Por: José Vilasuso.
En mil novecientos sesenta y tres, por las calles de La Habana Vieja se veía transitar un personaje extraño por original. Era un sujeto vistiendo un batilongo carmelita y calzando sandalias. Era joven, alto y rubio, con prestancia grata y una nata y amable disposición como para escuchar siempre, sabiendo qué responder. Era el padre Miguel Ángel Loredo, franciscano.
Un acontecimiento ajeno tuvo lugar dos años después. El intento de desvío de un aparato de Cubana de Aviación con destino a Miami, donde resultaron muertos el copiloto y escolta desplegándose una aparatosa movilización nacional a la busca del navegante, Ángel M Betancourt a quien se hacía responsable de los hechos. Fuertes contingentes armados, noticias de última hora, registros por todas partes, dieron a los acontecimientos un sabor inusitado. El conjunto daba qué pensar pero su cobertura noticiosa mucho más.
El lunes de resurrección de 1966, el padre Loredo, a la sazón párroco de Guanabacoa, recibió una llamada urgente de su sacristán, Gerardo Pérez. Que fuera al convento de San Francisco pues algo muy serio tenía lugar allí. Partió de inmediato y llegando a los contornos del templo, turbas agitadas repetían consignas revolucionaras y al entrar, olíase la anormalidad. Vio movimiento por la sacristía y un militar que le salió al paso, le conmina. "¿Es usted Miguel Loredo?" "Sí señor." "Está detenido." "¿Por qué?" Entonces le mostraron a Ángel M. Betancourt. Se le acusaba de haber concedido asilo en el recinto a un prófugo de la justicia revolucionaria.
El juicio puso de manifiesto cuán difícil es probar la culpabilidad de un inocente. A la hora decisiva, el testigo gubernamental, Gerardo Pérez, careó con el acusado. "Gerardo tu sabes que estás mintiendo" fue la palabra del franciscano. Gerardo bajó la cabeza.
Condenado a quince años de prisión. Pasó por un cúmulo de privaciones, torturas, golpizas, tapiado, que únicamente su enorme fortaleza física y espiritual explican. Lejos de amilanarle, la prisión acicateó sus impulsos apostólicos. Al llegar a Isla de Pinos, Loredo recibió otra sorpresa imperecedera. La gloriosa acogida por la población penal en pleno. Era un héroe arribado a su tierra. Allí comprendió cuán contradictorios pueden ser los juicios de Dios, frente a los juicios de los hombres. (Incluyendo a religiosos que hasta hoy se han negado a aceptar sus descargos; otros han guardado el más cínico silencio.) En la isla, Miguel Loredo escuchó la voz de Dios. Esa voz a veces dura, a veces difícil de comprender, si la fe no nos asiste. Aquellos compañeros necesitaban auxilios espirituales. Muchos eran católicos, otros interesados en las cuestiones de la religión, tantos inquietos. El presidido político es cantera de pruebas sin cuento que vence, cujea o hace crecer a los hombres. Claudicas o te consagras. Es etapa apropiada para meditar y encontrarse a sí mismo. Tras las rejas, el mundo puede verse en toda su vanidad, vaciedad e injusticia. Las rejas pueden ser espejo de contradicciones. Cuando se padece sin motivo, uno puede dar gracias de no estar en el lado contrario, creo que sería el peor de los suplicios. Comprobamos los niveles éticos a que descienden algunos hombres. Peor aquéllos que viviendo en libertad callan estos ejemplos. Claro que la visión trascendente de la vida acompaña esta reflexión. De lo contrario, nos perdemos en un laberinto de angustias. Pero Loredo es espécimen de trascendencia y carácter. En la Isla el sacerdote montó su nueva parroquia al servicio de los presos. Sencillamente había cambiado de aprisco. Esto no se puede comprender bajo ojos humanos. Ni tampoco algunos religiosos. Los detalles de aquel apostolado ameritarían una inacabable crónica de vidas nuevas. Corazones intrépidos a la busca de verdades. Todo el bien allí derrochado ya acreció en el caudal de las gracias "in eternun," en el infinito del cosmos. Y seguirá dando frutos. Nadie lo podrá deshacer. Penetró al acervo sobrenatural, donde los méritos de las acciones se miden por las intenciones con que se llevaron a efecto, nunca por sus resultados exteriores. Sigue pues operando y continuará más allá de nuestras lindes. En dimensiones incalculables para el flaco intelecto del hombre.
Estamos en tiempos de recuento. Hoy Loredo ejerce su ministerio fuera de Cuba y su nombre ha adquirido prestigio internacional como activista de derechos humanos. Los recuerdos de tan profundas vivencias, constituyen un libro abierto de esa rara fauna que se llama el cristiano integral. Varios responsables directos del proceso han muerto, otros ya no son nadie, de terceros no sabemos. Pero hacia todos, el excapellán de Isla de Pinos retiene un mismo sentimiento, perdón.
Sin embargo, un cabo debe de atarse para colegir motivos intrínsecos de aquel proceso que algún día, no lejano, el mundo alegre y los cubanos del patio habrán de conocer detalladamente. ¿Por qué fue escogido este personaje para involucrarlo en un asunto con el que nada tenía que ver? Es la repetición de una política. En Cuba nadie tiene derecho a sobresalir, excepto una persona conocida. El mandón de turno. El resto debe vivir en el anonimato. Loredo desde su arribo se había convertido en figura. Su sólo desfile con atuendo clerical por las calles habaneras, fue un reto ideológico al totalitarismo oficial. Por entonces los curas que quedaban activos, formaban un puñado de viejos, incoloros, enfermos o desconocidos. La presencia de sangre nueva, orador brillante, intelectual con ideas, atractivo principalmente a jóvenes, hizo mella en el narcisismo de ese hombre único con derecho a lucirse. Amén de que la política oficial respecto a la iglesia consiste en permitir hasta un límite, antes y después del papa. Por otra parte, desde el poder, el comunismo pronto deja de idealizarse, es un mero interés. Por su parte, el cristianismo nació de la adversidad y persecución, los nombres de Dioclesiano, Decio, Nerón o Juliano constituyen una especie de mal necesario para que brote su antídoto. Es aquello insondable de que Dios saca bien del mal. Solo él lo puede lograr. En aquel tiempo, el paganismo moría y la nueva religión ganaba los corazones. Cuba, para honra de sus creyentes y hombres de buena voluntad, cualquiera que sea su doctrina; está escribiendo otro capitulo de esa persecución perenne que renueva y revitaliza la fe de Jesús, en definitiva el primer mártir. Es decir, fortaleciendo ese sentido de sobrenaturalidad sin el cual no se forjan los pueblos. De ahí que nada sea equiparable al conjuro de esa práctica a que el discípulo de Francisco hace honor. La reconciliación nacional. Es la visión alta ante un engranaje absurdo, anacrónico, cruel y ridículo. Creo que es la única línea que vale la pena seguir al cabo de tantas vicisitudes de toda coloración, rigores y sabores.
Pero la reconciliación opera en el interior de cada hombre. Las actitudes vitales echan raíces en el corazón, receptáculo de virtudes. Nunca será mercancía en baratillo. Por ello, a ratos, hombres como Loredo, Osvaldo Payá o Elizardo Sánchez son tildados de ilusos. Aunque en verdad son de los pocos sabios que en el mundo han sido. La virtud domestica, como la llamara José Martí, posee cierto misterio, nada rápido de capturar. Es que el mundo del espíritu no es asequible a primera vista. Es tesoro precioso que sólo se descubre después de heroicos recorridos por la vida. Convicción profunda que nutre la perseverancia, conquista máxima del alma madura. Arma tremenda que nos dará la redención final.
En mil novecientos sesenta y tres, por las calles de La Habana Vieja se veía transitar un personaje extraño por original. Era un sujeto vistiendo un batilongo carmelita y calzando sandalias. Era joven, alto y rubio, con prestancia grata y una nata y amable disposición como para escuchar siempre, sabiendo qué responder. Era el padre Miguel Ángel Loredo, franciscano.
Un acontecimiento ajeno tuvo lugar dos años después. El intento de desvío de un aparato de Cubana de Aviación con destino a Miami, donde resultaron muertos el copiloto y escolta desplegándose una aparatosa movilización nacional a la busca del navegante, Ángel M Betancourt a quien se hacía responsable de los hechos. Fuertes contingentes armados, noticias de última hora, registros por todas partes, dieron a los acontecimientos un sabor inusitado. El conjunto daba qué pensar pero su cobertura noticiosa mucho más.
El lunes de resurrección de 1966, el padre Loredo, a la sazón párroco de Guanabacoa, recibió una llamada urgente de su sacristán, Gerardo Pérez. Que fuera al convento de San Francisco pues algo muy serio tenía lugar allí. Partió de inmediato y llegando a los contornos del templo, turbas agitadas repetían consignas revolucionaras y al entrar, olíase la anormalidad. Vio movimiento por la sacristía y un militar que le salió al paso, le conmina. "¿Es usted Miguel Loredo?" "Sí señor." "Está detenido." "¿Por qué?" Entonces le mostraron a Ángel M. Betancourt. Se le acusaba de haber concedido asilo en el recinto a un prófugo de la justicia revolucionaria.
El juicio puso de manifiesto cuán difícil es probar la culpabilidad de un inocente. A la hora decisiva, el testigo gubernamental, Gerardo Pérez, careó con el acusado. "Gerardo tu sabes que estás mintiendo" fue la palabra del franciscano. Gerardo bajó la cabeza.
Condenado a quince años de prisión. Pasó por un cúmulo de privaciones, torturas, golpizas, tapiado, que únicamente su enorme fortaleza física y espiritual explican. Lejos de amilanarle, la prisión acicateó sus impulsos apostólicos. Al llegar a Isla de Pinos, Loredo recibió otra sorpresa imperecedera. La gloriosa acogida por la población penal en pleno. Era un héroe arribado a su tierra. Allí comprendió cuán contradictorios pueden ser los juicios de Dios, frente a los juicios de los hombres. (Incluyendo a religiosos que hasta hoy se han negado a aceptar sus descargos; otros han guardado el más cínico silencio.) En la isla, Miguel Loredo escuchó la voz de Dios. Esa voz a veces dura, a veces difícil de comprender, si la fe no nos asiste. Aquellos compañeros necesitaban auxilios espirituales. Muchos eran católicos, otros interesados en las cuestiones de la religión, tantos inquietos. El presidido político es cantera de pruebas sin cuento que vence, cujea o hace crecer a los hombres. Claudicas o te consagras. Es etapa apropiada para meditar y encontrarse a sí mismo. Tras las rejas, el mundo puede verse en toda su vanidad, vaciedad e injusticia. Las rejas pueden ser espejo de contradicciones. Cuando se padece sin motivo, uno puede dar gracias de no estar en el lado contrario, creo que sería el peor de los suplicios. Comprobamos los niveles éticos a que descienden algunos hombres. Peor aquéllos que viviendo en libertad callan estos ejemplos. Claro que la visión trascendente de la vida acompaña esta reflexión. De lo contrario, nos perdemos en un laberinto de angustias. Pero Loredo es espécimen de trascendencia y carácter. En la Isla el sacerdote montó su nueva parroquia al servicio de los presos. Sencillamente había cambiado de aprisco. Esto no se puede comprender bajo ojos humanos. Ni tampoco algunos religiosos. Los detalles de aquel apostolado ameritarían una inacabable crónica de vidas nuevas. Corazones intrépidos a la busca de verdades. Todo el bien allí derrochado ya acreció en el caudal de las gracias "in eternun," en el infinito del cosmos. Y seguirá dando frutos. Nadie lo podrá deshacer. Penetró al acervo sobrenatural, donde los méritos de las acciones se miden por las intenciones con que se llevaron a efecto, nunca por sus resultados exteriores. Sigue pues operando y continuará más allá de nuestras lindes. En dimensiones incalculables para el flaco intelecto del hombre.
Estamos en tiempos de recuento. Hoy Loredo ejerce su ministerio fuera de Cuba y su nombre ha adquirido prestigio internacional como activista de derechos humanos. Los recuerdos de tan profundas vivencias, constituyen un libro abierto de esa rara fauna que se llama el cristiano integral. Varios responsables directos del proceso han muerto, otros ya no son nadie, de terceros no sabemos. Pero hacia todos, el excapellán de Isla de Pinos retiene un mismo sentimiento, perdón.
Sin embargo, un cabo debe de atarse para colegir motivos intrínsecos de aquel proceso que algún día, no lejano, el mundo alegre y los cubanos del patio habrán de conocer detalladamente. ¿Por qué fue escogido este personaje para involucrarlo en un asunto con el que nada tenía que ver? Es la repetición de una política. En Cuba nadie tiene derecho a sobresalir, excepto una persona conocida. El mandón de turno. El resto debe vivir en el anonimato. Loredo desde su arribo se había convertido en figura. Su sólo desfile con atuendo clerical por las calles habaneras, fue un reto ideológico al totalitarismo oficial. Por entonces los curas que quedaban activos, formaban un puñado de viejos, incoloros, enfermos o desconocidos. La presencia de sangre nueva, orador brillante, intelectual con ideas, atractivo principalmente a jóvenes, hizo mella en el narcisismo de ese hombre único con derecho a lucirse. Amén de que la política oficial respecto a la iglesia consiste en permitir hasta un límite, antes y después del papa. Por otra parte, desde el poder, el comunismo pronto deja de idealizarse, es un mero interés. Por su parte, el cristianismo nació de la adversidad y persecución, los nombres de Dioclesiano, Decio, Nerón o Juliano constituyen una especie de mal necesario para que brote su antídoto. Es aquello insondable de que Dios saca bien del mal. Solo él lo puede lograr. En aquel tiempo, el paganismo moría y la nueva religión ganaba los corazones. Cuba, para honra de sus creyentes y hombres de buena voluntad, cualquiera que sea su doctrina; está escribiendo otro capitulo de esa persecución perenne que renueva y revitaliza la fe de Jesús, en definitiva el primer mártir. Es decir, fortaleciendo ese sentido de sobrenaturalidad sin el cual no se forjan los pueblos. De ahí que nada sea equiparable al conjuro de esa práctica a que el discípulo de Francisco hace honor. La reconciliación nacional. Es la visión alta ante un engranaje absurdo, anacrónico, cruel y ridículo. Creo que es la única línea que vale la pena seguir al cabo de tantas vicisitudes de toda coloración, rigores y sabores.
Pero la reconciliación opera en el interior de cada hombre. Las actitudes vitales echan raíces en el corazón, receptáculo de virtudes. Nunca será mercancía en baratillo. Por ello, a ratos, hombres como Loredo, Osvaldo Payá o Elizardo Sánchez son tildados de ilusos. Aunque en verdad son de los pocos sabios que en el mundo han sido. La virtud domestica, como la llamara José Martí, posee cierto misterio, nada rápido de capturar. Es que el mundo del espíritu no es asequible a primera vista. Es tesoro precioso que sólo se descubre después de heroicos recorridos por la vida. Convicción profunda que nutre la perseverancia, conquista máxima del alma madura. Arma tremenda que nos dará la redención final.
2 comentarios:
"Bienaventurados cuando por mi causa os persigan y os vituperen y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo. Gozaos y alegraos porque vuestro galardón es grande en los Cielos."
Que injusticia más grande. Pero que tremenda actitud y valor.
Saludos!
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