Por: Antonio J. Fernández.
Me imagino que muchos de mis lectores se preguntarán que quiere decir y en que idioma está escrito el tí¬tulo de esta “Telaraña”. Pues bien, creí¬ que era más correcto utilizar el Latín, dado el tema que voy a tratar. Esas palabras significan: “Arriba con sigilo” y “Se fue aún con más sigilo”. Quizás esta traducción no está todo lo correcta que quisiera, pero se entiende. Me refiero a la sigilosa llegada a Los Ángeles de Su Eminencia, el cardenal Jaime Lucas Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana, y su aún más sigilosa partida, después de haber celebrado el pasado domingo la anunciada misa en la Parroquia La Sagrada Familia, de la vecina ciudad de Glendale, a pesar de que en esa ceremonia religiosa se anuncia que el próximo domingo 25 de junio iba a encabezar una nueva misa en otra parroquia del Condado.
Hasta ahora, no se saben los verdaderos motivos de su misteriosa visita a esta ciudad y, menos aún, lo que provoca su inesperada partida sin haber celebrado la anunciada segunda misa. El que estas líneas escribe estuvo presente en la del domingo pasado, en la que además de Su Eminencia- participaron diez sacerdotes más. Por lo tanto y sin entrar en conjeturas, voy a hacer una descripción de esa ceremonia y de lo que pasó después.
Se había anunciado que después de terminada la misa, Su Eminencia iba a responder a las preguntas que le hicieran los feligreses. La ceremonia del domingo fue una misa como las que todos conocemos, en la que el sermón estuvo a cargo del invitado. El sermón de Su Eminencia fue exclusivamente dedicado a la materia religiosa y no deja dudas que el Cardenal es un magnifico orador sagrado, y si sus palabras fueron metafóricas yo, por lo menos, no les pude encontrar relación alguna con la tragedia de nuestra patria, que era lo que todos los cubanos allí¬ reunidos esperaban. Quiero destacar que la mayoría de los fieles que asistieron a esta ceremonia no eran cubanos, sino mayormente centroamericanos, entre los que había un buen numero de guardias de seguridad vestidos de paisano que sin ningún disimulo se “colaban” cerca de los grupos de cubanos que conversaban mientras se esperaba a que abrieran las puertas del templo, para escuchar lo que hablaban.
Ya terminada la misa, uno de los sacerdotes que ayudaron en la ceremonia anuncian al publico que para las preguntas y respuestas tendrán que ir a un edificio aledaño, donde Su Eminencia contestara las preguntas “siempre y cuando estas fueran hechas de antemano y por escrito, para evitar la repetición de las preguntas”. Esto, por supuesto, “no me lo trague” como tampoco se lo tragaron la mayoría de los cubanos asistentes. Comprendí¬, que el cardenal Ortega Alamino no estaba en disposición de contestar preguntas “embarazosas”, principalmente si estas eran de raíces políticas y relativas a la situación de Cuba y de la conducta de la Iglesia Católica Cubana bajo la tiranía de Fidel Castro. Eso estaba bien claro, pues a nadie se le ocurrirᬠhacer una pregunta que ya había¬ sido hecha por otra persona, sin necesidad de papelitos para recordárselo. Eso fue una censura mal tramada, por lo tanto, y como era el Día de los Padres, decidí¬ irme a compartir el resto del día con mis hijos, dado que estaba completamente seguro que las preguntas que yo hubiera escrito iban a ser desechadas por los gendarmes religiosos a cargo de la censura. Pasó unos minutos por el local, saludó a unos cuantos amigos y les dije que me iba porque ya a mí me quedaba muy poco pelo para que me lo tomaran. El Señor me ilumina, porque de quedarme me hubiera vomitado de asco públicamente.
Me contaron que Su Eminencia habla y habla sin parar y sin mencionar las preguntas. Que si en La Habana estaban enseñando el Catecismo a unos 50 niños; que si la Capilla de tal lado estaba en construcción, que sí esto, que sí lo otro. Por ultimo, y a instancias del publico, revela que el recientemente fallecido, Su Santidad Juan Pablo II, durante su viaje a La Habana había solicitado de Fidel Castro su influencia para que el gobierno de Vietnam aceptara el nombramiento de cuatro cardenales en su territorio. ¡Vergonzoso! Después, no sé como, se puso a hablar del prisionero político Oscar Elías Biscet, al que califica de “agresivo” y “violento”, y termina diciendo: Ya está en la cárcel, como señalando que ese era el lugar donde le corresponde estar. El doctor Biscet, un médico mulato que es un disidente pací¬fico, y al que nunca le han encontrado un arma, ni un explosivo ni nada que lo califique de “agresivo” y “violento”, está cumpliendo 25 años de cárcel por el sólo delito de pedir elecciones libres, justicia y libertad para todos. Si le hubieran encontrado un fósforo apagado, hace rato que lo hubieran fusilado. Y todo esto lo decía con su eterna y agradable sonrisa, parecida a la que muestra el ya fallecido escritor ingles Oscar Wilde en la foto de la cubierta de su libro “The importance of being earnest” (La importancia de ser sincero). ¡Qué lastima que Su Eminencia, Jaime Lucas Ortega Alamino, no lo sea!
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