Una de las impresiones que más se repiten en mi experiencia diaria, es que personas que “se han hecho santo”, se destacan por su actitud prepotente y el puro blanco de su vestidura contrasta con su falta, no ya de amor, sino de mera cortesía.
No dan una imagen loable de su fe, y me cuestiono cuál es el respeto que le inspiran esos dioses que ostentan por medio de coloridos collares y pulsos. Símbolos a veces de solapado y amenazador poder (no es poco común que un creyente amenace con “echar al caldero” a un supuesto enemigo).
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