diciembre 28, 2010

El Vicio del Poder.

La conversación entre dos desconocidos que escuché mientras esperaba algún transporte, en la esquina remediana donde habitualmente los viajeros esperan “la botella”, me hizo reflexionar sobre el tema que debatían. Es bueno dejar claro que es esta la manera en la que el pueblo se consuela un poco de los males que le golpean, entre dientes, bajito para que los demás no oigan, pero no dejan de hablar y de quejarse unos con otros. No hace tanto también escuché a un señor que refiriéndose al peligro de un ciclón que nos amenazaba dijo de esta manera: Para qué nos preocupan tanto los huracanes si tenemos uno arriba hace cincuenta y tantos años y ese si que nos ha azotado duro; o la ya célebre frase: esto se está poniendo cada día más malo, pero bueno, dicen que para que las cosas se pongan buenas primero tienen que ponerse bien malas.
Pero volviendo a las personas que sostenían el diálogo, el punto clave de su conversación era la interrogante de hasta cuándo los “ancianos” van a seguir posesionados en el poder. Uno de ellos casi con cólera manifestaba: es que no se dan cuenta que ya no dan más, han cometido tantos errores y los que les faltan por cometer, pero es que está claro que la solución de este país en ruinas no está en las manos de ellos. Mientras hablaban -entre dientes-, y yo seguía cuanto podía el hilo de su plática, pensé: cuando alguien tiene en sus manos el poder sobre una persona, el dominio, el manejo de ese otro ser humano, cuando tiene la facilidad de ensañarse sobre ella, se siente en un pedestal, y es difícil que entre en razón a no ser que la víctima del señorío se despoje de este. Cuánto más no será de arrobador dominar a muchos, a millones, tenerles bajo los pies y pisotearles cada día, disfrutar el verles marchar en masas dando vítores a su nombre, exaltándolo, glorificándolo, obedeciéndole ciegamente en todo, sin importar las condiciones. Me imagino que la arrogancia y el orgullo sean las cualidades más notables de alguien en esta posición.
Me vino a la mente la historia bien conocida del esclavo pueblo de Israel bajo el yugo del Faraón egipcio. Dios envió para ellos un libertador, Moisés, quien había sido librado de la muerte en su niñez porque su madre le arrojó al Nilo dentro de una cesta, la protección divina y el cuidado de una hermana que le siguió de cerca le llevó por las aguas directo al sitio donde se lavaba la hija de Faraón quien tuvo de él misericordia y lo adoptó. Así ya de adulto Moisés se transformó en el hombre que sería la voz de Dios ante el Rey de los egipcios y ante su pueblo. Dios envió grandes penurias al dominador y a los suyos, pero su corazón se endurecía en la medida que se intensificaban las pruebas, y más se empecinaba el “gobernante” en maltratar a los hebreos. ¿Qué ocurría en la humana mente del Faraón? ¿Por qué su empecinamiento a no ceder a los reclamos de Moisés a pesar de ver sucumbir a los hombres y mujeres, niños y niñas que habían confiado a su liderazgo el destino de sus vidas y de su nación? Faraón era el dios de Egipto. El poder que se le había concedido era ilimitado. Su palabra era orden. Él caminaba por encima de las cabezas de los esclavizados, nadie le contradecía. Este hombre estaba embriagado de poder, no comprendía las consecuencias de su mal gobierno porque estaba convencido de que todo lo que saliera de su mente fuera errado o no tenía que ser asumido por quienes le rodeaban. Tal fue su capricho que después de haber ordenado a Moisés y a sus hermanos que se marcharan, fue tras ellos en una contraorden, su orgullo era desmedido, la estrella de la mañana no podía perder.
Vino también a mi mente la historia de Herodes el Grande, el Rey de turno de los tiempos del nacimiento de Jesús. Este fue un hombre poderoso entre los judíos, él y su dinastía, -un grupo de parientes que le sucedieron y que dieron continuidad a un reinado absolutista y enemigo de Cristo y de sus seguidores-. Fue grande la turbación de este monarca cuando escuchó de las bocas de los magos la existencia de otro Rey, enseguida movilizó todo su aparato de seguridad, rastreó desesperadamente todo Judea y Belén para encontrar al supuesto contrincante y eliminarlo. ¿Qué le movía a tanta desesperación? El miedo a perder el poder y con él la superioridad que este garantiza.
En mi reflexión que perduró mucho más allá de la conversación de los desconocidos pensé, es tan grande el egocentrismo de los poderosos que solo logran escuchar sus propias voces. Fue el caso de Herodes Antipas, pariente cercano del primero, repleto de poder, haciendo uso indebido de su cargo mandó a eliminar al Profeta Juan el Bautista, quien no calló su voz de denuncia ante sus fechorías.
No me caben dudas y es la conclusión a la que arribo. El poder satura a quienes lo poseen. No es fácil arrebatárselos de las manos. No es fácil para los sofocados quitarse la mano dura de quienes están por encima de ellos; pero si los sofocados permanecen en silencio, apartados, cuchicheando entre dientes las penas que les congojan, con las cabezas debilitadas y pegadas al suelo, marchando por las plazas como seres hipnotizados, repitiendo una y otra vez el mismo estribillo: gloria eterna al Rey; qué viva el Rey, si las víctimas del monólogo dictatorial no pierden el temor que los idiotiza; entonces qué decirle a los desconocidos de aquella tarde de botellas, qué decirle al mundo sino que aún en Cuba queda mal para rato.
La antítesis de los viciados al poder son aquellos que tienen voluntad y valor para arrebatárselo, son aquellos que luchan por el bien y por la oportunidad que merece el pueblo de escuchar varias voces y decidir cuál seguir u oír. Son los hombres y mujeres como Juan el Bautista que no silenció su voz ante la amenaza de perder su propia vida y como Jesús que con toda entereza llamó “zorra” a Herodes Antipas (Lucas 13:32). Cuántos hombres y mujeres así necesitamos para romper el pedestal de la dinastía que nos consume. Cuántos cubanos honestos y valientes que se atrevan a abrir las bocas y pasen del susurro al grito, del miedo al valor, de la doble moral a la sinceridad, de la conveniencia al riesgo.
*Licenciada en Información Científico Técnica y Bibliotecología y Máster en Estudios Teológicos por FLET. Es la esposa del Pastor Mario Félix Lleonart quien ha colaborado en este Blog.