nuestras iglesias, pero al igual que Jesús, nosotros no deberíamos temerle a esos Judas Iscariotes quienes pudieran afectar nuestros cuerpos, pero nunca nuestras almas.
Como cristianos, hijos de un Dios de amor y de justicia, deberíamos estar cien por ciento al lado de los necesitados, empobrecidos, aniquilados, despreciados de este mundo nuestro, de esta Cuba nuestra; proclamando con denuedo las buenas nuevas del Reino, de ese Reino que se ha acercado y que nos muestra toda su grandeza y perfección. Denunciando todas las vilezas y el despotismo que las fuerzas del poder emplean cada día en contra de este pueblo. Como cristianos no deberíamos tener temor de los delatores de este mundo y sí por el contrario de permanecer callados, ausentes, indiferentes a la realidad social que nos circunda. Deberíamos sentir temor de no jugar el papel activo que Dios nos está pidiendo, la influencia activa que verdaderamente él quiere que ejerzamos en nuestros compatriotas. Sí, definitivamente hay muchos traidores en esta Cuba nuestra, muchos Judas Iscariotes, pero también hay muchos Pedros y muchos Pablos entre nosotros; eso me llena de esperanza y valentía porque no serán los chivatos de este mundo quienes se lleven el galardón, serán los hombres y las mujeres dignos de este país quienes levantarán en alto el futuro de la patria y traerán para ella la victoria.