La gente puede cansarse de
vivir, eso fue lo que vi en el rostro de aquella mujer. Había más que
infelicidad en aquellos ojos perdidos.
Caminaba con la rapidez que
me creaba las horas ya venidas de la mañana en que debía estar en la Finca para
hacer lo que por aquellos días no me era ajeno. Apuraba los pasos por aquel
camino de piedras que hacían tan difícil el andar, superada aquella elevación y
cuando a la espalda quedaba la carretera y el poblado de Rojas encontré aquella
casa humilde de madera en un recodo del camino que ya me era familiar. Pintada
de verde aun sin perder el color que señalaba aquella casa en el camino a la finca de El Claro.
Salió el hombre entre
aperos de labranza y animales que
abundaban en aquel patio y me pidió, siendo médico, que atendiera a su esposa. Fui
directo a una de las dos habitaciones. La mujer me miró dudando de mi condición
al verme en ropa de faena de campo. Pero bien sabían quién era. Me dijo sin mediar más palabra: “estoy cansada de vivir”. En los cincuenta, delgada y frágil; la mujer
mostraba una piel apergaminada, los ojos sin brillos y la mirada perdida; no
había signos alguno de enfermedad y un antecedente de una afección hormonal
había sido superada ya con un tratamiento
sustitutivo. Hablé despacio, entendió mis argumentos; esos que tratan de
superar la angustia y elevar el ánimo. Me escuchó sin agregar una palabra y regresé
al camino.
Un mes después ya de vuelta
y en el mismo camino que hacía en aquellos días que alternaba mi trabajo en la
capital y mi búsqueda en el campo pregunté por la mujer del camino; aquella que
se había cansado de vivir. Se había ahorcado hacia una semana; puso fin a sus días.
No se trata aquí de los
argumentos sobre el cansancio de vivir
que hoy se usan para asumir la eutanasia en aquellos marcados por la enfermedad
terminal y la muerte inminente. Tampoco es esto la depresión que afecta por
igual el cuerpo quebrantado y el alma afligida. No es esas situaciones límites a las que tanto se refieren algunos, ni el
estrechamiento de la conciencia, ni aun ese tocar
fondo en el que tantos insisten. De este último se explica que es bueno tocar fondo, -implica- , que solo queda
ascender. Nada es menos cierto…, al tocar
fondo muy bien la persona puede quedarse allí.
Todo lo anterior es una
encontrada reflexión. Ayer, mientras
veía un noticiero en la televisión, daban la noticia de una pareja de personas
de la tercera edad, recordemos que ya la gente no es anciana, ni vieja; sino de
esta tercera edad cuyo rango se
desconoce. Pues bien, la mujer cansada
de vivir y sin un aparente motivo de discordancias o historia de violencia domestica,
increpa al esposo para que de una buena vez la mate. El esposo va a la habitación,
toma un arma, la dispone para su uso y
regresa para dispararle a su esposa. Después de cumplir el pedido de su mujer va al patio a una amplia terraza, se
sirve una copa de vino y enciende un cigarrillo. Despacio vació la copa y fumó
aquel cigarrillo con delectación para después
llamar a la policía y explicarle lo que había ocurrido. Quien sabe lo que pasaba por la mente de la
mujer horas antes; quién sabe lo que pensó el esposo cumplido el reclamo de su
esposa y apurando después la copa de
vino en aquella terraza donde tal vez en más de una ocasión conversaron mientras
veían caer la tarde.
Ella cansada de vivir, él
también. La vida había concluido para ambos. La muerte se hizo presente.
En tanto que reviso esta
nota, leo las palabras pronunciadas por Su Santidad: “estoy ante la etapa final de mi vida, y no sé lo que me espera”,
dijo. Esto dicho por alguien que representa a Aquel que afirmó que había venido a todos para traer vida y vida
en abundancia; deja un margen de perplejidad cuando la promesa de un
cielo y una tierra nueva es parte de una vida más altísima que esta que nos
trajo a este in-mundo terrenal .
La mujer del camino vacío
su vida en un acto donde acortó el tiempo con la muerte. La mujer pidió al hombre que le acompañaba en
la vida que acortara sus días, haciéndolo, permitieron que la muerte pareciera victoriosa.
©2012-10
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