Por: Eloy A González.*
Hace algunos meses mientras leía las habituales páginas de temas religiosos, encontré una información escalofriante, y aunque tomé nota de ella, no llegué a comprender en toda su dimensión hasta que unos días después la encontré en mis notas. Se trata de una información tomada de un sitio Web que incluyo a continuación:
Abdulrajman Mohamed Saleh, de 23 años, fue ejecutado este pasado 18 de marzo…. Su delito había consistido en abandonar el islam por el cristianismo. La experiencia religiosa que había tenido, no hace más de dos meses, le bastó para que fuera detenido inmediatamente por las autoridades. A continuación, sin posibilidades de defensa y con un juicio sumario, la ley acabó con su vida, transformándolo en un nuevo mártir cristiano del siglo XXI en plena celebración de la Semana santa cristiana.
Junto a esta nota, la de una mujer que fue sorprendida en un autobús con varias Biblias siendo reprimida sin conmiseración. Todo esto ensombrece cualquier razonamiento lógico y nos conduce a analizar lo más desapasionado posible el tema de la intolerancia religiosa.
La Intolerancia religiosa es la motivada por las propias creencias religiosas de uno, generalmente en contra de las creencias religiosas de otro. Intolerancia religiosa y persecución han aparecido frecuentemente en la historia del mundo, cuando se produce el contacto entre culturas diferentes, y la mayoría de las creencias han sufrido por ella.
En tanto que, la persecución religiosa, que constituye un caso extremo de intolerancia, consiste en el maltrato persistente que un grupo dirige a otro grupo o a un individuo debido a su afiliación religiosa. Usualmente, la persecución de esta naturaleza, florece debido a la ausencia de tolerancia religiosa, libertad de religión y pluralismo religioso.
Si consideramos que el mundo, se ve condicionado a una serie de reglas que promueven la tolerancia religiosa y condenan la falta de libertad religiosa, como es la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Pactos internacionales entre otros instrumentos podemos suponer que estos hechos no tienen porqué ocurrir. Pero la realidad resulta inquietante; hoy podemos considerar que en estos tiempos, la práctica de la intolerancia religiosa y la persecución que trae consigo, acarrearan futuras confrontaciones entre Estados y guerras regionales de consecuencias imprevisibles.
No cabe duda alguna de que la intolerancia religiosa y el menoscabo de los derechos que estas causan, están condicionando en muchos casos, no pocas y peligrosas confrontaciones, que puede desembocar en conflictos de difícil resolución por las vías pacificas.
La experta independiente Asma Jahangir, quien presentó su informe anual ante el Consejo de Derechos Humanos reunido en Ginebra, expresó su profunda preocupación por "las crecientes amenazas contra la libertad de religión, convicción y la intolerancia y discriminación de algunos Estados vinculadas a la religión". El desprecio y las violaciones de los derechos humanos, en especial de la libertad de expresión, de culto o convicción siguen provocando guerras y grandes sufrimientos, afirmó la relatora de la ONU para la libertad de culto o de convicción.
Estas apreciaciones como muchas otras que surgen al calor de los debates y disposiciones de los organismos internacionales caen en saco roto, esto lo sabemos muy bien. Ninguna declaración devolverá la vida al joven Abdulrajman Mohamed Saleh, quien fue decapitado hace apenas 6 meses.
Pero no es este tema lo que me propongo considerar. Pienso en algo tan sencillo como la necesidad de que las sociedades muestren una correcta tolerancia y vivan en armonía las distintas religiones que ella acoge.
Los Estados Unidos de Norteamérica, país donde vivo como refugiado, es el mejor ejemplo de sociedad donde la tolerancia religiosa es acción común, esto enriquece a la sociedad y la convierte en un escenario propicio para el ejercicio de las creencias y el intercambio efectivo de ideas que, aunque contrarias, en ningún modo conducen al enfrentamiento. La sola expresión de confrontación puede ser calificada como “crímenes de odio” y la Ley dispensa sus condenas para aquellos que incurran en actos de este tipo.
Vivo en una ciudad que en propiedad se le ha llamado la ciudad de la Biblia, aún no se por qué. Cientos de iglesias que conforman el amplio espectro de denominaciones protestantes están establecidas en ella, también están presentes decenas de iglesias de una vital comunidad católica que forman parte de una Arquidiócesis que crece día a día con los inmigrantes hispanos que a ella llegan. Junto a estos cultos conviven grupos étnicos que hacen su vida social y religiosa en comunidades cristianas muy variadas. En el mismo vecindario, comunidades judías, islámicas e hindúes llevan sus actividades sin que autoridades u otros grupos religiosos antagónicos, les molesten.
He dicho antagónicos en el sentido teológico que esto pueda tener, porque en realidad el concepto de la conversión es un acto de libertad que nadie interfiere en este país. Si un norteamericano de confesión cristiana se convierte al islam, nadie le molesta. Ninguna milicia irá a buscarle a su hogar o centro de trabajo para aplicarle Ley alguna. Por otra parte la relación entre individuos de diferentes religiones no entorpece la ágil y enriquecedora vida civil de Norteamérica, marcada por el trabajo creador y el respeto por la familia y la propiedad.
Cuando pienso en el joven Abdulrajman, recuerdo a mis hijos participando en la vida de la Iglesia, y no puedo imaginarme que algún joven que tome en sus manos la Biblia y vaya a la Iglesia, se vea envuelto en un juico sumarísimo y sea decapitado.
Si la tolerancia religiosa ha sido saludable para este país tan vasto y complejo en si mismo, ¿por qué no lo puede ser para otros países que hoy están agobiados por el peso de la pobreza y el extremismo religioso? ¿Por qué no admitir que el acto de conversión religiosa es expresión de una conciencia libre?
Convenimos que nuestro deseo es que todos compartiéramos una común Fe en Cristo, pero este anhelo pasa por un actitud de amor y misericordia para todos aquellos objetos del Amor y el sacrificio del crucificado. No es una actitud de horca y cuchillo, es un acto de compasión para con los desheredados del Reino. La aproximación al Cristo redentor es un acto de libertad, de Amor pero sobre todo de Fe no impuesta.
No por esto esta sociedad, predominantemente cristiana, anda dando caza, lazo en mano, a los que confiesen una Fe en el judaísmo, el hinduismo o en el Islam; religiones todas que son admitidas y toleradas. Forman parte de entorno social de esta Nación, donde el concepto de libertad religiosa no es un concepto vacio en boca de políticos y lideres religiosos irresponsables.
Un joven de 23 años decapitado sólo por convertirse al cristianismo, es un ejemplo de cuanto hay que trabajar para lograr que la diversidad religiosa pase por el derecho a la conversión en uno u otro sentido. Respetar el derecho a la libertad religiosa permite que seamos parte de una cultura plural, solo así, nuestra conciencia se abre a la verdad; caminamos entonces por los nobles derroteros de la dignificación de la persona humana.
Tristemente esto no es del todo apreciado por aquellos que ejecutaron al joven Abdulrajman Mohamed Saleh, de 23 años de edad, su delito: convertirse al cristianismo. Ahora Abdulrajman es un mártir, pero créanme, no debió de ser así. Una vida en si misma es santa. ©2008
*Columnista, Panorama de Nuevos Horizontes. Hispanic Newspaper. Fort Worth, TX. 27 September 2008. E-mail: eloy_gnzlz@yahoo.com
Hace algunos meses mientras leía las habituales páginas de temas religiosos, encontré una información escalofriante, y aunque tomé nota de ella, no llegué a comprender en toda su dimensión hasta que unos días después la encontré en mis notas. Se trata de una información tomada de un sitio Web que incluyo a continuación:
Abdulrajman Mohamed Saleh, de 23 años, fue ejecutado este pasado 18 de marzo…. Su delito había consistido en abandonar el islam por el cristianismo. La experiencia religiosa que había tenido, no hace más de dos meses, le bastó para que fuera detenido inmediatamente por las autoridades. A continuación, sin posibilidades de defensa y con un juicio sumario, la ley acabó con su vida, transformándolo en un nuevo mártir cristiano del siglo XXI en plena celebración de la Semana santa cristiana.
Junto a esta nota, la de una mujer que fue sorprendida en un autobús con varias Biblias siendo reprimida sin conmiseración. Todo esto ensombrece cualquier razonamiento lógico y nos conduce a analizar lo más desapasionado posible el tema de la intolerancia religiosa.
La Intolerancia religiosa es la motivada por las propias creencias religiosas de uno, generalmente en contra de las creencias religiosas de otro. Intolerancia religiosa y persecución han aparecido frecuentemente en la historia del mundo, cuando se produce el contacto entre culturas diferentes, y la mayoría de las creencias han sufrido por ella.
En tanto que, la persecución religiosa, que constituye un caso extremo de intolerancia, consiste en el maltrato persistente que un grupo dirige a otro grupo o a un individuo debido a su afiliación religiosa. Usualmente, la persecución de esta naturaleza, florece debido a la ausencia de tolerancia religiosa, libertad de religión y pluralismo religioso.
Si consideramos que el mundo, se ve condicionado a una serie de reglas que promueven la tolerancia religiosa y condenan la falta de libertad religiosa, como es la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Pactos internacionales entre otros instrumentos podemos suponer que estos hechos no tienen porqué ocurrir. Pero la realidad resulta inquietante; hoy podemos considerar que en estos tiempos, la práctica de la intolerancia religiosa y la persecución que trae consigo, acarrearan futuras confrontaciones entre Estados y guerras regionales de consecuencias imprevisibles.
No cabe duda alguna de que la intolerancia religiosa y el menoscabo de los derechos que estas causan, están condicionando en muchos casos, no pocas y peligrosas confrontaciones, que puede desembocar en conflictos de difícil resolución por las vías pacificas.
La experta independiente Asma Jahangir, quien presentó su informe anual ante el Consejo de Derechos Humanos reunido en Ginebra, expresó su profunda preocupación por "las crecientes amenazas contra la libertad de religión, convicción y la intolerancia y discriminación de algunos Estados vinculadas a la religión". El desprecio y las violaciones de los derechos humanos, en especial de la libertad de expresión, de culto o convicción siguen provocando guerras y grandes sufrimientos, afirmó la relatora de la ONU para la libertad de culto o de convicción.
Estas apreciaciones como muchas otras que surgen al calor de los debates y disposiciones de los organismos internacionales caen en saco roto, esto lo sabemos muy bien. Ninguna declaración devolverá la vida al joven Abdulrajman Mohamed Saleh, quien fue decapitado hace apenas 6 meses.
Pero no es este tema lo que me propongo considerar. Pienso en algo tan sencillo como la necesidad de que las sociedades muestren una correcta tolerancia y vivan en armonía las distintas religiones que ella acoge.
Los Estados Unidos de Norteamérica, país donde vivo como refugiado, es el mejor ejemplo de sociedad donde la tolerancia religiosa es acción común, esto enriquece a la sociedad y la convierte en un escenario propicio para el ejercicio de las creencias y el intercambio efectivo de ideas que, aunque contrarias, en ningún modo conducen al enfrentamiento. La sola expresión de confrontación puede ser calificada como “crímenes de odio” y la Ley dispensa sus condenas para aquellos que incurran en actos de este tipo.
Vivo en una ciudad que en propiedad se le ha llamado la ciudad de la Biblia, aún no se por qué. Cientos de iglesias que conforman el amplio espectro de denominaciones protestantes están establecidas en ella, también están presentes decenas de iglesias de una vital comunidad católica que forman parte de una Arquidiócesis que crece día a día con los inmigrantes hispanos que a ella llegan. Junto a estos cultos conviven grupos étnicos que hacen su vida social y religiosa en comunidades cristianas muy variadas. En el mismo vecindario, comunidades judías, islámicas e hindúes llevan sus actividades sin que autoridades u otros grupos religiosos antagónicos, les molesten.
He dicho antagónicos en el sentido teológico que esto pueda tener, porque en realidad el concepto de la conversión es un acto de libertad que nadie interfiere en este país. Si un norteamericano de confesión cristiana se convierte al islam, nadie le molesta. Ninguna milicia irá a buscarle a su hogar o centro de trabajo para aplicarle Ley alguna. Por otra parte la relación entre individuos de diferentes religiones no entorpece la ágil y enriquecedora vida civil de Norteamérica, marcada por el trabajo creador y el respeto por la familia y la propiedad.
Cuando pienso en el joven Abdulrajman, recuerdo a mis hijos participando en la vida de la Iglesia, y no puedo imaginarme que algún joven que tome en sus manos la Biblia y vaya a la Iglesia, se vea envuelto en un juico sumarísimo y sea decapitado.
Si la tolerancia religiosa ha sido saludable para este país tan vasto y complejo en si mismo, ¿por qué no lo puede ser para otros países que hoy están agobiados por el peso de la pobreza y el extremismo religioso? ¿Por qué no admitir que el acto de conversión religiosa es expresión de una conciencia libre?
Convenimos que nuestro deseo es que todos compartiéramos una común Fe en Cristo, pero este anhelo pasa por un actitud de amor y misericordia para todos aquellos objetos del Amor y el sacrificio del crucificado. No es una actitud de horca y cuchillo, es un acto de compasión para con los desheredados del Reino. La aproximación al Cristo redentor es un acto de libertad, de Amor pero sobre todo de Fe no impuesta.
No por esto esta sociedad, predominantemente cristiana, anda dando caza, lazo en mano, a los que confiesen una Fe en el judaísmo, el hinduismo o en el Islam; religiones todas que son admitidas y toleradas. Forman parte de entorno social de esta Nación, donde el concepto de libertad religiosa no es un concepto vacio en boca de políticos y lideres religiosos irresponsables.
Un joven de 23 años decapitado sólo por convertirse al cristianismo, es un ejemplo de cuanto hay que trabajar para lograr que la diversidad religiosa pase por el derecho a la conversión en uno u otro sentido. Respetar el derecho a la libertad religiosa permite que seamos parte de una cultura plural, solo así, nuestra conciencia se abre a la verdad; caminamos entonces por los nobles derroteros de la dignificación de la persona humana.
Tristemente esto no es del todo apreciado por aquellos que ejecutaron al joven Abdulrajman Mohamed Saleh, de 23 años de edad, su delito: convertirse al cristianismo. Ahora Abdulrajman es un mártir, pero créanme, no debió de ser así. Una vida en si misma es santa. ©2008
*Columnista, Panorama de Nuevos Horizontes. Hispanic Newspaper. Fort Worth, TX. 27 September 2008. E-mail: eloy_gnzlz@yahoo.com
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