"Mantengamos firme, sin
fluctuar, la profesión de nuestra esperanza... Y considerémonos unos a otros
para estimularnos al amor y a las buenas obras" Hebreos 10:23-25
El dolor causado en y por una iglesia es algo que golpea
la conciencia. Esto no significa que las palabras y las situaciones, que hieren
el corazón y generan situaciones muy desagradables y notorias, nos hagan
sucumbir. Pero sí actúa en las mentes de los congregados, en su menguado
corazón y en el alma de aquellos que han sido lastimados. Si esto no se trata,
destruirá la felicidad, el gozo y el bienestar en un futuro.
El daño también afecta negativamente el ministerio
y el alcance de la iglesia, —y tengo que decirlo— algunas iglesias nunca se
recuperan. Hay que reconocer que el comportamiento que provocó tanto dolor no
es diferente a los que nos puede ocurrir en la cotidianidad de nuestras vidas y
dedicaciones. La diferencia radica en que nunca esperamos que el pueblo de Dios
— nosotros— nos comportemos como aquellos que no tienen a Cristo en sus vidas.
La iglesia es ese lugar donde casi todo el mundo piensa que estarán seguros,
serán aceptados, perdonados y libres de problemas y de aflicción. No obstante,
en la mayoría de las iglesias se mancha ese ideal, ya que como mínimo se van
entremetiendo las discordias, los conflictos y el rencor. Es entonces que la
maldad, las perversidades y el pecado manifiesto nos alcanza.
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En circunstancias como estas, es importante
comprender lo que podría haber sucedido en los individuos implicados y en la
iglesia en general para poder identificar el origen de tanta pena, desconcierto
y desengaño. Frente al Dios de amor en el que creemos, reconocemos con
sinceridad lo que sentimos.
Al igual que la mayoría de los congregados, es
posible que experimentemos: tristeza, ira, decepción, rechazo, dolor, celos,
vulnerabilidad, miedo, rebeldía, orgullo, vergüenza o pérdida. Les insto a que
indaguemos en La Palabra, lo que Dios dice sobre aquello que nos preocupa.
Quizás, con buena disposición y humildad, descubramos esas palabras que nos
dicen: "Con amor eterno te he amado" (Jeremías 31:3); "No te
desampararé, ni te dejaré" (Hebreos 13:5); y "He aquí yo estoy con
vosotros todos los días" (Mateo 28:20).
Si nos empleamos sin sobresaltos o temores en la
raíz del dolor, Dios nos involucrará en la comprensión y la benignidad
necesaria para sanar nuestras lastimaduras. Clamemos a Dios y el poder
del Espíritu, así como el amor del Hijo. Su atención se centrará en Él y no en
otras personas y sus actos. Superemos las situaciones que nos lastimaron y
ofendieron porque así nos sentimos. Más que todo esto hay realidades que
probablemente pueden frustrar nuestra pasión por Dios, por nuestra Iglesia, y el
propósito de Dios para nuestras vidas. Si nos descuidamos, estos sentimientos
acabarán con una raíz de amargura que nos afectará en lo personal y nos negará
la vida abundante en Cristo (Juan 10:10). ¡Nadie aquí desea que esto suceda en
su vida!
Para una congregación lastimada y en buena medida
marcada por una galopante desunión, como consecuencia de tan lamentables
eventos que nos han sacudido, el mensaje que viene de Dios, sustentados en la
Fe y compartiendo algunos las dedicaciones a una pronta solución, debe
enfocarse en el cuidado a través de la Fe, el perdón mutuo y la unidad en
Cristo. Debemos recordar que Dios sana los corazones rotos y que la Fe nos
permite superar cualquier obstáculo y emboscadas del maligno. Es crucial que
tengamos en cuenta que no estamos solos y sujetos a caer, que la común Fe que
compartimos en nuestro Señor Jesucristo nos fortalece y que Dios hará efectivos
sus propósitos para con cada uno de los aquí congregados, por cada familia, y
por su Iglesia en conjunto, incluso en medio del dolor y la desunión que pueda
producirse, como se indica en Salmo 147:3 y Hebreos 10:23-25.
El poder de Dios y la presencia del Espíritu traerá
pronto cuidado al restablecer nuestras heridas y estar atentos. Dios es quien
sana los corazones rotos y que Él puede sanar la congregación. "Dios sana
a los quebrantados de corazón y venda sus heridas" (Salmo 147:3).
Confiemos en que nos asiste una Fe fuerte y el amor
resuelto del Padre como para confiar en El, creer en El y considerar que en sus
cuidados hará lo imposible en estos momentos de debilidad de unos y
desconcierto de tantos. Es así que, hacemos un llamado a la unidad, recordando
que Cristo nos llama a amarnos los unos a otros como Él nos amó.
Animémonos a encontrarnos en medio de los
desconciertos y temores, perdonándonos los unos a los otros, como Dios nos ha
perdonado a través de Cristo. Hacemos un llamado a servirnos los unos a otros y
a mostrar amor y compasión, como Jesús lo hizo.
Animémonos a permanecer en la oración y a no dejar
de congregarse, para fortalecernos mutuamente en la fe, y a ser humildes y a
depender de Dios en lugar de nuestras propias fuerzas.
¿Cómo podemos evitar que estas experiencias
dolorosas nos destruyan y con ello a nuestras familias e Iglesia? La Palabra
nos dice que, "sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de
él mana la vida" (Proverbios 4:23). Es conveniente que protejamos
nuestros corazones, eligiendo cuidadosamente nuestros pensamientos,
sentimientos, actitudes y acciones. No nos quedemos en mirar hacia atrás, no
sea que nos convirtamos en estatuas de sal, y guardemos nuestros corazones para
no quedarnos en lo ya ocurrido. Debemos rehusarnos a recalcar en las
debilidades de la iglesia. Se necesita humildad para renunciar al
resentimiento, aunque "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los
humildes" (Santiago 4:6; Proverbios 3:34). Se requiere de acciones y
actitudes de perdón (Mateo 18:22; Marcos 11:25; Efesios 4:32; Colosenses 3:13)
que no tengan ningún indicio de desagravio (Romanos 12:19). Principalmente, se
necesita el poder del Espíritu Santo obrando en y a través de todos los
congregados (Efesios 3:16).
No culpemos a Dios por la forma en que se comportan
sus hijos. Tampoco abandonemos la Iglesia. Aquí, como en tantas iglesias, hay
más personas dedicadas, llenas de gracia, amorosas y capaces de perdonar. Vamos
a compartir con ellas, pasar tiempo entre nos. La iglesia es la idea y el
resultado de Dios, y Él la protege fielmente.
Nosotros podemos confiar en la esperanza porque
estamos buscando el cuidado del Señor. Ahora nos corresponde a todos hacer lo
correcto y enfocarnos en la persona de Padre, del Hijo Amado y el poder del
Espíritu Santo, las tres personas que pueden transformar verdaderamente
nuestras vidas por encima y más allá de todo lo ocurrido. Salvándonos, alcanza
por igual a la familia y a la Iglesia, que es por sobre todas las cosas el
cuerpo de Cristo.
Nuestro Señor Jesucristo prometió: "Venid a mí
todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi
yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi
carga" (Mateo 11:28-30).
En lo personal, voy alcanzando el descanso para mi
alma atribulada, de un Dios que enseña mansedumbre y humildad —siendo aún el
Dios de poder— el que aligera nuestras pesadas cargar. Hagámoslo todos mirando
a la cruz del sacrificio y al rostro de un Dios que no nos abandona para, en lo
posible, alcanzar la Gracia del Espíritu Santo como para colmarnos de bien y
esperanzas; desde ahora y hasta el final de los tiempos.
Que sus bendiciones y la Paz nos alcancen…, Amén
Eloy A González
Fort Worth, Texas a los 12
dias del mes de octubre del año 2025