Por: Juan González Febles.*
La Habana, Cuba – Mayo 2006.La Iglesia Católica cubana, en silencio y con una modestia fuera de serie, cerró filas con los pobres de esta tierra. Su accionar lleno de amor elude titulares, pero están ahí donde es necesario. Cursos gratuitos con una calidad docente, en ocasiones (casi siempre) superior al sistema oficial. Los cursos, gratuitos y sin exclusiones.
Idiomas, computación, cultura artística y literaria, historia, etc., con convocatoria amplia y sin verificaciones. Comedores gratuitos para ancianos desamparados y en ocasiones (miopía amorosa) para otros hambrientos no tan ancianos.
La Iglesia Católica cubana asumió el reto de marchar al ritmo de una sociedad civil, incipiente y sofocada. Entre sus publicaciones, vale destacar dos: Palabra Nueva y Vitral. En ambas prima la calidad, sin desdoro del resto. Más allá de las distinciones y galardones que tales publicaciones hayan alcanzado en los foros internacionales, lo determinante es el espacio que logran en los hogares humildes de los cubanos de a pie.
Los esforzados padres y monjas de nuestros barrios se multiplican en la asistencia que prestan en asilos, hospitales y el peso que tienen en la vida de la comunidad.
Atrás quedaron los tiempos de aquella Iglesia raquítica y menguada de los 60 en el pasado siglo. La capacidad de recuperación de esta milenaria institución en Cuba ha sido un milagro. Un monumento vivo a la perseverancia de los sacerdotes y laicos que lo hicieron posible.
Por esto es necesario que se conozca la labor amorosa de esta gente buena de cruces y sotanas, de sermones y por encima de todo, paciencia. He escuchado críticas sobre las posiciones políticas de la Iglesia Católica cubana. Quizás algunas tengan fundamento, pero el caso es que los curas y las monjas no son políticos. Son seres humanos armados de una filosofía basada en la humildad y el amor, personas enquistadas en una paciencia y una tenacidad a toda prueba.
El pueblo de Cuba hoy se siente deudor de la preocupación de esta Iglesia. Somos deudores de medicinas gratuitas entregadas sin pedir algo a cambio. Sin averiguar si es para un católico o para un ateo. Somos deudores de los curas de fila que alivian el hambre, la sed, la desesperanza y el aislamiento. Benditos sean los hombres y las mujeres de esta Iglesia, dispuestos al apoyo y la justa reconvención, a la tolerancia y la reconciliación.
No hay barrio en La Habana donde el apoyo solidario y amoroso de la Iglesia esté ausente. Con funciones de cine y debates aclaratorios para todos, sin teque en este u otro sentido, y gratis, como nos gusta en el barrio.
Cuando digo que la Iglesia Católica cubana echó su suerte con los pobres de esta tierra, deben creerme. Han hecho su apuesta para ganar, pusieron el corazón. Muchas gracias y reciban amor y respeto, lo merecen.
* Periodista independiente cubano.
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