diciembre 22, 2025

El Pesebre de lo Inesperado: Adorar desde la Fragilidad y el Despojo

 Por : Eloy A González.

Grave momento el de esta Navidad. Nos acercamos al pesebre con la carga de un año que ha desnudado nuestras flaquezas. En una Iglesia donde los errores y pecados gritan, y en una vida personal donde los planes se han visto trastocados, esta temporada parece enfatizar el desorden. Sin embargo, hay una verdad transformadora en este caos: cuanto más te acercas al pesebre, más te despojas de tus propias seguridades.

La Navidad no es un evento de pulcritud y certezas, sino el territorio de un Dios que vino a eliminar las expectativas que habíamos puesto en nosotros mismos, permitiéndonos, simplemente, quedar vulnerables ante Su presencia. Es el espacio donde se deshacen nuestras etiquetas y las cajas donde pretendíamos guardarlo a Él.

Para transitar este camino de apertura, me nutro de dos villancicos de Lope de Vega. Ambos textos dialogan entre la ternura del inicio y la sombra del final, recordándonos que Dios no rehuyó el desorden, sino que lo habitó.

La paradoja de la vulnerabilidad: "Temblando estaba de frío"

En el primer villancico, Lope nos sitúa ante la contradicción más absoluta: el Creador del tiempo está ahora "sujeto al rigor del tiempo". No hay aquí una divinidad distante, sino un Dios que tiembla.

Temblando estaba de frío el mayor fuego del cielo, y el que hizo el tiempo mismo sujeto al rigor del tiempo

Lope utiliza la imagen del "espejo" para describir la relación entre la Madre y el Niño. Si el Niño llora, la Madre llora. Esta imagen es vital para quien llega a la Navidad con el alma rota: Dios se ha hecho nuestro espejo. Cuando lloramos ante el pesebre, no lloramos solos; nuestras lágrimas son el "son de fuentes" que le dan descanso.

Lo más profundo de este texto es la invitación a la confianza en medio de lo que no entendemos: "Llora tú, sin temer que el Niño / despierte a tu llanto tierno". Es la validación de nuestra tristeza en un mundo que nos exige alegría impostada. En el pesebre, el llanto es adoración.

El eco de la Cruz en la cuna: "Las pajas del pesebre"

Si el primer texto nos abraza en nuestra fragilidad, el segundo nos prepara para la realidad del sacrificio. Lope de Vega, con una maestría sobrecogedora, conecta el pesebre con el Calvario, recordándonos que el "sí" de Dios al hombre fue un "sí" que incluía la hiel.

Las pajas del pesebre, Niño de Belén, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel. [...] Las que para abrigaros tan blandas hoy se ven, serán mañana espinas en corona cruel.

Este villancico resuena con fuerza en aquellos momentos donde "lo recibido parece no tener sentido". Nos habla de que la Navidad también contiene la "corona cruel". Sin embargo, lejos de ser un mensaje de desesperanza, es la confirmación de que Dios conoce el final de la historia. Él sabe que las pajas se convertirán en espinas, y aun así, elige nacer.

La unidad del misterio

La conexión entre ambos villancicos es el hilo que sostiene nuestra fe cuando estamos en "el lugar de la destrucción". En "Temblando estaba de frío", vemos al Dios que comparte nuestra condición presente: el frío, el cansancio, la necesidad de consuelo. En "Las pajas del pesebre", vemos al Dios que asume nuestro destino futuro: el dolor y la entrega total.

Lope une la "flor" y la "hiel", lo "blando" y lo "cruel". Esta dualidad es la que nos permite respirar en medio del caos. La Navidad no nos pide certezas sobre el "cómo" se resolverán nuestros problemas, sino confianza en el "Quién" está acostado en las pajas.

Adorar en el establo de lo inesperado

Hay un poder misterioso en la alabanza que se eleva cuando nuestras estructuras se han venido abajo. Cuando las puertas de la posada —nuestras seguridades, nuestra pulcritud— permanecen cerradas, nos encontramos de pronto en un establo. Y es allí, donde no vemos razones lógicas para confiar, donde la adoración se vuelve un sacrificio verdadero.

Dejémonos despojar de las envolturas innecesarias. Al igual que el papel de regalo que se rompe para revelar el don, nuestra vida, a veces rota por las circunstancias, es la única que puede dejar al descubierto la presencia de Dios. No hay mejor momento para adorar que cuando no nos queda nada más que nuestra propia verdad a los pies del Niño. Las respuestas quizá no estén, pero Él sí. Y si Él está, el caos es un lugar sagrado.

Para mis lectores habituales en el Blog Religión en Revolución y Facebook, les deseo una venturosa Navidad y les dejo debajo el villancico, “Temblando estaba de frío”, este artículo y el villancico es mi regalo de Navidad. Bendiciones plenas.



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