Por: Iván Daniel Calás
Navarro*
Tengo
miedo de que la iglesia cubana sea como una parte de la iglesia alemana de los
años 30 y 40 del siglo pasado… si no es que ya lo somos.
Tengo
miedo de que callemos ante las injusticias y, lo que es peor, que callemos con
la justificación de que es para que podamos predicar el Evangelio. Tengo miedo
de que prediquemos al prójimo y no hagamos nada por el prójimo. Tengo miedo de
que nuestras palabras —o, mejor dicho, Su Palabra— no sea conocida porque
estemos en una burbuja… incluso sabiéndolo.
Tengo
miedo de que nuestras oraciones cubran solo nuestras necesidades, pero, a tu
derecha y a tu izquierda, hay otros que, como tú, necesitan agua, comida,
corriente eléctrica, comunicación… libertad.
Tengo
miedo de que, en el futuro, tengamos que pedir perdón por no hablar. Tengo
miedo de que pequemos por callar. Tengo miedo de que no usemos la mente y la
boca que Dios nos ha dado. Tengo miedo de que solo señalemos el pecado cuando
nos convenga.
Tengo
miedo de que no nos acordemos de los presos. Tengo miedo de que solo
denunciemos cuando el “preso injustamente” es uno de los nuestros. Tengo miedo
de que los viajes y los recursos sean más importantes que los principios. Tengo
miedo de que pensemos que la neutralidad es la forma correcta.
Tengo
miedo de que Dios me pregunté qué hice por el prójimo, o por mi tierra, cuando
todo era un caos. ¿Qué le puedo responder?
¿Miedo?
Ya lo estoy perdiendo. ¿Y tú?
Espera,
me queda un miedo grande:
Tengo
miedo… de que tengamos miedo.
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