Por: Pr. Mario Félix Lleonart. *
El título de este spot parafrasea al de un libro del escritor y dramaturgo español Alfonso Sastre, Flores rojas para Miguel Servet. Lo compré en una librería al oriente de Cuba por donde realicé hace poco un viaje muy especial. De alguna manera la lectura de este libro se entretejió con las vivencias de mi viaje. Especialmente en la mañana del sábado 9 de octubre mientras viajaba a Banes en uno de esos camiones porteadores privados de pasajeros sin los cuales el moverse por esas sufridas provincias sería sencillamente inconcebible.
El descubrimiento del libro fue tanto una sorpresa como una rara conexión. Desde hacía ya algún tiempo yo buscaba alguna bibliografía sobre el martirio en Ginebra de Servet; todavía no cejo mi búsqueda en una bibliografía relacionada: Castellio contra Calvino, de Stefan Zweig. El asunto es que todo el argumento del libro de Sastre, preámbulo a su obra de teatro La sangre y la ceniza, trata de la lamentable y evitable muerte el 27 de octubre de 1553 de un hombre de cuarenta y dos años que al decir de Zweig, fue «un crimen judicial»; y el objetivo de mi viaje a Banes era precisamente el de ir a orar y consolar en lo posible a la madre de otro hombre de cuarenta y dos años que el 23 de febrero de 2010 murió también por irresponsabilidad de otro Estado. Miguel Servet, incomprendido por sus ideas en el siglo XVI, Orlando Zapata Tamayo por las suyas en pleno siglo XXI.
La lectura de Sastre me absorbía tanto que el camión hacinado no podía impedir que el libro me atrapara. Andaba ya por el capítulo XXVII en un párrafo como el que cito (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia):
«Algún autor ha calificado con cierta gracia y desparpajo de Gestapo de las costumbres a la Organización que velaba, en aquellos tiempos, por la salud espiritual de los, en otros, alegres y desordenados ginebrinos. La visita domiciliaria de la policía eclesiástica podía llegar a los hogares en cualquier momento… los agentes cuidaban, mediante esa piadosa inspección del interior de las casas…; de que las amas de casa no añadieran ningún alimento al estipulado y austero plato único; de que no hubiera ningún libro sin el sello de la censura consistorial… Para ello, aparte de la inspección ocular, se interrogaba a las criadas de sus amos, a los porteros sobre sus inquilinos y a los niños sobre sus padres.»
Esto leía y recordaba aquella famosa frase, no precisamente de Calvino, que fue pronunciada aquel día en que fueron organizados los recién festejados CDR:
«Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva revolucionaria, que todo el mundo sepa quien vive en la manzana, y qué hace el que vive en la manzana, y qué relaciones tuvo con la tiranía, y a qué se dedica, con quién se junta, en qué actividades anda, porque le implantamos un comité de vigilancia revolucionaria en cada manzana.»
(Foto de la derecha: el Pr Mario F Lleonart junto a Reyna Luisa Tamayo en su casa de Banes).
Así leía y realizaba conexiones con mi realidad cuando de repente alguien anunciaba que habíamos llegado a Banes, y a la vez, y como para que me sintiera dentro del libro mismo, toda la alegría de la conclusión de un fatigoso viaje desde Holguín se fustigaba cuando alguien habituado a estos trajines declaró: -¡Qué fastidio! La gente de la seguridad… - y sin el menor respeto al cansancio de los viajeros extenuados tres individuos vestidos de civil, sin identificarse, treparon al camión, mientras debajo quedaban otros siete, solicitando el carné de identidad de cada cual para comparar los nombres y apellidos con los de una lista que traían. En dicha lista impresa por computadora, y en orden alfabético de apellidos, centenas de nombres estaban incluidos hasta ese momento y supongo que de encontrarse con algunos de los poseedores el destino habría para ellos sido ser puestos inmediatamente de regreso a casa sin haber llegado a su objetivo, y según me dijo Reina Luisa, no sin antes pasar por el todo el mundo canta de Holguín.
Que un individuo vestido de civil me solicitara el carné de identidad sin identificarse constituía una violación de mis derechos, así como el de todos los que viajaban en aquel camión, para muchos de los cuales esto, por lo que vi, era una escena más que aceptada y habitual. Podía haber protestado, pero esto habría llamado la atención, si es que mi nombre mismo no se encontraba en aquella lista inquisitorial, y yo tenía un propósito bien claro y definido aquel mediodía ya: ver a Reina Luisa Tamayo y orar y llorar con ella. Afortunadamente, o mi nombre no estaba aún en la lista, o el apremiado agente no tuvo ojos para verlo, pienso que es hasta bochornoso para ellos mismos esta irrespetuosa operación contra sus conciudadanos. Yo me aferré a la lectura del libro de Sastre, o al menos lo disimulé mientras lo vivía a la vez, lo cierto es que milagrosamente y a pesar del simple hecho de ser de otra provincia que aunque no estuviese en el listado ya de hecho me hacía sospechoso, logré pasar aquel primer cerco. No albergo dudas al respecto: ¡BANES ES UNA PLAZA CITIADA! Pregunté al viajero más cercano como si no estuviera al tanto de los hechos por qué sucedía esto únicamente en Banes y me respondió: -Es que aquí hay muchos opositores-. Solo a un joven que no traía documento de identidad lo bajaron y condujeron a una patrulla de policía que estaba allí apostada para confirmar vía radio de quien se trataba, al parecer comprobaron lo que él afirmaba, que era un simple santiaguero graduado de Artes Escénicas que venía por motivos de trabajos al lugar, ya que volvió al camión para alivio lleno de suspiros de todos los evidentemente molestos pasajeros.
A los pocos minutos, por esos artilugios de la literatura, me sentía como bajándome en Ginebra, pero era Banes. Había rogado a Dios que pusiese delante de mí algún hombre o mujer de buena voluntad que me indicase como llegar a Carretera al Embarcadero No. 6, que no fuese un delator y me ayudara, era mi primer viaje a este lugar y nadie me esperaba. Dios me contestó, por razones de seguridad para mi guía no daré detalles, solo hago constatar mi agradecimiento y llegará el día, como le anuncié personalmente a él, cuando podremos relatar todos estos detalles sin miedo. Por su ayuda sin conocerme, y por todo lo que hablamos, puedo afirmar que a pesar del intenso trabajo que realiza la Gestapo, pervive en Banes mucha admiración secreta para Reina.
Gracias a la compañía de este guía con quien transité en conversación cordial cual si fuésemos viejos conocidos me fue fácil sortear el segundo cerco, entablado junto a una línea de ferrocarril de camino a la carretera al Embarcadero, no sin dejar de sentir las escrutadoras miradas de sospechas cayendo a mis espaldas. Era un verdadero milagro, aún no era la una de la tarde y yo estaba por fin en lo que fuera la casa de Zapata. Allí conocí a dos de sus hermanos y a dos de sus sobrinos, a todos los abracé como si siempre les hubiese conocido, y luego de presentarme tuve la bendición de orar con ellos y por ellos sintiendo su afecto entrañable.
No sé si era yo quien necesitaba realizar esta visita más que ellos mismos recibirme, para satisfacer mi conciencia cristiana herida ante tanto sufrimiento y lo que considero un ineludible llamado del Espíritu Santo. A la vez fui presa de una enorme impotencia. Al día siguiente, como cada domingo, Reina Luisa y los suyos intentarían realizar su caminata a la iglesia y al cementerio donde fuera sepultado el martirizado hijo. Probablemente fueran acosados como en otras ocasiones, pero era de suponer que para esta ocasión un poco más, estábamos en vísperas del 10 de octubre, fecha en que rememoraríamos la libertad que Carlos Manuel de Céspedes dio a gente del color de los Zapata Tamayo, y del levantamiento en armas iniciado en su finca La Demajagua en 1868. Ante una fecha así los enemigos de estos negros libertos tenían sobradas razones para estar nerviosos y debían impedir a toda costa la presencia de otras personas que quisiesen acompañarles a ellos en su marcha moral. Yo habría dado cualquier cosa por estar a su lado y servirles de escudo frente a la violencia si fuere necesario. Según me lo afirmó Reina Luisa, que me veía como una aparición del mismo cielo, mi presencia aquel sábado era mucho más que un milagro, aunque todos los días desde la muerte de Zapata Banes constituye una plaza sitiada, este día lo estaba más. Yo había tenido el divino privilegio de franquear el cerco policial y sin embargo no podría quedarme. Tenía que marcharme por otras poderosas razones.
Ha dicho el historiador Friedrich Oehninger que «hasta el día de hoy, la ejecución de Servet trae deshora al nombre y la obra de Calvino» y han pasado más de cuatro siglos. Orlando Zapata Tamayo no murió quemado en una hoguera como Miguel Servet, su muerte fue mucho más lenta, el gobierno que le tenía prisionero por el irrespeto a sus ideas le dejó morir cuando plantado en huelga de hambre, que se extendió por ochenta y seis días infernales, la respuesta de sus carceleros fue negarle el agua durante diecisiete días luego de los cuales ya no había nada que hacer por más que se corriera, como se hizo para guardar la forma. Como bien apuntara Rafael Rojas en su artículo La doctrina de la impunidad, el gobierno cubano solo cumplió con el acuerdo tercero de la Declaración de Malta (1991), suscrita por la Asociación Médica Mundial, para el tratamiento de huelgas de hambre en cautiverio o en libertad, el de no alimentar por la fuerza al individuo, pero los restantes veinte acuerdos de la misma Declaración no fueron cumplidos en la asistencia médica penitenciaria de Zapata además de que descartaron por principio la negociación y no le trataron como a un ser humano con plenos derechos.
Diecisiete días antes de morir Miguel Servet escribía a sus verdugos lo que se conoce como su última carta: «Hace tres semanas que deseo y demando tener audiencia y aún no la he podido obtener. Yo os suplico por el amor de Jesucristo, que no rehuséis lo que no rehusaríais a un turco, pidiéndoos justicia. Tengo que deciros cosas de importancia y bien necesarias. En cuanto a lo que habéis dispuesto que se proveyese algo para que esté más limpio, no se ha hecho nada. Estoy más miserable que nunca. Además, el frío me atormenta grandemente a causa de mi cólico y quebraduras, aparte de otras miserias que me da vergüenza escribiros. Es una gran crueldad que no me deis permiso siquiera para hablar, a fin de poner remedio a mis necesidades. Por el amor de Dios, mis señores, dad orden de esto, o por piedad o por deber. Hecha en vuestras prisiones de Ginebra a 10 de octubre de 1553. –M.S. »
En memoria de Servet la Servetus International Society (www.servetus.org) tiene como propósito reunir a todo aquel que esté comprometido con la tolerancia de ideas y el respeto por los derechos individuales, preservando y promocionando la herencia de Miguel Servet como estandarte en la lucha por la libertad de conciencia. Algún día en Cuba tendremos también algún tipo de sociedad similar que rinda homenaje al emblemático nombre de Orlando Zapata Tamayo. Mientras tanto sería importante que los hombres y mujeres de buena voluntad, incluyendo la Servetus International Society tomásemos nota sobre este hombre de cuarenta y dos años también como Servet, y que por ideas, al igual que él, en pleno siglo XXI se dejó morir.
«ACORDAOS DE LOS PRESOS, COMO SI ESTUVIESEIS PRESOS JUNTAMENTE CON ELLOS; Y DE LOS MALTRATADOS, COMO SI ESTUVIEREIS EN SUS PROPIOS CUERPOS (HEBREOS 13.2)»
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