Por: Félix Varela
“La libertad y la religión tienen un mismo origen y jamás se contrarían porque no puede haber contrariedad en su autor. La opresión de un pueblo no se distingue de la injusticia, y la injusticia no puede ser obra de Dios.” Félix Varela
El miedo ha sido siempre el principio más fecundo de ficciones, y como en La Habana no falta, han adquirido gran feracidad los mentideros (por el cuidado y operación de muchos que no concurren a ellos), y sus cultivadores aventuran sin reparo, porque el estado de los ánimos es propio para recibirlas gordas. Ya se aterran, ya se animan, ora solícitos, ora indiferentes, pero siempre equivocados, y tanto más cuanto menos creen estarlo. Un día brotan conspiraciones por cada punto de la Isla, y todas con proyectos sanguinarios; los ánimos están exasperados, la división es inevitable, el odio es mortal, y todo amenaza convertir a la hermosa Cuba en un campo de desolación y de espanto. Al día siguiente todo se ha concluido.
Las conspiraciones se han cortado de raíz; los buenos (que sólo pueden serlo los anti-independientes), todos sostienen al Gobierno; un corto número de locos y de perversos es el único que interesa algo; mas sus esfuerzos son ridículos. Llega por desgracia de los tranquilistas alguna noticia de España poco favorable, o se dice que los patriotas consiguen victorias en el Perú: empieza en el momento la agitación, aunque se disimula, y como este mal puede ser muy grave, se pone en acción la fábrica de bombas, y apenas se forman, cuando se disparan en todas direcciones.
Prontamente hay cartas que digan que ha sido tal el regocijo con que se ha recibido en casi toda la América la caída del sistema constitucional y el restablecimiento del poder absoluto, que debe esperarse que muy pronto estarán todas las provincias pacificadas (esto es, subyugadas mil veces más que antes), sin más que ofrecer el perdón por un acto de clemencia de S.M. a los que han dado en la majadería de ser libres, y de no querer aguantar su gobierno injusto y disparatado. Otras veces la cosa va más seria: viene por ahí una expedición formidable, de rusos, franceses, españoles, italianos y de todo bicho viviente, cuya sola vista aterrará a los pícaros insurgentes y toda la América quedará bien compuesta, es decir: bien esclavizada, no ya por los españoles, que en tal caso serían bien insignificantes, sino por los extranjeros. Como esta noticia era muy gorda, se rebajó un poco, y ya se redujo a una expedición de españoles; pero se vio prontamente que en este supuesto debía ser muy corta y para darle algún valor se tuvo la feliz ocurrencia de suponer que venía con ella el infante don Francisco de Paula. Alguno podría sospechar que el tal infante tendría el buen despacho de Iturbide, si cogía de mal humor a los mexicanos como hace tiempo que están; pero no, aquel pueblo respeta mucho cuanto tiene relación con su rey; siempre ha deseado (cuando no podía otra cosa) la venida de un príncipe de la Casa, y apenas le verán, cuando todos, todos, saltarán de contento.
Bolívar en el Perú están casi derrotado y buscando donde refugiarse. Canterac y La Serna tienen un ejército formidable y gozan de una popularidad inmensa; al paso que los independientes son el objeto de la execración de aquellos pacíficos habitantes. Todo, todo está en favor de la España y mucho más desde que ha llegado a aquellas dilatadas regiones la plausible noticia de que su amo está en perfecta libertad, después de su horrible cautiverio, y debe esperarse que en breve desaparezca el ejército colombiano, se dispersen sus partidarios y goce el pueblo de la suspirada tranquilidad. Vienen cartas y papeles públicos de todas partes anunciando lo contrario, y presentando la verdadera opinión de los pueblos de América; pero no importa: en La Habana se sabe que todo es falso, y aunque viesen entrar a La Serna y Canterac como a Morrillo y Morales, dirían que estaban victoriosos en el Perú. ¡Qué ceguedad! ¿Y creerán los que difunden y sostienen tales patrañas que trabajan en favor de la isla de Cuba? ¿No conocen que la ficción de un bien es el mayor de los males? ¿No advierten que la idea de una seguridad infundada es el principio de la ruina de un pueblo? Pero ¡Ah! No es el pueblo el objeto de los que propagan estas ideas; son sus utilidades personales las que quieren prologar cuanto les sea posible; es un amo a quien pretenden complacer para conseguir sus favores.
Todo lo que no es depender de España, es arruinarse; unidos a la Madre Patria aún la misma ruina es prosperidad. Ven llegar el momento en que las cosas deben variarse y que lo más prudente sería preparar al pueblo para un cambio político inevitable; pero éste es un crimen y la virtud consiste en engañar o fingir que se engaña a aquellos habitantes, conducirlos por pasos a su desgracia, exasperar los ánimos hasta el último grado y proporcionar que corran los arroyos de sangre con que hace tiempo que están aterrorizando a los irreflexivos. Empiecen por demostrar que continuando las cosas en el estado actual no llegará el caso de tales desastres; y yo soy el primero que abogo por la llamada tranquilidad de la Isla, pero etiopem accipis dealbandum.
Lo más particular es el delirio en que están casi todos en aquella Isla sobre los planes de los refugiados en estos países. No hay carta de La Habana en que no se diga algo sobre esto; unos toman el tono de lamentación, otros el de consejo, alguno el de la burla, y casi todos el de credulidad. Tienen manifiesto el enemigo, cuyos planes son palpables, pues todo se reduce a invadir la Isla y tomarla de grado o por fuerza contando con la predisposición evidente de la mayor parte de sus habitantes; sin embargo, en los Estados Unidos es donde se forman todos los planes, como si se necesitasen muchos para el caso, y se comunican todas las noticias, como si éstas no se tuviesen en la misma boca del Morro. Se suministran los medios (a tanto delirio se llega en algunas cartas) para arruinar la Isla. Pero ¿quién los suministra? ¿Cuatro miserables refugiados? Esto no merece respuesta. ¿El gobierno de estos Estados? Si hubiese llegado ese caso, ya estaría concluida la empresa.
Es inútil que el gobierno español, o mejor dicho el de la isla de Cuba, sostenga aquí sus espías a quienes o paga o agradece sin otra ventaja que la de saber lo que nadie ignora, y es que los que han salido huyendo de la Isla no tienen motivos para estar contentos y que se alegrarían que llegase el feliz instante de volver a sus casas. ¡Pero figurarse otra! Vaya que es tener mucho miedo.
Las armas de la calumnia, que tanto se han manejado contra los patriotas en todas las épocas y países, y que en la isla de Cuba han sido la principal defensa de los que no han podido encontrarla en la razón y la justicia; estas armas que envilecen al que las usa y honran al que recibe sus golpes; estas armas tan propias de la causa del despotismo como de sus defensores; estas débiles armas se hallan muy embotadas, y son poco temibles sus tajos. Por mi parte yo no tendré la debilidad de temerlas, y jamás impedirán que yo proceda según creo que conviene a la felicidad de mi patria. No es tiempo, no, de entretenernos en acusaciones particulares ni en lamentos inútiles. Lo es sólo de operar con energía para ser libres.
Publicado en El Habanero, papel político, científico y literario. Filadelfia, 1824.
El padre Varela nació en La Habana, Cuba, el 20 de noviembre de 1788 y murió en San Agustín, Florida, EE.UU., el 18 de febrero de 1853. Sacerdote, escritor y académico fue nombrado diputado a las Cortes Españolas en 1821, y al disolverse éstas fue condenado a muerte y tuvo que huir a Gibraltar y luego a Nueva York, donde fue nombrado Vicario años después. Se le considera unos de los forjadores de la nacionalidad cubana. Para su alumno e insigne educador cubano José de la Luz y Caballero, Varela fue "el primero que nos enseñó a pensar".