septiembre 23, 2006

Los Curas.

Por: Eloy Arnaldo González.*

“Con los curas y los frailes, buenos días y buenas tardes”.
copla popular

Por estos días las imágenes de los Curas se suceden en los Medios, es pues como se dice: una imagen mediática; y todos sabemos por qué. Una periodista llegó a decir que la reiteración de tales imágenes resulta “hastiante”!vamos que no es para tanto! Dejémosle aparecer, ¿por qué molestarse por esto? Eso sí, no aparecen los Curas con los hábitos que siempre traían y que recordamos de niños. Aquellos hábitos holgados y oscuros, ceñidos a la cintura con un grueso cordón blanco trenzado; y que usaban en cuanta ocasión les fuera propicia.

Los Curas son eso: los sacerdotes católicos. Pero siempre hay en la palabra “Cura” algo de peyorativo. Basta insertar en un buscador esta palabra para qué aparezcan uno tras otros sitios de referencias a los Curas; pero no con relación a sus vidas,- dadas a la virtud cristiana -, sino a chistes y más chistes que hacen de éstos objetos permanentes de burlas y menosprecios.

Cuando le conté a alguien que escribiría sobre este tema me dijo: “Cuidado”. Tal vez por aquello de: “a la lumbre y al fraile no hay que hurgarle”. Pues bien, tendré cuidado, que no quiero con la Iglesia toparme. Advertencia quijotesca siempre sensata.

Todos los domingos, cuando sólo contaba con 9 años, veía al Cura que venia desde el cercano San Juan de los Remedios del Cayo hasta el poblado de Buenavista a oficiar la misa de domingo en la mañana. Único privilegio en toda la semana que tenían los feligreses católicos para tener un servicio religioso en aquel olvidado pueblo.

El Cura aquel se regresaba al mediodía y aguardada el auto que lo llevaba de regreso. Esperaba sentado en el reservado del Bar Azul con su impecable sotana, su rostro de nobles arrugas y sus cabellos canos; y esa mirada tierna que sé detenía en el vaso de vino que sostenía y que no apuraba, como alargando cada sorbo. Con mirada premonitoria observaba el campanario de la Iglesia, aquella pequeña parroquia construida a finales del siglo XIX y que seria destruida unos años después, en lo que parece ser el único acontecimiento por el cual una Iglesia en Cuba,- o esta pequeña parroquia en particular-, fuese derribada por un grupúsculo de comunistas locales sin que mediara razón o causa alguna.

Dos años después, en aquel verano del 1962, feliz de ser parte de las turbas y por entonces un adolescente de apenas 11 años, convocado y exhibiendo mi uniforme de botas a lo miliciano, pantalón verde olivo de grandes bolsillos a los lados y camisa gris claro con aquella cinta naranja en cada manga que distinguía a los becarios de la Revolución; me fui a hacer Revolución, orgulloso de mi boina roja y alegre de ser parte de las masas.

Nos llevaron a las calles de San Juan de los Remedios del Cayo,- dicen que para un desfile -, pero en realidad era un Acto de “reafirmación revolucionaria”, eufemismo que encerraba el concepto futurista de lo que sería con el tiempo los actos de repudio. A gritar fuimos por las calles:

“¡Los Curas, ladrones, que se quiten las sotanas y se pongan pantalones!”

Y otras consignas revolucionarias, que la decencia obliga a no incluirlas aquí.

El tranquilo pueblo de Remedios; de numerosa feligresía católica, se veía así perturbada por la presencia de decenas de adolescentes y jóvenes condicionados por una compulsión ideológica, e inducidos a gritar y pedir que los simples curas del lugar: “se quitaran la sotana y se pusieran pantalones”. El odio había sido sembrado en las mentes y en los corazones de los cubanos, apenas tres años atrás. Esto como muchas otras cosas que habríamos de ver no tenía porque sorprendernos.

Años después pude conocer que por aquellos tiempos; en la ciudad de Remedios se habían producido manifestaciones estudiantiles antigubernamentales. Esto en una población que tenía admiración y respeto por la Iglesia Católica. Solo unos meses antes de los hechos que arriba he narrado,- en diciembre de 1961 -, los dirigentes estudiantiles y de la Juventud Católica: Norberto Camacho y Luís Guevara; habían sido fusilados en las inmediaciones del Central Adela, y enterrados en una fosa común en el Cementerio del cercano poblado de Buenavista.

No eran casuales las consignas que los jóvenes vociferaban por las calles de Remedios contra los Curas. Era el momento y el lugar para un Acto de Repudio; y eso lo sabían muy bien los organizadores. Fueron años de odios; “años – odios” que se prolongaron a décadas; “décadas – odios” que se hicieron generaciones. Generaciones de odios, es el resultado cierto.

Por el año 1981 me fue presentado,- en la ciudad de Jovellanos -, al Cura del lugar. De sotana, nada. Venia de su trabajo secular en una Fundición donde laboraba como el que más. Nada de delicadas actitudes ni poses mostraba unas manos callosas y tiznadas, ropa de trabajo sucia y manchada de grasa. Me presentaban un obrero, no un Cura.

Entonces me dije:“! me cambiaron al Cura!”. Allí estaba, ejemplo de servicio y humildades: el Padre Pepe Félix. Es que ni nombre de Cura tenía. Era el único párroco de Jovellanos y sus iglesias cercanas. Días después de aquella presentación le visite y pude conversar largamente con él. Al llegar la hora del almuerzo,- que le habían traído en un solo plato -, dividió la comida exactamente en dos, y la compartió con alegría. Hoy es el Rector del Seminario de San Carlos en la Ciudad de la Habana.

Después de haber sido detenido en el año 1992, por razones políticas ; de la noche a la mañana me había convertido en un “apestado”, percibía una sensación de rechazo colectivo; a los que se sumaba las velados actos de acoso y hostigamiento por parte de la autoridades represivas del régimen Castro-comunista. En una situación así te sientes disminuido, acabado y completamente enajenado. Las autoridades represivas del régimen así lo saben, practican el acto de la represión como un ritual. “Ahora viene el acto de repudio en el trabajo, después en la cuadra (vecindario)”; así me dijeron sin asomo alguno de decoro. Estos sujetos no muestran ni la más mínima reserva a la hora de reprimir.

Les decía que, amigos, familiares y amables compañeros de trabajo cambian de actitud y se vuelven reservados e indiferentes. Nadie quiere buscarse problemas y te evitan. Buscar apoyo en los líderes o miembros de la Iglesia a la cual pertenecía, parecía un absurdo y lo era. No soy Católico, soy de confesión Bautista; y en medio de una situación de angustia como la que estaba viviendo, buscar apoyo en hermanos de la Iglesia Católica pudiera resultar paradójico; pero esto fue lo que hice. En una situación como esta sólo se busca alguien con quien conversar y un poco,- sólo un poco -, de comprensión.

Una monja de lo Orden de las Oblatas, me dijo que: “donde único encontraría alguien que me escucharía era en la Iglesia de San Juan de Letrán”, y allá me fui a ver según me había dicho la amable y cuidadosa monja a un Cura llamado: el Padre Juan, de la Orden que allí estaba establecida.

El Secretario me hizo pasar a un amplio salón donde no esperé mucho tiempo, el Cura vino de inmediato. Sorpresa absoluta; ante mí se presentaba sonriendo un hombre de unos 36 años vestido de blue jeans, zapatos deportivos y un cigarrillo popular en la mano. Entonces me dije: “! me cambiaron al Cura!”; esta no era la imagen que tenía de alguien que debía,- al menos -, escucharme.

Pero me escuchó, me trató con especial amabilidad y comprendió mis razones. Las pocas palabras que me dijo, me produjeron una tranquilidad de espíritu casi instantánea. Nunca más vi ó hablé con el Padre Juan, – de hecho hasta olvidé su apellido como pueden ver –; pero su atención y sus palabras han perdurado en mi memoria y me ayudaron a sobrellevar hasta estos días, mis más nobles ideales sin angustias pasajeras.

Sé que muchos al leer estas notas pensaran que he dejado a un lado las acusaciones que pesan sobre los Curas en la actualidad; que se hacen casi a diario y que, por lo demás , no son falsas. Me apego a la razón, no desconozco este problema. Pero aquí,- en esto que nos ocupa -, los buenos son mayoría.

Dicen que a la entrada de la Iglesia de San Juan de Letrán, en la Ciudad de la Habana; hay escritas unas palabras que no son precisamente de la Biblia o de algún renombrado religioso de la orden de los Dominicos. Las palabras son de José Martí, y dicen: “Los amorosos dominicos, siempre buenos, ¡hasta para América buenos!”.

Yo no vi ni leí esas palabras, aquella tarde en que fui a ver al Padre Juan. Tal vez no fue necesario.

© 2005

* Physician and Freelancer Writer. E-mail: eloy_gnzlz@yahoo.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Trataremos deponer un comentario ,de manera que se pueda re editar el Blog lo cual no esposible totalmente.

Claudia Lesly Longa Floriano dijo...

Me pareció interesantísimo tu artículo. Me gustaría que te contactaras conmigo para conversar, tengo alguna preguntas y muchas ganas de conocer a la persona que escribe sobre Dios y que le ha encontrado. Soy católica; espero eso no ea inconveniente. Pienso que es un único Dios para todos, y las iglesias dónde estés no es de muchísima importancia, sólo un poco.
Te dejo mi correo s.ahava@hotmail.com
Saludos!
Dios te bendiga =)