Por: Eloy A González.
Hace algún tiempo recibí unos documentos que había escrito en Cuba alrededor del 1998 y que me fueron enviados desde Miami. La re-lectura de aquellos documentos motivaron un artículo aparecido en estas páginas titulado: “Aquellos tiempos en que dejé de ser médico”; y que espero hayan leído.
Hace una semana encuentro en mi buzón un sobre que contenía otros documentos que constituyeron en su tiempo denuncias y que fueron sacados de Cuba con el propósito de dar a conocer la difícil situación por las que pasaba junto a mis familiares. Estos como todos y cada uno de los documentos que logre enviar desde Cuba, no fueron dados a conocer. Fue un clamor cuyo eco fue el silencio y la torpeza. La certeza de que no llegaron a ningún lugar ni fueron leídos por persona alguna que pudiera interesarles, a pesar del tiempo trascurrido, resulta desconcertante.
Noto que uno de estos documentos, incluso cuando me llegan en tres copias, falta la página dos y esta fechado el 29 de marzo de 1998, ¿por qué esta página precisamente? El otro documento del 12 de abril de 1997 está completo y de éste tomo las principales opiniones que en estas 8 largas páginas escribí, para hacer esto: transcribirlas aquí a modo de testimonio tal vez a destiempo, pero necesario y útil.
Razón de ser de lo que escribí en aquellos días de inicio del año 1997 en La Habana, cuando todavía había esperanzas y la posibilidad del exilio era remota. Justamente escribí en aquel cruel mes de abril lo siguiente:
‘Consciente del imperativo cristiano de hacer causa común con los desheredados del orden económico, político, moral y espiritual. De aquellos que se debaten en un proceso de angustias y esperanzas dentro de un contexto ambivalente e impreciso en nuestra Patria’.
‘En el más genuino espíritu cristiano pienso en nuestros conciudadanos sometidos al peligro que puede generar la desesperación y la ira ante la imposibilidad de satisfacer las necesidades más elementales y apremiantes. Por aquellos que padecen hambre o están sujetos al miedo, la inestabilidad y las situaciones de extrema angustia. Siento y pienso en los jóvenes que envejecen prematuramente y en los ancianos que se consumen en la angustia y la soledad’.
‘Pienso en aquellos hombres hechos a la imagen y semejanza de Dios, incluyendo a los funcionarios del Estado quienes están en la obligación moral de conducir los destinos de la Nación por mejores derroteros. Porque no creemos que la economía y la política sean regidas por una lógica partidista e incuestionable, en una sociedad gobernada por una clase predatoria’.
‘Esta actitud que asumo esta justificada en el espíritu y la letra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sobre todo en sus artículos 19 y 20’.
‘Plenamente convencido del desconocimiento y menosprecio de los Derechos Humanos en mí Patria, los cuales no son protegidos por un régimen de Derecho que garantice la observancia de estos. Testigo de las frecuentes violaciones de estos derechos a los que se suma el deterioro y la peligrosa perdida de valores de nuestra propia identidad nacional.
Sobre la premisa de los principios axiomáticos fundamentales de la prédica y acción de Jesús de Nazaret: lo sagrado de la vida y la personalidad humana, así como, la solidaridad espiritual de los hombres y la práctica del amor al prójimo, asumo mis responsabilidades y riesgos’.
Y de esta forma asumí de tal manera mis responsabilidades y fueron tantos los riesgos que hoy a diez años de aquellos días que me causó la perdida de la estabilidad y el cuidado de mi familia, tanto como mi profesión y el desempeño académico; ando el camino cerril de este exilio en los límites del desaliento y la penuria. Sin embargo, la libertad para mi Patria no deja de ser un caro espejismo. Aunque repetiría, si fuera necesario, ese pasado con todas sus consecuencias; porque nada puede enturbiar un pasado de entrega, ni aún éste presente de desánimo.
Así escribí y aunque estas páginas ahora sirvan de redoma a mis lágrimas, expresé en aquellos momentos con resolución lo que ustedes pueden leer a continuación:
‘Nuestra actitud es un acto de amor por nuestros semejantes, y cuando tenemos temor de enfrenar los riesgos éste temor nos hace perder las perspectivas de actuar con amor, porque “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor. De donde el que teme no ha sido perfeccionado en el amor’.1. Jn 4:18
Quisiera concluir con un fragmento de una oración escrita por un pensador católico que en cierta mediada motiva el rompimiento de los retraimientos y el miedo:
“Hazme comprender que fui creado no como un ser acabado y encerrado sino como una tensión y movimiento hacia los demás; que debo de participar de la riqueza de los demás y de que los demás participen de mi riqueza; y que encerrarse es muerte y abrirse es vida libertad, madurez”.
Por aquel entonces, éste fragmento de oración fue un acontecimiento revelador entre tantas angustias; ¿tendrá el mismo sentido ahora? Al menos en estos tiempos y lugar, cuando escribo, no hay peligro de que la sinceridad tropiece en la plaza pública y de que la honradez no pueda presentarse. Doy fe de que en este oficio de escribir, sinceridad y honradez son convocadas, sino juzguen ustedes mismos.
Published in: Panorama Hispanic Newspaper and Gentiuno.com. June 2006