Una nota introductoria: Por estos días
se suceden las memorias y las noticias sobre el paso del desbastador huracán
Katrina por la ciudad de Nueva Orleans, ha pasado 10 años de aquellos evento s y
hoy nos encontramos, actos de recordación y extensos reportajes en los medios.
No hay olvido. Por aquellos días escribí y publique en un diario local este artículo:
Nueva Orleans: La ciudad disuelta. Días después escribí una breve nota con el título
de: La
carta de Sophie y tiempo después en relación con otro huracán, esta vez el
Rita, publique un artículo relacionado con el título de: María
Juárez una mujer dichosa. Vuelvo a incluir en la red el artículo que es posible
que ya no está en línea; este artículo
en recordación a las víctimas del huracán Katrina y a la sufrida ciudad de
Nueva Orleans.
Nueva Orleáns: La ciudad disuelta.
Por: Eloy A González. Andar errático el
del huracán Katrina devenido en furiosa meretriz, bestia de vientos huracanados
y lluvia intensa como de rápido diluvio. Habiéndose alimentado de extrañas
energías en las cálidas aguas del Golfo, arremetió contra la ciudad de Nueva
Orleáns durante 6 horas,- para convertirla-, de lo que fue la otrora ciudad
emblemática del Sur, en una ciudad
disuelta.
Ciudad disuelta es
ahora, cargada de gemidos y echada del arco de la costa, cuando fueron confundida
sus aguas. Su faz es la de un raro espectro de aguas y grises edificios, casas
que asoman sus techos, donde se pasean,- en espacios de litigio-, seres
desgarrados por la angustia y sumergidos en el caos y la desesperanza. Las calles se han convertido
en ríos donde flotan los cadáveres hinchados y mal olientes.
Ciudad de riqueza,
esplendor, disipación y alegre música; hoy ha visto bajar los ojos de los
altivos. Los cadáveres han sido arrojados al medio de las calles, las mismas
que han hecho desaparecer las aguas. Seres escuálidos con rostros marcados y secados por la sed
son ahora sus habitantes; sobrevivientes
que no alcanzan a calmar su avidez de alimentos y de agua en medio de un
lodazal putrefacto y vacío. Hay en la lejanía lenguas de fuego que parecen
tratar de consumir el rastrojo de lo poco que queda del esplendor de una ciudad
ahora disuelta.
El recuerdo de
aquella Ciudad que conocí , cuando la veía lejos allá en la brumas de la mañana
camino a Mandeville después de recorrer los extensos humedales que la circundan
al oeste y norte de la ciudad, para pasar tan rápido como era posible por
Metaire y transitar el largo puente de 23 millas sobre el Lago Pontchatrain
hasta Mandenville. La ciudad era esa inmensa imagen de edificios, el enorme y
redondeado Súper dome y el Mar; ese Mar
en la distancia inmenso y protagonista como el Río y los extensos pantanos; y el agua, siempre presente.
En Nueva Orleáns el agua
es heredad y escenario. Ahora con el paso del huracán, es reinado absoluto. En
ella se dan cita los gemidos, las agudas privaciones, las bestias de los
pantanos y las víboras. Fueron convocadas las aguas, -esas que braman con las fuerzas de los vientos-, las que eran
parte de un lago que descansaba al lado de la gran ciudad y el agua de los
pantanos. Todas sin excepción fueron convocadas para hacer posible que la ciudad
fuera disuelta.
¿Que ha sucedido
para ver aquellos que huyen, los que andan sucios, descalzos, cargados de ropas
húmedas y desechas? Imágenes duras nos han sido mostradas, el clamor de ayuda y
los llantos no cesan; y hay dolor que
espanta con todo lo que oímos y vemos. Hay un espasmo colectivo de dolor y el
horror nos ha alcanzado a todos, - aún lejos de esta-, la ciudad disuelta.
¿Que tienes hoy
Nueva Orleáns de tantos sueños, cuando los tuyos han subido sobre los techos y
andan clamando ayuda? Tu que siempre fuiste una ciudad de alboroto, ciudad
turbulenta, ciudad alegre. Tus muertos, -estos los de ahora-, no son muertos de
manos homicidas, ni eres escenario de guerra alguna. Sobre ti se enseñorean las
aguas en las cuales muchos han encontrado la muerte; convirtiéndolo todo en una
ciudad disuelta, en las aguas de
muerte, horror y destrucción.
Dejemos llorar
amargamente a aquellos que han sobrevivido, -porque los días son de
confusión y asombro-, hasta tanto
lleguen los días de consuelo.
Superado el caos
inicial, sorprendidos por la vastedad de la destrucción y el abandono; han sido
convocadas la generosidad y la paciencia, la bondad y lo pragmático. Pero sobre todo se ha hecho
realidad la solidaridad,- esa-, presente
en una nación marcada por profundos sentimientos de amor y de servicio a
prójimo.
Prójimos hay en el
camino a Jericó. Se cuentan por miles los menesterosos, golpeados, hambrientos
y sedientos; habiendo vivido la cercanía del frío sepulcro, y a la espera de un
gesto de compasión que no les falte.
Llegan por miles a
los centros habilitados para su atención en el vecino Estado de Texas; con
rostros angustiados y llenos de lágrimas se bajan de los ómnibus para ser
recibidos; -salen a encontrar al
sediento-, un niño hispano alcanzó un recipiente con agua a una señora afro
americana, -socorred con pan al que huye-, una joven americana abraza con compasión y
cariño a un anciano afro americano al momento en que le alcanza algo de comer.
Se yergue al anciano mira a lo alto y entre sollozos da gracias a Dios y a
América por igual.
Al lado de la fila
de los desplazados, una anciana americana toca el violín con fruición, su
semblante es tan amable que hace volver el rostro de la joven afro americana
que carga a un niño pequeño en brazos, una lágrima corre por su mejilla. En ese
instante alcanzo a comprender que la esperanza le ha ganado la partida a la
desesperación. Otra vez el amor muestra su señorío.
© 2005
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