junio 02, 2025

ESCRIBIENDO LAS MEMORIAS. Nota I.

 Por Eloy A González.
¡Ay de vosotras, almas pravas! [Dante], que al final del camino aún me escoltan -agrego-

Claro está que, las antiguas heridas nos pueden definirnos. Pero borrar el pasado no es ni puede ser el único correctivo para librarnos del sufrimiento. No se trata de dejar a un lado nuestras laceraciones, sino de tratar de no removerlas una y otra vez.

Nunca me dejo llevar por las bajas pasiones el encono, tampoco por instintos de venganza, descalificación y enojo. No me cargo con los rencores, ni albergo ideas sórdidas para con aquellos que tanto daño me hicieron a mí y a mi familia.

Alegoría de la impiedad sosteniendo una antorcha con la que quema un pelícano en su nido con sus crías. Su atributo es el hipopótamo. Grabado en “Iconologie oder Ideen aus dem Gebiete der Leidenschaften und Allegorien bildich dargestellt fur Zeichner, Mahl [no fecha]

Tampoco soy de esos que se elevan sobre un perdón mezquino que a nadie alcanza. Pero es un perdón que nunca llega ni ha llegado en el contexto en que vivimos. No me alcanza la sordidez de eso que denominamos “arrepentimiento”  y “respeto por lo que ya no están”; ni me empleo en el ferviente deseo que alguien arda en un infierno, que no nos toca administrar ni desear para nadie. El perdón no exime a los demás de la responsabilidad de sus actos, ni cambia necesariamente su comportamiento, consideran algunos. Es, por lo tanto, un objeto arrojadizo, sí, agobiados por el peso de las canalladas, aseguramos que, el perdón es para el que perdona. No, gracias.

No esgrimo esa estupidez de que “todos hemos sido víctimas”, porque muchos son más víctimas que otros; como muchos son dedicados victimarios y victimarios de ocasión. Ni me sumerjo, es esa cruel hipocresía de un “deseo” de que el finado descanse en paz. Tampoco acepto que el perdón no implica ni requiere reconciliación para perdonar, porque en nada enriquece ni al perpetrador del mal ni a la víctima de la impiedad.

No acepto la valentía del perdón, ni consumo mis limitadas fortalezas, ni la disposición de ánimo para aceptar algo de lo cual no soy culpable, y sí parte del conflicto. Yo no me enfrento a los demonios de los otros, las vicisitudes las remito a Dios en oración. En todo esto no cuestionen mi honestidad y mi fe.

Nadie que muere, cualquiera que sea sus culpas, las carga en su conciencia, tampoco se adjudica sus impiedades en su paso por la existencia vil que le acompañó. Salvo que, como asumimos, se produzca un verdadero arrepentimiento. En cierto sentido, esto último descansa en la voluntad de Dios.

            2 de junio de 2025

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