Por : Eloy A González.
Grave momento el de esta Navidad. Nos acercamos al
pesebre con la carga de un año que ha desnudado nuestras flaquezas. En una
Iglesia donde los errores y pecados gritan, y en una vida personal donde los
planes se han visto trastocados, esta temporada parece enfatizar el desorden.
Sin embargo, hay una verdad transformadora en este caos: cuanto más te acercas
al pesebre, más te despojas de tus propias seguridades.
La Navidad no es un evento de pulcritud y certezas, sino
el territorio de un Dios que vino a eliminar las expectativas que habíamos
puesto en nosotros mismos, permitiéndonos, simplemente, quedar vulnerables ante
Su presencia. Es el espacio donde se deshacen nuestras etiquetas y las cajas
donde pretendíamos guardarlo a Él.
Para transitar este camino de apertura, me nutro de dos
villancicos de Lope de Vega. Ambos textos dialogan entre la ternura del inicio
y la sombra del final, recordándonos que Dios no rehuyó el desorden, sino que
lo habitó.
La paradoja de la vulnerabilidad: "Temblando
estaba de frío"
En el primer villancico, Lope nos sitúa ante la
contradicción más absoluta: el Creador del tiempo está ahora "sujeto al
rigor del tiempo". No hay aquí una divinidad distante, sino un Dios
que tiembla.
Temblando estaba de frío el mayor fuego del cielo, y el
que hizo el tiempo mismo sujeto al rigor del tiempo
Lope utiliza la imagen del "espejo" para
describir la relación entre la Madre y el Niño. Si el Niño llora, la Madre
llora. Esta imagen es vital para quien llega a la Navidad con el alma rota:
Dios se ha hecho nuestro espejo. Cuando lloramos ante el pesebre, no lloramos
solos; nuestras lágrimas son el "son de fuentes" que le dan
descanso.
Lo más profundo de este texto es la invitación a la
confianza en medio de lo que no entendemos: "Llora tú, sin temer que el
Niño / despierte a tu llanto tierno". Es la validación de nuestra
tristeza en un mundo que nos exige alegría impostada. En el pesebre, el llanto
es adoración.
El eco de la Cruz en la cuna: "Las pajas del
pesebre"
Si el primer texto nos abraza en nuestra fragilidad, el
segundo nos prepara para la realidad del sacrificio. Lope de Vega, con una
maestría sobrecogedora, conecta el pesebre con el Calvario, recordándonos que
el "sí" de Dios al hombre fue un "sí" que incluía la hiel.
Las pajas del pesebre, Niño de Belén, hoy son flores y
rosas, mañana serán hiel. [...] Las que para abrigaros tan blandas hoy se ven,
serán mañana espinas en corona cruel.
Este villancico resuena con fuerza en aquellos momentos
donde "lo recibido parece no tener sentido". Nos habla de que
la Navidad también contiene la "corona cruel". Sin embargo,
lejos de ser un mensaje de desesperanza, es la confirmación de que Dios conoce
el final de la historia. Él sabe que las pajas se convertirán en espinas, y aun
así, elige nacer.
La unidad del misterio
La conexión entre ambos villancicos es el hilo que
sostiene nuestra fe cuando estamos en "el lugar de la
destrucción". En "Temblando estaba de frío", vemos al
Dios que comparte nuestra condición presente: el frío, el cansancio, la
necesidad de consuelo. En "Las pajas del pesebre", vemos al
Dios que asume nuestro destino futuro: el dolor y la entrega total.
Lope une la "flor" y la "hiel",
lo "blando" y lo "cruel". Esta dualidad es la
que nos permite respirar en medio del caos. La Navidad no nos pide certezas
sobre el "cómo" se resolverán nuestros problemas, sino
confianza en el "Quién" está acostado en las pajas.
Adorar en el establo de lo inesperado
Hay un poder misterioso en la alabanza que se eleva
cuando nuestras estructuras se han venido abajo. Cuando las puertas de la
posada —nuestras seguridades, nuestra pulcritud— permanecen cerradas, nos
encontramos de pronto en un establo. Y es allí, donde no vemos razones lógicas
para confiar, donde la adoración se vuelve un sacrificio verdadero.
Dejémonos despojar de las envolturas innecesarias. Al
igual que el papel de regalo que se rompe para revelar el don, nuestra vida, a
veces rota por las circunstancias, es la única que puede dejar al descubierto
la presencia de Dios. No hay mejor momento para adorar que cuando no nos queda
nada más que nuestra propia verdad a los pies del Niño. Las respuestas quizá no
estén, pero Él sí. Y si Él está, el caos es un lugar sagrado.
Para mis
lectores habituales en el Blog
Religión en Revolución y Facebook,
les deseo una venturosa Navidad y les dejo debajo el villancico, “Temblando
estaba de frío”, este artículo y el villancico es mi regalo de Navidad. Bendiciones
plenas.
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