agosto 28, 2015

Nueva Orleáns: La ciudad disuelta.

Una nota introductoria: Por estos días se suceden las memorias y las noticias sobre el paso del desbastador huracán Katrina por la ciudad de Nueva Orleans, ha pasado 10 años de aquellos evento s y hoy nos encontramos, actos de recordación y extensos reportajes en los medios. No hay olvido. Por aquellos días escribí y publique en un diario local este artículo: Nueva Orleans: La ciudad disuelta. Días después escribí una breve nota con el título de: La carta de Sophie y tiempo después en relación con otro huracán, esta vez el Rita, publique un artículo relacionado con el título de: María Juárez una mujer dichosa. Vuelvo a incluir en la red el artículo que es posible que  ya no está en línea; este artículo en recordación a las víctimas del huracán Katrina y a la sufrida ciudad de Nueva Orleans. 
Nueva Orleáns: La ciudad disuelta. 
Por: Eloy A González.                                                                                         Andar errático el del huracán Katrina devenido en furiosa meretriz, bestia de vientos huracanados y lluvia intensa como de rápido diluvio. Habiéndose alimentado de extrañas energías en las cálidas aguas del Golfo, arremetió contra la ciudad de Nueva Orleáns durante 6 horas,- para convertirla-, de lo que fue la otrora ciudad emblemática del Sur, en  una ciudad disuelta. 
Ciudad disuelta es ahora, cargada de gemidos y echada del arco de la costa, cuando fueron confundida sus aguas. Su faz es la de un raro espectro de aguas y grises edificios, casas que asoman sus techos, donde se pasean,- en espacios de litigio-, seres desgarrados por la angustia y sumergidos en el caos y  la desesperanza. Las calles se han convertido en ríos donde flotan los cadáveres hinchados y mal olientes. 
Ciudad de riqueza, esplendor, disipación y alegre música; hoy ha visto bajar los ojos de los altivos. Los cadáveres han sido arrojados al medio de las calles, las mismas que han hecho desaparecer las aguas. Seres escuálidos con  rostros marcados y secados por la sed son  ahora sus habitantes; sobrevivientes que no alcanzan a calmar su avidez de alimentos y de agua en medio de un lodazal putrefacto y vacío. Hay en la lejanía lenguas de fuego que parecen tratar de consumir el rastrojo de lo poco que queda del esplendor de una ciudad ahora disuelta. 
El recuerdo de aquella Ciudad que conocí , cuando la veía lejos allá en la brumas de la mañana camino a Mandeville después de recorrer los extensos humedales que la circundan al oeste y norte de la ciudad, para pasar tan rápido como era posible por Metaire y transitar el largo puente de 23 millas sobre el Lago Pontchatrain hasta Mandenville. La ciudad era esa inmensa imagen de edificios, el enorme y redondeado  Súper dome y el Mar; ese Mar en la distancia inmenso y protagonista como el Río y  los extensos pantanos; y el agua, siempre  presente. 
En Nueva Orleáns el agua es heredad y escenario. Ahora con el paso del huracán, es reinado absoluto. En ella se dan cita los gemidos, las agudas privaciones, las bestias de los pantanos y las víboras. Fueron convocadas las aguas, -esas que braman con  las fuerzas de los vientos-, las que eran parte de un lago que descansaba al lado de la gran ciudad y el agua de los pantanos. Todas sin excepción fueron convocadas para hacer posible que la ciudad fuera disuelta. 
¿Que ha sucedido para ver aquellos que huyen, los que andan sucios, descalzos, cargados de ropas húmedas y desechas? Imágenes duras nos han sido mostradas, el clamor de ayuda y los  llantos no cesan; y hay dolor que espanta con todo lo que oímos y vemos. Hay un espasmo colectivo de dolor y el horror nos ha alcanzado a todos, - aún lejos de esta-, la ciudad disuelta. 
¿Que tienes hoy Nueva Orleáns de tantos sueños, cuando los tuyos han subido sobre los techos y andan clamando ayuda? Tu que siempre fuiste una ciudad de alboroto, ciudad turbulenta, ciudad alegre. Tus muertos, -estos los de ahora-, no son muertos de manos homicidas, ni eres escenario de guerra alguna. Sobre ti se enseñorean las aguas en las cuales muchos han encontrado la muerte; convirtiéndolo todo en una ciudad disuelta, en las aguas de muerte, horror y destrucción. 
Dejemos llorar amargamente a aquellos que han sobrevivido, -porque los días son de confusión  y asombro-, hasta tanto lleguen los días de consuelo. 
Superado el caos inicial, sorprendidos por la vastedad de la destrucción y el abandono; han sido convocadas la generosidad y la paciencia, la bondad  y lo pragmático. Pero sobre todo se ha hecho realidad la solidaridad,- esa-,  presente en una nación marcada por profundos sentimientos de amor y de servicio a prójimo. 
Prójimos hay en el camino a Jericó. Se cuentan por miles los menesterosos, golpeados, hambrientos y sedientos; habiendo vivido la cercanía del frío sepulcro, y a la espera de un gesto de compasión que no les falte. 
Llegan por miles a los centros habilitados para su atención en el vecino Estado de Texas; con rostros angustiados y llenos de lágrimas se bajan de los ómnibus para ser recibidos; -salen a encontrar al sediento-, un niño hispano alcanzó un recipiente con agua a una señora afro americana, -socorred con  pan al que huye-,  una joven americana abraza con compasión y cariño a un anciano afro americano al momento en que le alcanza algo de comer. Se yergue al anciano mira a lo alto y entre sollozos da gracias a Dios y a América por igual. 
Al lado de la fila de los desplazados, una anciana americana toca el violín con fruición, su semblante es tan amable que hace volver el rostro de la joven afro americana que carga a un niño pequeño en brazos, una lágrima corre por su mejilla. En ese instante alcanzo a comprender que la esperanza le ha ganado la partida a la desesperación. Otra vez el amor muestra su señorío.


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