octubre 13, 2025

Animémonos y tengamos confianza mutua en medio de una Iglesia desolada.

 "Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza... Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras" Hebreos 10:23-25

El dolor causado en y por una iglesia es algo que golpea la conciencia. Esto no significa que las palabras y las situaciones, que hieren el corazón y generan situaciones muy desagradables y notorias, nos hagan sucumbir. Pero sí actúa en las mentes de los congregados, en su menguado corazón y en el alma de aquellos que han sido lastimados. Si esto no se trata, destruirá la felicidad, el gozo y el bienestar en un futuro.

El daño también afecta negativamente el ministerio y el alcance de la iglesia, —y tengo que decirlo— algunas iglesias nunca se recuperan. Hay que reconocer que el comportamiento que provocó tanto dolor no es diferente a los que nos puede ocurrir en la cotidianidad de nuestras vidas y dedicaciones. La diferencia radica en que nunca esperamos que el pueblo de Dios — nosotros— nos comportemos como aquellos que no tienen a Cristo en sus vidas. La iglesia es ese lugar donde casi todo el mundo piensa que estarán seguros, serán aceptados, perdonados y libres de problemas y de aflicción. No obstante, en la mayoría de las iglesias se mancha ese ideal, ya que como mínimo se van entremetiendo las discordias, los conflictos y el rencor. Es entonces que la maldad, las perversidades y el pecado manifiesto nos alcanza.

En circunstancias como estas, es importante comprender lo que podría haber sucedido en los individuos implicados y en la iglesia en general para poder identificar el origen de tanta pena, desconcierto y desengaño. Frente al Dios de amor en el que creemos, reconocemos con sinceridad lo que sentimos.

Al igual que la mayoría de los congregados, es posible que experimentemos: tristeza, ira, decepción, rechazo, dolor, celos, vulnerabilidad, miedo, rebeldía, orgullo, vergüenza o pérdida. Les insto a que indaguemos en La Palabra, lo que Dios dice sobre aquello que nos preocupa. Quizás, con buena disposición y humildad, descubramos esas palabras que nos dicen: "Con amor eterno te he amado" (Jeremías 31:3); "No te desampararé, ni te dejaré" (Hebreos 13:5); y "He aquí yo estoy con vosotros todos los días" (Mateo 28:20).

Si nos empleamos sin sobresaltos o temores en la raíz del dolor, Dios nos involucrará en la comprensión y la benignidad necesaria para sanar nuestras lastimaduras.  Clamemos a Dios y el poder del Espíritu, así como el amor del Hijo. Su atención se centrará en Él y no en otras personas y sus actos. Superemos las situaciones que nos lastimaron y ofendieron porque así nos sentimos.  Más que todo esto hay realidades que probablemente pueden frustrar nuestra pasión por Dios, por nuestra Iglesia, y el propósito de Dios para nuestras vidas. Si nos descuidamos, estos sentimientos acabarán con una raíz de amargura que nos afectará en lo personal y nos negará la vida abundante en Cristo (Juan 10:10). ¡Nadie aquí desea que esto suceda en su vida!

Para una congregación lastimada y en buena medida marcada por una galopante desunión, como consecuencia de tan lamentables eventos que nos han sacudido, el mensaje que viene de Dios, sustentados en la Fe y compartiendo algunos las dedicaciones a una pronta solución, debe enfocarse en el cuidado a través de la Fe, el perdón mutuo y la unidad en Cristo. Debemos recordar que Dios sana los corazones rotos y que la Fe nos permite superar cualquier obstáculo y emboscadas del maligno. Es crucial que tengamos en cuenta que no estamos solos y sujetos a caer, que la común Fe que compartimos en nuestro Señor Jesucristo nos fortalece y que Dios hará efectivos sus propósitos para con cada uno de los aquí congregados, por cada familia, y por su Iglesia en conjunto, incluso en medio del dolor y la desunión que pueda producirse, como se indica en Salmo 147:3 y Hebreos 10:23-25.

El poder de Dios y la presencia del Espíritu traerá pronto cuidado al restablecer nuestras heridas y estar atentos. Dios es quien sana los corazones rotos y que Él puede sanar la congregación. "Dios sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas" (Salmo 147:3).

Confiemos en que nos asiste una Fe fuerte y el amor resuelto del Padre como para confiar en El, creer en El y considerar que en sus cuidados hará lo imposible en estos momentos de debilidad de unos y desconcierto de tantos. Es así que, hacemos un llamado a la unidad, recordando que Cristo nos llama a amarnos los unos a otros como Él nos amó.

Animémonos a encontrarnos en medio de los desconciertos y temores, perdonándonos los unos a los otros, como Dios nos ha perdonado a través de Cristo. Hacemos un llamado a servirnos los unos a otros y a mostrar amor y compasión, como Jesús lo hizo.

Animémonos a permanecer en la oración y a no dejar de congregarse, para fortalecernos mutuamente en la fe, y a ser humildes y a depender de Dios en lugar de nuestras propias fuerzas.

Salmo 147:3: "Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas".

Filipenses 4:13: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece".

Isaías 41:10: "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo". 

¿Cómo podemos evitar que estas experiencias dolorosas nos destruyan y con ello a nuestras familias e Iglesia? La Palabra nos dice que, "sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida" (Proverbios 4:23). Es conveniente que protejamos nuestros corazones, eligiendo cuidadosamente nuestros pensamientos, sentimientos, actitudes y acciones. No nos quedemos en mirar hacia atrás, no sea que nos convirtamos en estatuas de sal, y guardemos nuestros corazones para no quedarnos en lo ya ocurrido. Debemos rehusarnos a recalcar en las debilidades de la iglesia. Se necesita humildad para renunciar al resentimiento, aunque "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (Santiago 4:6; Proverbios 3:34). Se requiere de acciones y actitudes de perdón (Mateo 18:22; Marcos 11:25; Efesios 4:32; Colosenses 3:13) que no tengan ningún indicio de desagravio (Romanos 12:19). Principalmente, se necesita el poder del Espíritu Santo obrando en y a través de todos los congregados (Efesios 3:16).

No culpemos a Dios por la forma en que se comportan sus hijos. Tampoco abandonemos la Iglesia. Aquí, como en tantas iglesias, hay más personas dedicadas, llenas de gracia, amorosas y capaces de perdonar. Vamos a compartir con ellas,  pasar tiempo entre nos. La iglesia es la idea y el resultado de Dios, y Él la protege fielmente.

Nosotros podemos confiar en la esperanza porque estamos buscando el cuidado del Señor. Ahora nos corresponde a todos hacer lo correcto y enfocarnos en la persona de Padre, del Hijo Amado y el poder del Espíritu Santo, las tres personas que pueden transformar verdaderamente nuestras vidas por encima y más allá de todo lo ocurrido. Salvándonos, alcanza por igual a la familia y a la Iglesia, que es por sobre todas las cosas el cuerpo de Cristo.

Nuestro Señor Jesucristo prometió: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mateo 11:28-30).

En lo personal, voy alcanzando el descanso para mi alma atribulada, de un Dios que enseña mansedumbre y humildad —siendo aún el Dios de poder— el que aligera nuestras pesadas cargar. Hagámoslo todos mirando a la cruz del sacrificio y al rostro de un Dios que no nos abandona para, en lo posible, alcanzar la Gracia del Espíritu Santo como para colmarnos de bien y esperanzas; desde ahora y hasta el final de los tiempos.

Que sus bendiciones y la Paz nos alcancen…, Amén

Eloy A González

Fort Worth, Texas a los 12 dias del mes de octubre del año 2025

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