Ahora que estoy viejo y canoso, no me abandones, oh Dios. Permíteme proclamar tu poder a esta nueva generación, tus milagros poderosos a todos los que vienen después de mí. Salmo 71: 18
El Salmo 71 es una
oración de confianza y petición a Dios, donde el salmista expresa su fe en
medio de la adversidad y la vejez. El salmista declara su confianza en Dios y
su justicia, busca a Dios como su roca y fortaleza, un lugar seguro al que
puede acudir siempre. También, y como Dios ha sido su guía desde su juventud y
como lo ha sustentado, es entonces que pide a Dios que no lo abandone en la
vejez, cuando sus fuerzas flaqueen. A pesar de las dificultades, el salmista
expresa su intención de alabar a Dios continuamente y proclamar su justicia, y
expresa su esperanza en la victoria sobre sus enemigos.
El número de ancianos
ha crecido y también ha aumentado su edad media. En definitiva, es una
verdadera «bendición» para nuestros días. Esta bendición se ha convertido en
una «maldición» en algunos casos. Los ancianos no han encontrado un lugar en
nuestra sociedad, que es estructuralmente hostil para ellos. Es un problema
grave para las personas mayores, incluso a veces una tragedia para muchas de
ellas, precisamente en la edad de la debilidad. Se trata de un tema difícil
para muchas familias y un problema social generalizado. A menudo los años de la
vejez son un tiempo de sufrimiento y de marginación: lamentablemente, es un
tiempo «desaprovechado» y, por lo tanto, no es una bendición.
Nunca en toda la
historia ha habido más ancianos que ahora, pero no se habla ni se buscan
soluciones al respecto y nos hemos alejado de la cuestión real. ¿Qué significa
una sociedad para todos, en la que los ancianos tengan también su propio
espacio? ¿Cuáles son las características de una sociedad donde hay muchas
personas mayores?
Se acepta que esto
también ha sucedido en la propia Iglesia, a pesar de que los ancianos
representan una gran parte de los fieles, se les ha prestado poca atención. Se
ha mirado más a los jóvenes, viendo en ellos el futuro. Los ancianos solían ser
los miembros seguros, sobre los que no era necesario cuestionarse y que quizás
ni siquiera tuvieran que ser escuchados atentamente. Han llenado la mayoría de
las iglesias. Incluso en la vida de la iglesia, los ancianos representaban una
parte fija de los fieles, los que aseguraban una asistencia estable, pero en la
que básicamente había poco que sembrar y no estaban en el centro de
intencionalidad de la Iglesia. No han sido un signo para la iglesia en su
conjunto. ¡Es una lástima!, porque su extensa vida representa verdaderamente un
signo para la Iglesia y para la sociedad de hoy.
En realidad, los
ancianos, han encarnado durante años el futuro de la Iglesia. El pueblo
cristiano también es, en gran medida, un pueblo de ancianos. No es triste
decirlo, pero es un hecho real donde, el don de una larga vida y la
participación constante en la iglesia son algo significativo. Los ancianos
pueden comunicar la fe a las generaciones más jóvenes de cristianos, claro está
en la vida de la iglesia.
Entonces debemos
remitirnos a La Palabra si es que podemos entender este problema. En la época
de los autores bíblicos, los ancianos eran pocos y la vida era breve. Así, en
estas sociedades, había respeto por los ancianos, porque eran pocos, y se les
consideraba sabios, porque habían vivido mucho. En las páginas del Génesis se
recoge la larga vida de los patriarcas bíblicos y de otros personajes. Hay un
mensaje bíblico claro: una vida larga es una bendición de Dios y, acaso, en
estos tiempos no podemos decir o preguntarnos, ¿no es la larga vida de tantas
personas una bendición asombrosa?
Por muchos años el
anciano ha sido considerado una figura particular. Hoy es diferente, ahora
somos muchos y estamos subvalorados hasta por la sabiduría que acumulan; como
somos muchos esto trae problemas para las familias y las instituciones.
La Biblia ayuda a
comprender mejor el valor de los ancianos, cuando la mirada de Dios se detiene
en ellos y su plan de salvación los convierte en actores notables y
significativos también para nuestro tiempo.
La lectura de La
Palabra arroja una luz diferente sobre el rostro de las personas mayores e
induce a considerarlas de una manera renovada. Un cambio de la visión de
nuestra sociedad necesita más luz y más espíritu, porque no puede reducirse
todo a una lógica productiva o económica.
¡Qué gran error
despreciarlos o marginarlos! La marginación de las personas mayores provoca que
construyamos nuestra sociedad y la familia sobre arena. No valorar la vida de
los ancianos es uno de los primeros errores de nuestra sociedad que solo piensa
en lo utilitario y lo productivo. Hablar con los ancianos y vivir con ellos –lo
muestra la Biblia– es una gran experiencia que enriquece la Fe y es un acto de
conmiseración. No hay historia de Dios con los hombres y las mujeres sin los
ancianos: pensemos en la figura de Abrahán, el amigo de Dios. No hay profecía
sin ancianos, hasta en las primeras páginas de los evangelios con Simeón y Ana.
La Palabra ayuda a
entender mejor el espacio de los ancianos en las iglesias y en la vida social.
Revela sobre todo que la vida de los ancianos es preciosa a los ojos de Dios.
Hay necesidad de ternura y delicadeza, porque las personas mayores muchas veces
son frágiles y no se imponen a los demás. A veces han sido humillados con un
proceso de marginación. No basta con decir que es ley de vida. Hay duras leyes
de la vida que pueden corregirse e incluso revertirse.
Los vemos viviendo en
condiciones de dolor y pobreza, hasta los ricos viven con frecuencia en la
escasez: la de las relaciones humanas y, sobre todo, la de la esperanza. Y si sienten
una sensación generalizada de irrelevancia, ya no cuentan para nada a los ojos
de los demás. La cercanía humana a menudo puede revertir este sentimiento,
porque la proximidad es lo que todos podemos ofrecer al que está cerca. La
proximidad y la projimidad son la mejor actitud en la atención al
anciano, solo y desvalido.
Desde el punto de
vista de la fe, el anciano es una riqueza, no porque sea fruto de una cultura
ya pasada, sino porque se nutre de un sentido diferente de la vida. Y es un
sentido de la vida que irradia y se extiende a todas las etapas de la vida.
Después de todo, una larga vida es una victoria para el hombre, el mismo que
Dios le conminó a llenar la tierra y sojuzgarla. Al vivir una larga vida hay
una realidad incuestionable: esta es, que se le ha ganado la partida al tiempo
y relativamente también a la muerte.
Es casi un mandato
moral, pero también de Fe genuina, el poner a las personas de la tercera edad
en el corazón de la familia, de la Iglesia y de la sociedad, es el comienzo de
un cambio en cómo vemos las cosas.
Estas personas, los
ancianos, que a menudo queremos hacerlos invisibles, sostienen silenciosamente sus
vidas quebrantadas con gestos discretos y corazones generosos. Llegado el final
de sus días, ya no necesitan impresionar; solo conmueven, transforman y enseñan
con su autenticidad. Valorar a estas personas es reconocer que la verdadera
nobleza reside en la dignidad de quien vive y ha vivido con rectitud. Honrar a
los ancianos y ancianas que muestran su sencillez y humildad, es decir, con
acciones y palabras: “ustedes importan”, “ustedes tienen valor”. Que sepamos
entonces, reconocer y honrar la sabiduría que surge de la experiencia vivida y
de la Fe cultivada, muchas veces y por largos años, en silencio.
Programa Especial en
homenaje a la tercera edad en la Iglesia Bautista Nuevos Horizontes.

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