Uno de los problemas que se han suscitado a lo largo de la historia del cristianismo es la relación que ha de tener la reflexión teológica con las distintas corrientes filosóficas y sociales seculares. En términos sencillos: ¿Ha de incorporar la teología los métodos y hasta las ideas reconocidas por la sociedad o debe más bien rechazarlas? ¿Hasta dónde ha de recibir su influencia? Dicha discusión arranca desde los tiempos de los Padres de la Iglesia pero es evidente que el siglo XX lo puso como centro del debate teológico debido a la ascendencia de algunas filosofías morales y sociales caracterizadas por la pretensión de descalificar la esperanza cristiana de una vida perdurable.
(Foto del autor del articulo a la izquierda).
Cuba no ha estado exenta de figuras que intentaron abordar este problema, en muchas ocasiones desde una perspectiva liberal. En este trabajo pretendo hacer una lectura crítica – a la luz de la tradición teológica – de la obra de una de estas figuras: Teología en revolución: Caracterización de un quehacer teológico en Cuba revolucionaria del Dr. Sergio Arce Martínez.
Según el teólogo y pastor presbiteriano Adolfo Ham: ha sido el Rdo. Dr. Sergio Arce el teólogo cubano más original y mejor conocido en estos últimos treinta años. (1) Nació en 1924 y obtuvo en la Universidad de la Habana el doctorado en Filosofía y Letras. Asimismo realizó estudios en el Seminario Evangélico de Teología de Río Piedras, Puerto Rico y estudios de postgrado en Princeton, EEUU. Ha sido Rector del Seminario Evangélico de Teología en Matanzas desde 1969 hasta 1984 y Secretario General de la Iglesia Presbiteriana-Reformada en Cuba desde 1966 hasta 1985, así como directivo de la Conferencia Cristiana por la Paz en Praga por varias décadas.
El Dr. Arce comienza exponiendo su “teología en revolución” afirmando que una de sus características es tomar en serio al marxismo lo cual la ha hecho una teología novedosa. (2) Como más adelante veremos algunas de las tesis del Dr. Arce implican el abandono de la teología cristiana.
El Dr. Arce al exponer su nueva concepción comienza definiendo la labor teológica afirmando que “no es explicar el fenómeno subjetivo de la “creencia” en un “dios” abstracto que se encuentra “allá arriba”, sino describir de manera objetiva la manera en que Dios “aquí abajo” vive, y se “vive” dentro de nuestra particularidad histórica.“ (3)
Lo primero que cabría señalarle a esta opinión es que si Dios no es “un ente a explicarse”: ¿Qué noción habremos de tener de Dios? ¿Se puede negar, sin previo examen, el conocimiento que puede obtenerse sobre Dios? La base de toda revelación es que efectivamente el hombre puede conocer a Dios a través del mensaje que Él nos ha dejado.
Asimismo esta primera afirmación del Dr. Arce nos ilustra la forma en que entiende el problema de la relación entre la Iglesia y sociedad secular. El punto de partida de su análisis radica en borrar sus diferencias. Comienza describiendo la manera en que Dios vive dentro de nuestra particularidad histórica. Lo histórico y terrenal es concebido, por tanto, como el único posible espacio para el conocimiento sobre Dios.
¿Donde deja el Dr. Arce el aspecto profético de la fe cristiana que nos hace ir más allá de las circunstancias? A tal punto ha querido eliminar la diferencia entre la Iglesia, depositaria de la revelación y esperanza profética y el mundo secular que la revelación pierde su carácter intemporal. La Iglesia se diferencia del mundo en que sus metas superan lo histórico y concreto del siglo presente, son intemporales porque se basan en la esperanza del advenimiento del Reino de Dios a través de Jesucristo. El teólogo en cuestión plantea, en cambio, buscar a Dios en nuestro medio secular, carente de aspiración a la eternidad.
En este fragmento pareciera que el Dr. Arce nos va a hablar de las distintas teofanías o manifestaciones de Dios, de la Encarnación o de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia –las formas bíblicas fundamentales de entender que Dios viva “aquí abajo” utilizando sus propias expresiones. En efecto, una teología que quiera ver la acción de Dios en la historia debe centrarse en estos aspectos. Después de la ascensión del Señor Dios continúa actuando en el mundo a través de su Iglesia, a la que ha dado su Espíritu. Sin embargo, para el autor de Teología en revolución la Iglesia tiene un pobre papel en el designio de Dios, como veremos.
(Foto del Dr Arce con su esposa a la derecha del texto)
Dios, en efecto, vive en las relaciones interpersonales pero sólo cuando está presente su Espíritu. Fuera de la Iglesia – del cuerpo de creyentes- Dios no está de la misma forma. Dios es omnipresente pero podemos ser vulnerables al riesgo de identificar toda relación inter-personal como escenario de la presencia de Dios: Él no está donde se encuentra el pecado. Asimismo Dios también es trascendente a nuestro mundo.
“Dios no es un ente a explicarse, sino “verdad” a vivirse (…) cuanto más hondamente se viva nuestra “humanidad”, más cerca estaremos de “vivir” la divinidad de Dios, quien “vivirá” en nosotros, puesto que solo vive en las relaciones interpersonales dadas o creadas”. (4)
Esta afirmación del Dr. Arce merece ser analizada con detenimiento por su ambigüedad. La humanidad no es sólo la posibilidad del hombre de realizar el bien, sino la muy marcada posibilidad de pecar y en este sentido “vivir la humanidad” implica rechazar la esencia del mensaje paulino. “Vivir la humanidad” puede implicar no reconocer la fragilidad moral constitutiva de todos los actos del hombre. Ya el apóstol nos advertía que: “si doy todos mis bienes a los pobres y no tengo amor de nada me sirve” y el concepto neo-testamentario de amor implica “no gozarse de la injusticia sino de la verdad” y ésta última sólo puede ser obtenida con un previo encuentro con la Palabra de Dios. ¿Podrá amarse simplemente con “vivir nuestra humanidad” por muy intensa que dicha experiencia?
Aunque el hombre es imagen de Dios, es evidente que no existe una vía inmanente, desde el propio hombre, para llegar a Dios de tal forma que podamos conocer el modo de salvarnos. Afirmar lo contrario implicaría negar la importancia de la revelación.
El apóstol Pablo, en efecto nos advierte que “ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”, la vida cristiana como Jesús advirtió consiste “en negarse a sí mismo”, es decir en dejar de vivir nuestra humanidad, entendida esta como debilidad o egoísmo. Si bien el hombre es “imagen de Dios” y por tanto dotado de libertad e inteligencia el hombre debe estar abierto a recibir la vida divina que no posee. El Dr. Arce afirma en cambio que al vivir las distintas relaciones humanas nos acercamos más a Dios, sin embargo este no es el medio establecido por Dios para dicho fin. Es necesario primero un proceso de conversión, para luego de descubrir a Dios poder amar al prójimo, imagen de este. Si no conocemos al autor de la creación tampoco podremos amar a las criaturas.
La concepción del hombre de la “teología en revolución”- nos dice- “no fragmenta en estamentos humanos al ser humano como persona – materia vs. espíritu – como tampoco socialmente – “historia sagrada” o Reino celestial vs. Historia secular, o Reino terrenal – ya que no hay nada más lejos de la cultura hebreo-bíblica que una escisión dicotómica del ser humano. “(5)
Si bien es cierto que en el Antiguo Testamento no se hace distinción entre materia y espíritu, algo bien diferente sucede en el Nuevo. Y es curioso que Sergio Arce borre las distinciones entre la historia secular y la sagrada. Es bueno recordar que ya Agustín de Hipona en el siglo V escribió La ciudad de Dios precisamente para presentar las relaciones entre ambas historias. La conclusión del célebre teólogo al respecto fue que la historia humana puede dividirse en el conflicto entre elegidos y reprobados, siendo los primeros los que conforman su vida a la voluntad de Dios; por tanto no hay manera de establecer no ya identidad sino analogía alguna entre la “ciudad de Dios” y la “ciudad terrena”. (6)
La acción de Dios a través de lo que se conoce como “historia sagrada”, de las personas que han respondido a su llamado a través de la encarnación de su Hijo no puede equipararse con la que ocurre en el mundo. Existe una aceptada doctrina teológica que es la de la gracia preveniente. En conformidad a esta doctrina puede admitirse que todo deseo sincero de agradar a Dios o de buscarlo es resultado de la influencia de su Espíritu. Esta idea puede rastrearse en los primeros teólogos cristianos como Justino. Sin embargo, no puede afirmarse que todos los actos del hombre en su historia han estado inspirados por Dios o han sido el resultado de un llamado. No se puede plantear que si los fines de los actos humanos son buenos, estén motivados por Dios si los medios utilizados para lograrlos constituyen un mal en sí mismos. En todo caso, el problema está en definir qué entiende el teólogo presbiteriano por la indistinción entre la historia secular y la sagrada.
Los grandes acontecimientos históricos como las guerras y los conflictos sociales están marcados por la violencia. De ninguna manera pueden ser entendidos las manifestaciones de violencia- o de cualquier otra violación de los mandamientos – como acciones inspiradas por Dios. Cuando estos acontecimientos han traído a la larga algún bien esto no puede ser entendido como confirmación de un propósito inicial divino: el fin no justifica los medios.
Aunque en el Antiguo Testamento se nos enseña que Dios ordenó la realización de ciertos actos violentos no tiene sentido extrapolar estos actos al contexto inaugurado con la encarnación de Jesucristo. El mismo Señor se encargó de llevar a su verdadero cumplimiento a la Ley antigua, ordenando el amor a los enemigos. Por tanto, de ninguna manera podemos pensar en que Dios actué a través de los actos violentos realizados en la historia presente pues no están inspirados en la Ley nueva: la del amor.
Por último y este es quizás el criterio más grave expuesto en su obra el teólogo cubano considera que puede haber una identificación entre la práctica cristiana y la atea basada en principios cristianos como la solidaridad. Al respecto afirma:
El cristiano y el marxista han de ser a-teístas. Este no cree en la “idea” de Dios y aquel no cree que Dios sea una “idea”. La fe del “creyente” cristiano coincide con la “incredulidad” del marxista (…) (7)
Dr. Arce supone que negar la idea de la existencia de Dios equivale a decir que Dios no es una idea. Como si reconocer la irracionalidad lógica de la existencia de Dios – algo que debe ser probado antes pues muchos son los que han llegado a la fe luego de admitir racionalmente su existencia - implicara inmediatamente la fe en su existencia. El ateo lo es por carecer de la fe en Dios aunque coincida con el creyente en admitir que no se puede admitir racionalmente su existente sino por la fe.
Arce ha reducido el cristianismo a la práctica del bien. Como Dios no puede conocerse basta practicar su moral. No entiende que asumir el bien implica ya tener una idea sobre Dios: Dios es amor. ¿Donde deja Arce a la oración y los sacramentos, la experiencia del pecado que implica la reconciliación con Dios? La teología de Arce se parece mucho a la filosofía de la religión de los deístas de la Ilustración para los cuáles si bien Dios existía nunca se había revelado, salvo en la conciencia moral humana.
Existen otros aspectos de esta “teología” que merecen ser analizados con mayor detenimiento y que pudiera ser materia para trabajos posteriores. Hasta aquí he querido exponer y someter a análisis los presupuestos de este enfoque teológico. La labor teológica es un ejercicio necesario pero no exento de riesgos. Una de las tentaciones del quehacer teológico en la contemporaneidad es el de suponer que debemos asumir las esperanzas del mundo secular sin analizar previamente su pertinencia frente al mensaje profético recibido de Dios. En este sentido debemos seguir el consejo apostólico de “no conformarnos a este siglo”: una exhortación que permanece en vigor cuando se contempla doctrinas como las de la supuesta “teología en la revolución”.
Notas:
• Este trabajo sólo ha podido publicarse en el exilio, en mi propio blog. Ninguna revista evangélica o católica se atrevió hacerlo.
(1) Ham, Adolfo: Teología y tradiciones nacionales: una visión protestante en Filosofía, teología y literatura: aportes cubanos en los últimos 50 años. Edición de Raúl Fornet Betancourt. Aachen: Wissenschaftsverlag Mainz (Concordia Serie Monografías, tomo 25), 1999. Disponible en el sitio digital: www.ensayistas.org
(2) Arce Martínez, Sergio: Teología en revolución: Caracterización de un quehacer teológico en Cuba revolucionaria. La misión de la Iglesia en una sociedad socialista. pág. 55. Editorial Caminos, La Habana, Cuba, 2004.
(3) Id. pág 58-59.
(4) Id, pág 59.
(5) Id pág 64.
(6) Para una mejor comprensión de la historia de la reflexión teológica sobre las relaciones entre historia sagrada e historia secular, en la que la figura del teólogo Agustín de Hipona tuvo un peso extraordinario, consultar: Miguel Ángel Rossi: Agustín: el pensador político en Atilio A. Borón (compilador): La filosofía política clásica. De la Antigüedad al Renacimiento. pág. 137-140. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2006.
(7) Arce Martínez, Sergio: ob. cit pág. 66.
* El autor, de confesión metodista. Ex-Profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de La Habana y de Historia Universal en el Seminario Evangélico Metodista.
1 comentario:
El fenómeno que estás exponiendo no es nuevo ni vive sólo en Cuba. Hay una tendencia universal a recodificar los valores éticos y morales, el sentido de la solidaridad, y la visión de los sacramentos en el cristianismo. Éste es el desafío más grande al que se enfrenta el cristianismo, inclusive las demás religiones, hoy día. http://equsalbus.blogspot.com/2010/08/monoteismo-y-multisexualismo.html
German Diaz
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