¡Claro que molestaba!
Por Alejandro Tur Valladares.*
Hacía mucho tiempo que lo sabíamos. Aún cuando presentaba signos vitales, y en la voluntad de quienes le queríamos se imponía el deseo de no dejarle morir, intuíamos que su desaparición era cuestión de tiempo.
Hoy lo supe por un amigo. Sin muchos miramientos protocolares se me acercó y me dijo: “Cerraron el Taller Social”. Confieso que me entristecí. ¿Cómo fue posible?
El taller social era una suerte de oasis en medio de la aridez que imponen la censura y la apatía absolutista. Diseñado para formar a los hombres de bien en el conocimiento de la doctrina social de la iglesia, tenía ese raro don que sólo puede ser encontrado en los profetas; le devolvía la vista a los ciegos, la voz a los mudos y los oídos a los sordos.
¿Molestaba? ¡Claro que molestaba! Del mismo modo que molesta la luz a quienes habitan las cavernas; a quienes pretenden hacer de la sociedad una factoría de autómatas; a quienes se atribuyen ser dueños de la verdad suprema, y en nombre del dogma amordazan la boca del que no se conforma, del que rompe las cadenas y se desentiende de las sombras.
En una ocasión en que me detuvieron frente al edificio, conocido en Cienfuegos como Obispado, en donde funcionaba el Taller, el policía, mirando con odio las paredes del inmueble, dijo en tono severo y despectivo: “El Obispado, caray”.
Pues nada que, el que puede, puede. Las constantes presiones de los funcionarios del Departamento de Asuntos Religiosos del Partido Comunista, pidiendo a las autoridades eclesiásticas locales el cierre del dichoso Taller, encontraron eco.
Me dijo el amigo que ahora las charlas se imparten dentro de las iglesias para los laicos habituales. Yo, porque no soy católico, ya no podré asistir. No obstante, conmigo llevaré como valioso tesoro todo lo que aprendí. Agradezco a la iglesia el espacio de luz que abrió por tanto tiempo y que me permitió desterrar del corazón las tinieblas del totalitarismo.
Foto: Obispado de la Diócesis de Cienfuegos , Cuba.
*Periodista independiente cubano.
Por Alejandro Tur Valladares.*
Hacía mucho tiempo que lo sabíamos. Aún cuando presentaba signos vitales, y en la voluntad de quienes le queríamos se imponía el deseo de no dejarle morir, intuíamos que su desaparición era cuestión de tiempo.
Hoy lo supe por un amigo. Sin muchos miramientos protocolares se me acercó y me dijo: “Cerraron el Taller Social”. Confieso que me entristecí. ¿Cómo fue posible?
El taller social era una suerte de oasis en medio de la aridez que imponen la censura y la apatía absolutista. Diseñado para formar a los hombres de bien en el conocimiento de la doctrina social de la iglesia, tenía ese raro don que sólo puede ser encontrado en los profetas; le devolvía la vista a los ciegos, la voz a los mudos y los oídos a los sordos.
¿Molestaba? ¡Claro que molestaba! Del mismo modo que molesta la luz a quienes habitan las cavernas; a quienes pretenden hacer de la sociedad una factoría de autómatas; a quienes se atribuyen ser dueños de la verdad suprema, y en nombre del dogma amordazan la boca del que no se conforma, del que rompe las cadenas y se desentiende de las sombras.
En una ocasión en que me detuvieron frente al edificio, conocido en Cienfuegos como Obispado, en donde funcionaba el Taller, el policía, mirando con odio las paredes del inmueble, dijo en tono severo y despectivo: “El Obispado, caray”.
Pues nada que, el que puede, puede. Las constantes presiones de los funcionarios del Departamento de Asuntos Religiosos del Partido Comunista, pidiendo a las autoridades eclesiásticas locales el cierre del dichoso Taller, encontraron eco.
Me dijo el amigo que ahora las charlas se imparten dentro de las iglesias para los laicos habituales. Yo, porque no soy católico, ya no podré asistir. No obstante, conmigo llevaré como valioso tesoro todo lo que aprendí. Agradezco a la iglesia el espacio de luz que abrió por tanto tiempo y que me permitió desterrar del corazón las tinieblas del totalitarismo.
Foto: Obispado de la Diócesis de Cienfuegos , Cuba.
*Periodista independiente cubano.
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