Por: Bárbaro Abel Marrero, PhD
Amo a Santa Clara, mi ciudad natal, la ciudad de Marta. Tal vez por eso me afectó tanto ser testigo virtual de los repugnantes eventos que mancharon sus calles este 15 de noviembre. La ignominia se hizo presente disfrazada de un traje horroroso: los tristemente célebres actos de repudio.
Se
acercó, cargada de odio, a una casa de familia, profiriendo improperios. Su
magra creatividad solo alcanzaba para repetir una y otra vez frases
revolucionarias antológicas tales como “Pim pom fuera, abajo la gusanera”.
Puro lirismo. ¿Quiénes eran los “gusanos” que pretendían exterminar? Una
familia lacerada por la injusta prisión de un hijo (y un hermano), solo por el
“delito” de manifestarse pacíficamente el 11 de julio. Ese joven de 23 años fue
arrestado violentamente, golpeado con brutalidad y encarcelado desde entonces
arbitrariamente. Para los repudiadores profesionales de turno todo este dolor
no era suficiente, sino que se empeñaron en aumentar el sufrimiento, ofendidos
por un cartel en el balcón familiar, de solo tres palabras: Libertad para Andy.
La jauría enfurecida, bien organizada, con sus carteles preelaborados, vestía
predominantemente de rojo, como si quisieran despejar cualquier duda acerca de
qué ideología estimula tanta maldad y rencor irracional. Me impresionó cómo
esta familia respondió con música, con argumentos, por momentos hasta con una
sonrisa; mientras que sus acosadores solo recurrían a alaridos y consignas
trilladas.
La
segunda familia que visitó la ignominia, también con el ropaje despreciable del
repudio, fue la de una madre y su hija. Allí también se dispuso a amedrentar,
ofender, calumniar, amenazar y denigrar con furia inquisidora. ¿Quién sería la
víctima en este caso? Una joven culta, graduada del IPVCE de la ciudad y de la
Universidad Central de Las Villas. Desde antes del amanecer y hasta la noche,
una turba enardecida se mantuvo acosando a estas dos mujeres (¡pero qué
mujeres!). Los represores eran fundamentalmente féminas con sobrepeso, que
reflejaban un odio visceral en la mirada, sedientas de violencia. Casualmente,
repetían las mismas consignas. ¿Qué era lo que estaban repudiando en este caso?
Una intelectual que se atrevió a pensar diferente y a expresar lo que cree. Una
inteligencia que deseó proponer un camino diferente para la tierra que la vio
nacer. Una joven que anhelaba salir de su casa y caminar por las calles de su
ciudad vestida de blanco, con una rosa en la mano. Quien observe las
expresiones a ambos lados de la cerca puede sacar sus propias conclusiones.
Saily respondió con una ecuanimidad admirable. Sin dudas, la cumbre más alta
desde la que brilló su sol moral fue el momento en el que recitó los versos de
la rosa blanca de nuestro Martí y se los dedicó a aquellas criminales del odio.
Martí lo aprendió de Cristo, quien nos enseñó a amar aun a nuestros enemigos y
a bendecir a quienes nos maldicen. Qué bueno si todos los cubanos siguiéramos
estos referentes. Esa es nuestra única esperanza para vivir en paz; más aún,
Cristo es nuestra única esperanza de salvación.
Mi
oración a Dios es que episodios vergonzosos de esta índole no se repitan en
nuestra patria. Independientemente de la posición política que la persona
abrace (y no estoy abogando aquí por ninguna), nadie debería ser sometido a
semejante maltrato y abuso psicológico. También intercedo por los infelices que
se han degradado a semejante vileza, para que puedan arrepentirse sinceramente,
por su propio bien. Finalmente, clamo por las familias que han sido laceradas
por abyectas saetas de odio, que sus heridas sean sanadas y que su causa sea
vindicada; que no sean vencidas de lo malo, como enseña el apóstol Pablo, sino
que venzan con el bien el mal. Padre, ten misericordia de Cuba.
Fuente: Facebook.
*Rector del Seminario Teológico
Bautista de la Habana. Ministerio Pastoral y Teología en Seminario Teológico
Bautista de la Habana "Rafael Alberto Ocaña". Ph.D. in World Christian
Studies in Southwestern Baptist Theological Seminary, Fort Worth, Texas
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